Inapreciables aunque inferiores: esa dicotomía resume el lugar de los ghouls en la Camarilla. La secta se desmoronaría de una noche para otra si se quedara sin sus sirvientes medio humanos, pero el hecho es que siguen siendo sirvientes; seres inferiores por definición y por sangre. Los ghouls no tienen derechos en la Camarilla, salvo los que escogen concederles sus regentes, y se puede recurrir al derecho a su eliminación en cualquier momento. Así comienza una complicada danza de posición y favor.
En teoría, un ghoul no tiene sitio ni posición dentro de la secta, pero el anciano ghoul de confianza de un antiguo puede tener más peso en un consejo que el neonato más reciente. Para complicar el asunto, la mayoría de los ghouls están vinculados a la sangre de sus amos, y se muestran entusiastas e inventivos en la defensa de esos amos. Este fanatismo a menudo enfrenta a los ghouls contra otros Vástagos que suponen una amenaza para sus amos, y puede provocar situaciones embarazosas para los vampiros en cuestión.
La elección entre establecer el precedente de permitir a un ghoul atacar a un Vástago y que quede impune o sacrificar a un ghoul favorito para apaciguar a un rival odiado es especialmente poco atractiva. Al final, los ghouls son medidos con doble rasero; despreciados como clase pero valorados individualmente. Ningún vampiro (y ningún ghoul) debería olvidarlo jamás. Las consecuencias de una mala memoria, por parte de cualquiera, son tanto fatales como breves.
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