Debo tener el peor trabajo de toda Nueva York. Arreglo un lavado atascado con servilletas de los famosos Frankfurts de Nathan y colillas de Malboro. Gracias, señor, por el sindicato. Rasco de una pared puntada que proclama que Jeanette tiene las tetas más grandes de Brooklyn. Tengo que irme ya si quiero coger el Tren B de vuelta a casa. Menudo día.
La feria cerró hace una hora, pero cuando salgo del vestuario aún puedo oír el apagado siseo del cartel de neón del Ciclón. Carlos debe estar todavía por aquí, haciendo algún viaje de mantenimiento tras el cierre. Veo una lata de Pepsi en la acera llena de grietas.
Parece que cuanto más limpio este sitio, más sucio se queda. Sopla un húmedo viento de agosto, mezclado con olor a salchichas, orina, agua salada, y diésel. Cruzo la avenida Stillwell a la altura de Karamelos Katz (hogar del Mejor Algodón de Azúkar del Mundo), buscando mi ficha en el bolsillo de los vaqueros, y me dirijo a la húmeda estación de metro.
Un quinceañero de pelo negro y grasiento con pulseras de oto me pide unas monedas junto al torno de la entrada y aparte de él, parezco la única alma de la estación. Me sitúo sobre una pieza de goma ennegrecida que ha sido pegada a la plataforma, mirando ansiosamente mi reloj.
Esta noche va a ser un viaje largo. Normalmente Carlos toma el mismo tren que yo, y tengo alguien con quien charlar. Pero esta vez no. No... esta noche soy la única pasajera. Cierro los ojos, sabiendo que puedo echar una cabezadita; el tren tarda unos 35 minutos en llegar a Manhattan y no hay nadie de quien deba preocuparme. Mi cabeza se bambolea y apenas puedo dormir a causa de los chirridos del tren. La maldita Compañía Metropolitana asigna siempre los trenes más baqueteados de Brooklyn. Me fuerzo a mantener los ojos abiertos, fijándome en el anuncio de encima de la ventana, una clínica de abortos donde todas las enfermeras hablan español.
El tren llega a la siguiente parada; las puertas se abren de golpe y no sé si es el aspecto o el hedor del nuevo pasajero lo que llama mi atención. Intento no mirar, pero es tan repulsivo que no puedo evitarlo. Parece un sin techo, a juzgar por sus pantalones baratos manchados de orina y su camiseta de Mondale para presidente. Supongo que intentará venderme un ejemplar de las noticias de la calle, pero evita mi mirada y se sienta en silencio al otro lado.
El Tren chirría más fuerte que antes, enviando un cuchillo a través de mis tímpanos. El sin techo me mira y sonríe. "Un tren ruidoso, ¿he?" dice. "mmmmmmmm", gruño en dirección a mis zapatos, sin querer mirarle directamente a los ojos. Veo que el hombre va descalzo y que sus pies están cubiertos de pequeñas pústulas rojizas.
Me duele la cabeza, y el ruido se va haciendo cada vez más fuerte mientras entramos en el túnel bajo el East River. Y entonces oigo otro chasquido ominoso, y miro hacia arriba para ver una grieta en el techo del metro, por las que caen pequeñas gotas del río más sucio de América, formando charcos en algunos asientos del vagón. Un olor a moho y heces llena el aire. ¡Maldita sea, tengo que olerlo en el trabajo todo el puto día y ahora el tren entero apesta a mierda! Mi compañero de viaje me mira con una sonrisa de dientes amarillos y dice "¡Hey, seguro que Nueva York tiene el metro más limpio del mundo!". Quiero vomitar. Puedo ver la carne de gallina de mis antebrazos, tengo la cara cubierta de sudor frío, y...
El chirrido parecido al de una hiena termina por fin, pero un diluvio de agua de río empieza a inundar el tren. Hay un momento de rígida calma, en el que todo lo que puedo oír es el regular goteo del agua sobre los asientos de plástico naranja. El vagabundo se mantiene en su lugar, jugueteando nervioso con sus pulgares. Un súbito zumbido llena el vagón, el resplandor verdoso de las luces fluorescentes se desvanece y el tren se queda quieto sobre las vías.
