Introducir a un mortal en el mundo de la Camarilla es un riesgo tremendo. Cualquier neonato tiene el potencial para meter la pata de manera espectacular, y de echar abajo la Mascarada. Como consecuencia, el sire de un nuevo vampiro es considerado responsable de las acciones de ese chiquillo, de todas ellas. El sire sufre cualquier castigo motivado por el comportamiento del chiquillo. Los príncipes más viejos se toman esta tradición muy en serio, al sentir que la Responsabilidad obliga a los Vástagos jóvenes dar la importancia debida al Abrazo y a escoger cuidadosamente a su progenie. Un sire es responsable de las acciones de su chiquillo hasta que el neonato es, por decirlo de alguna manera, presentado oficialmente al príncipe como un miembro de pleno derecho de la comunidad de Vástagos. Tras esa presentación (y suponiendo que el príncipe considere al neonato digno de morar en su ciudad), el nuevo vampiro recibe el trato de un adulto en la sociedad de la Camarilla. Es responsable de sus propias acciones, y su sire ya no tiene que preocuparse de morir por sus errores.
A causa del riesgo que conlleva la tutela de un chiquillo, algunos Vástagos tratan de acelerar el proceso de presentación todo lo posible. Para compensar esa estratagema, muchos príncipes han recurrido a hacer una especie de examen oral al neonato, asegurándose que está lo suficientemente instruido como para ocupar su lugar en la sociedad de la Camarilla. Si el neonato falla, la consecuencias tanto para él como para su sire son graves; el exilio es el castigo más habitual. En casos infrecuentes, un neonato que ha sido presentado al príncipe y que se ha emancipado demuestra estar aún verde. Si la incompetencia del neonato puede achacarse a la falta de adiestramiento por parte de su sire, la ira principesca probablemente caiga sobre las partes implicadas.
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