Me echo la cazadora sobre los hombros y agacho la cabeza, con esperanza. Quizá si no llamo la atención, los problemas pasarán de largo. Paso la noche volviendo sobre mis pasos y caminando hacia el viento, tratando de mantenerme por delante del mal karma, de eludir la trampa de mala suerte que siento cerrarse alrededor de mi pierna. A las nueve en punto me doy cuenta que nunca podría funcionar. Escojo un lugar y dejo que la mala suerte me alcance, aunque tarda lo suyo. Vienen a por mí en el restaurante; cuatro hombres en trajes baratos en los que no se sienten cómodos.
Entran y hablan tranquilamente con el maitre, que comienza a ignorarme con una resolución visible. Uno de ellos es Vástago; puedo ver que tiene un aura naranja pálido con franjas azules. Supongo que los otros tres son sus ghouls. Sus auras tienen un matiz violeta que tiembla como el calor blanco. Por supuesto, han venido a por mí disfrazados de policías. Tal vez los ghouls sean polis de verdad ¿a quién le importa? El Chupón y uno de los ghouls se quedan en la puerta, y los otros dos se acercan a la mesa para recogerme.
A mitad de camino hasta la mesa, se dan cuenta de que sé que están ahí. Empiezan mirándome a los ojos, después se intercambian unas sonrisillas de hombres fuertes. Uno chasca sus nudillos y me sonríe. Mi mano coge el cuchillo de carne casi con vida propia, y las malas vibraciones revolotean como cuervos alrededor de mi cabeza, mientras las risas estridentes ascienden hacia la noche. riéndose de mí, pobre, fracasada, muerta y sola, acorralada tras cristal templado y cortesía en el centro de la jungla de asfalto.
Puedo sentir a la Bestia creciendo en mí mientras mi cuerpo se tensa y la sangre fluye y refluye. Como un tren en llamas penetrando en un túnel hacia una luz imposiblemente brillante, como un orgasmo de furia y hambre, está ascendiendo hacia la luz. No puedo dejar que suceda aquí.
Les muestro el cuchillo y se frenan, poniéndose más serios. Se separan, con sus ojos en el cuchillo. Vigilad el cuchillo. Miradlo. Prestad atención al cuchillo. Los otros comensales están empezando a darse cuenta. Seguid vigilando el cuchillo. Hasta mi ultimo pelo está de punta, y sujeto al Hambre con vigas de hierro. Trato de evadirme, cuchillo en mano, y uno de ellos se pone delante de mí.
Agarra la mano que sujeta el cuchillo e intenta placarme. Saco mis garras. Golpeo a la muñeca de la mano que me sujeta, y el ghoul aúlla, llevándose el muñón destrozado a su pecho. La sangre mana entre sus dedos (oh Dios sangre oh Dios ahora no), y ondeo el cuchillo de mesa en una defensa apropiada. Mi cadera manda una mesa a girar por el salón mientras corro hacia la cocina, hacia la salida de incendios por la que una friegaplatos veinteañera solía deslizarse para poder fumar cigarrillos que nunca más volverá a necesitar. Me siguen gritando “¡Alto! ¡Policía! ¡Alto o disparamos!” Pero sé que no lo harán, no aquí; los disparos podrían plantear demasiadas preguntas, y alcanzarme, aún más. ¿Cómo pueden parar las balas a un muerto?
Me precipito a ciegas por los escalones, arañándolos a cuatro patas, haciéndome magulladuras que jamás se convertirán en hematomas. Después atravieso la puerta de incendios y llego a la azotea. Me topo con la belleza perfecta y cegadora de la noche, y echo mi bolso a un lado. La medialuna es una hoz en el horizonte, y las nubes delgadas como sudarios están pintadas en el cielo nocturno gris de la ciudad. Si pudiera respirar esta escena, vista desde esta atalaya perfecta, me dejaría sin aliento. Me giro y saco el arma de mi bolso.
Puedo escucharles abajo, en los escalones, acercándose sigilosamente como ladrones. Su respiración es fuerte, y la piel de sus zapatos se aja contra los escalones de hormigón de la escalera de incendios. Están oyéndome oírles. Por detrás y lejos de mí, los susurros de la ciudad adquieren docenas de identidades, puertas de coches, sirenas, ruedas en el pavimento y cristales rotos. Un millar de olores, un millar de sonidos, y un millar de matices de negro y naranja de luminoso.
Después dejo que todo se aleje, y disparo el revólver hacia la escalera de incendios. Uno de los ghouls chilla, y medio minuto después, una voz surge de abajo. `No está enfadado contigo, Sarah.
Por eso nos envía, para decirte que no pasa nada. Sabía que volverías. Quiere que sepas que te ama. “
Luego es un emisario de mi sire. 0 quizá sólo el azote local tratando de frenarme el tiempo suficiente para cogerme.
La voz del Vástago es miel, y profunda como el agua estancada, la caricia de un amante. Un amante mentiroso. Un amante adultero y embustero, pero con manos que te hacen volver aunque sepas lo que significará el regreso. Como morder una ciruela madura, cálida y dulce como la sangre en la lengua. Como la sangre en la lengua, una voz que podrías escuchar durante horas. Me sacudo la cabeza y parpadeo.
¿Volveré? No, recuerdo...
Cuantas declaraciones gangosas de amor eterno había escuchado. Cuantas súplicas para compartir la sangre había oído; primero romántico, después exigente, luego ¿violento? Jamás le pedí que me acechara durante seis meses y me asesinara en el nombre de su amor. Cuando me mató, ni siquiera sabía mi nombre. Que encuentre a alguna otra víctima para que sea su edelweiss, a otra actriz más dispuesta a interpretar el papel femenino principal en su tragedia perpetua. Pagara lo que pagara a este emisario, lo había desperdiciado. Sé que nunca volveré. Doy los primeros pasos decisivos sobre la azotea y cierro a mi espalda los restos de la puerta de incendios. En la distancia, puedo escuchar a los ghouls empezar a moverse de nuevo.
Me vuelvo hacia la repisa del edificio y la perfección de la noche urbana. Les oigo subir por las escaleras, tranquilos y calmados. Corro, y la Bestia avanza para correr conmigo, invencible. Salto, una flecha negra contra el gris cielo nocturno. La Bestia brinca conmigo, llena por el gozo nocturno y el regocijo oscuro de la caza.
El cambio me sobreviene mientras caigo a plomo a través de la noche, mi cadáver una fría estrella fugaz con las negras alas de la tumba. Mis brazos y dedos se estiran, un dolor extático, mientras el mundo se vuelve enorme a mi alrededor. Los colores se destiñen en grises, y despliego mis alas para abrazar la ciudad, con sus grandes vistas negras y sus torres de calor en ascenso que surgen del cemento arenisco de abajo. Músculos muertos se tensan, llevándome a través de la oscuridad que es mi hogar.
Nunca le amaré por esto. Jamás. Pero algún día, creo que tal vez aprenda a quererme a mí misma.
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