No puedo gritar ¿de qué serviría? Pero, Madre de Dios, ¿qué voy a hacer? Me froto las sienes como si eso pudiese ayudarme a dar con una solución, pero la mano resbala en mi propio sudor. Mi estómago está atado en un nudo de Boy Scout. ¡Oh, Jesús, no quiero morir como una cucaracha en el retrete! Quiero levantarme, ir al siguiente vagón, pero el miedo me atenaza, y los restos de mi porción de pizza de salchicha de la cena se abren camino hasta el fondo de mi garganta. Sólo puedo gritar. No puedo ver nada. Pero siento los bordes de mis vaqueros empapados de las aguas residuales del East River, El asco me hace encoger las piernas poniendo las rodillas contra el pecho en un intento de impedir que el repugnante fango me cubra por completo.
Algo me toca el hombro y estoy a punto de salirme de mi propia piel de un respingo "No hay de qué preocuparse, dulzura" dice el desconocido, ahora sentado junto a mi hombro. "Yo me ocuparé de ti" susurra, y siento su frío aliento calentando mis labios, mientras me agarra por la nuca y me mete a la fuerza una lengua larga y serpentina en la boca. Tengo una arcada cuando me besa, y el sabor a vómito llena mi boca, le muerdo la boca para que pare, pero él sigue con más fervor todavía, ignorando el pedazo de lengua que flota ahora en mi saliva. Un fluido amargo y viscoso (¿su sangre?) se mezcla con el vómito en mi garganta.
Intento coger mi bolso y sacar mi navaja del ejercito suizo, pero él me apresa las muñecas con sus dedos fuertes y nudosos, y más sangre entra en mi boca. Por fin deja de besarme, y me lanza contra la ventana. Astillas de grueso plexiglás cubren mis ojos, y todo lo que veo es rojo.
Lucho por abrir los párpados, sintiendo frío y húmedo cemento bajo mi cuerpo. Algo está correteando sobre mí y oigo otro chirrido... ¡Dios, parece el tren! Me estremezco, consigo abrir por fin los ojos, y es sólo una rata.. dos... no, tres ratas ¡Y cada una mida casi un metro! Mi corazón se acelera. Los sucesos de anoche entran despacio en mi mente, en pequeñas viñetas de tecnicolor y reviso mi cuerpo en busca de sangre y cortes ¡pero no hay nada! ¡Ni una marca! ¡Ni una jodida prueba! ¡Debo estar volviéndome loca! ¿Cómo voy a contarle una historia tan desquiciada a la policía? (Un súbito escalofrío: ¿Y si aquel tipo tenía sida?).
Reúno las fuerzas para ponerme en píe y observo lo que me rodea. Estoy en la estación de la avenida Stillwell y puedo ver el sol naranja saliendo para saludar un nuevo día.
Dicen que no hay nada nuevo en la Gran Manzana ¡Bueno te diré, esta noche no pienso coger el metro sola!. De alguna forma consigo llegar a otra noche en Coney Island, aunque mis manos tiemblan nerviosamente mientras desatasco el último retrete apestoso. Carlos me dice que me acompañará hasta casa, por si aparece mi atacante. Pero la idea de esperar en el andén y subir a ese metro me aterra, aun con Carlos a mi lado...
Cierro el lavado con llave y me dirijo al Ciclón; Carlos acciona su último interruptor de la noche y el zumbido del neón desaparece en el silencio. Me coge de la mano y me asegura que todo va a ir bien. Me da un poco de algodón de azúcar para reconfortarme; dice que siempre lo comía de niño y no hay nada que tranquilice más, aunque es verdad que el alcohol es más rápido.
