El postulado central de cualquier literatura dramática (y de los juegos de rol como una forma interactiva de literatura dramática) es que los antihéroes tienen defectos que terminan siendo el catalizador de su fracaso si no se enmiendan y hacen algo al respecto. Recuerda que los defectos son fuente de un interesante conflicto, así como un elemento necesario para una crónica creíble y emocionante. Además, los defectos son lo que define al antihéroe...
¿Cuáles son las taras de la secta? ¿Quiere el Sabbat superarlas como organización y como miembros independientes? ¿Padece la secta defectos trágicos, heraldos de un destino siniestro que la literatura dramática presenta como la fuerza definitiva que destruye al antihéroe? Sí, el Sabbat padece varios defectos que se pueden explotar. En general, como cualquier otro grupo con una ideología fuerte, la secta puede ser intratable en sus creencias y estar estancada en sus métodos para apoyarlas.
Esta característica produce errores de juicio; a menudo toma malas decisiones y cierra malos tratos en defensa de sus convicciones. Su estructura desorganizada (“libertad por encima de todo”) hace difícil ser eficaz a gran escala, y facilita el funcionamiento sin dirección. Y, por supuesto, sufre defectos trágicos, cualquiera nacido de la emoción, como la avaricia, la furia, la envidia, la pereza, el orgullo, la obsesión, la sed de sangre, la paranoia... La lista es interminable. Por último, la naturaleza monstruosa del Sabbat y el hecho de que haya abrazado la gloriosa Maldición de Caín con fervor religioso trabaja en su contra; sus miembros saben perfectamente que nunca podrán ser uno con Dios. Comprender este concepto proporciona al Narrador una ilustración natural que ayudará al grupo a comprender la rabia y la brutalidad de la secta.
¿Cómo muestra el Narrador este aspecto trágico de la existencia del Sabbat? Comunicar las taras emocionales y estructurales es sencillo, ya que no hay más que exponer el problema y sus consecuencias. Toma el orgullo, por ejemplo.
Epifanía sabía que Ashton sería fácil de engañar. Era demasiado guapo, demasiado fatuo, demasiado estúpido, demasiado ignorante de todo lo que no fuera su propia importancia y la de su rango. Era tan orgulloso que cuando le clavó la estaca en el corazón, cuando lo arrojó al suelo, cuando le partió casi todos los huesos pasándole por encima con la grúa, cuando le abrió al cráneo para que acudieran las moscas, cuando le arrancó los párpados con una cuchilla para asegurarse de que diera la bienvenida al sol, seguía realmente sorprendido de que solo respondiera a sus gritos de súplica con una risotada.
Comunicar conceptos metafísicos es algo más complicado, pero puedes ilustrarlo con la misma escena. Solo hay que añadir la referencia y su repercusión posterior.
La risa de la manada se hizo más leve, menos clara mientras los gritos de Ashton se convirtieron en lloriqueos, y por fin gemidos. La preciosa vitae manaba de sus venas muertas, empapando su pelo y formando un charco bajo su cabeza. Ahora podía verlo, los tonos rosados y púrpuras surgiendo por el horizonte. (Epifanía le había dado una vista horrorosamente maravillosa) que anunciaba su destrucción, reptando tras los colores del bello sudario que se había labrado traicionero. El cráneo fracturado le zumbaba por las moscas y los errores, y por un instante, a través del dolor, creyó vera Caín en la tela. Caín, su padre... No, ¿no estaba delirando?¿Quién estaba allí con él? Un hombre, puede que una mujer, pero alguien con quien Caín hablaba con rostro sereno. Por un instante pareció que Caín se dirigía a él con gran pesar, y la ironía de la existencia le golpeó como un camión. “El Infierno aguarda; ¿por qué nadie me lo dijo?”, pensó mientras la risa se convertía en histeria y toda la intensidad del sol le devoraba. Sus dedos comenzaron a retorcerse y a humear.
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