Cruzamos la avenida y Carlos me cede el paso galantemente en el torno de la entrada, pagando mi billete. Me siento mucho mejor con él cerca. Todo parece bien ahora con un hombre fuerte a mi lado. Me apoyo en sus brazos, dormitando en mi asiento todo el trayecto hasta Manhattan. No hay nadie más a bordo, pero como dijo Carlos, todo va a ir bien. Tras más o menos media hora de viaje, abro los ojos; me bajo pronto y después Carlos tiene que ir hasta el Harlem hispano.
Cuando me inclino para darle un abrazo de despedida, cierro los ojos y le doy un beso amistoso por haberme protegido. Sus labios son suaves y húmedos. Entonces Carlos entrelaza su lengua con la mía, besándome apasionadamente. Abro los ojos sorprendida.
"¿Me buscabas?" dice él, con una mueca irónica, la sangre goteando de su lengua mordida. ¡Joder la hostia! no... creía que... ¿Carlos? Siento un latido en las sientes y... algo, algo no va bien... ¡oh mierda! ¡Tengo... tengo que hacer algo... herir... derramar sangre! ¡Lo necesito... AHORA!
Embisto y aunque no peso ni 50 kilos, Carlos rueda tres asientos pasillo abajo. Busco mi navaja en el bolso antes de que pueda impedírmelo. "¡Hijoputa! ¿De que coño vas? ¿Estás en una secta o algo así? ¿Por qué me ataste?" Reclamo una respuesta, mi voz quebrándose al gritar "¡Creí que eras mi amigo!".
Se levanta gruñendo y boqueando. Antes de que me dé cuenta de ello, mis dedos abren la navaja por su hoja serrada más cortante, mi brazo se extiende y el filo de acero corta su yugular. Es como apuñalar a una almohada. No me siento como si yo estuviese haciendo daño. Es otra persona... yo no hiero a la gente... no me vuelvo loca.. ¡no soy el justiciero del metro!.
Miro a los ojos de Carlos y parece que ya ha muerto, no hay nada allí: boquea, crispa la mandíbula y cae al suelo del vagón. Por un momento me siento culpable. Y entonces siento algo totalmente distinto. Me pongo a horcajadas sobre su pecho y.. ¿lamo la sangre del cuello de su camiseta de Ciclón?.
Aquel gilipollas había estado a punto de violarme... ¿por qué cojones iba a sentirme mal por esto? Su sangre... no sé por qué la estoy bebiendo, pero es algo que ¡uau! Supongo que sienta bien devolverle el daño.. y esta sangre es viscosa y amarga, pero sabe mejor que cien botellas de bourbon. Mientras se filtra como melaza por mi garganta, me siento como si pudiese hacerle atravesar la pared del vagón a ese hijo de puta.
Saco la navaja de su cuello y la limpio con la lengua, después la seco con su camiseta ensangrentada. Sigue sin haber nadie en el puto tren, así que me limito a dejar a Carlos para que se pudra. Cuando salgo del metro, le doy la navaja a algún mutilado borracho que se cobija junto al edificio de Gitibank "Úsala para protegerte", le digo burlona, mientras espero que cambie el semáforo para ir a mi apartamento en el tercer piso "Nunca se sabe con qué pueden encontrarte en la calle".
A las 4:33 mi propio chillido me despierta. Las sábanas están empapadas de sudor ¿Qué me pasa? No puedo dejar de temblar. Salto de la cama y paseo por mi agujero de 50 metros cuadrados ¿Que he hecho? ¡He matado a un hombre! ¡Me atacó! corro a darme una ducha caliente. Me quedo desnuda, frotándome violentamente todo el cuerpo como un personaje de Sikwood. ¡Ouch! Joder, he frotado demasiado fuerte: mi pierna... Veo como la rosada mezcla de agua y sangre se va por el sumidero. Mi pierna.. ¡estoy cubierta de ampollas! La idea del SIDA vuelve a hacerme un nudo las tripas ¡Tengo que averiguar qué demonios pasa!.
Me seco y me pongo unas cuantas sudaderas. Hay una clínica abierta toda la noche... no. No me importa la hora que es, voy a ir a Harlem para llegar al fondo de toda esta mierda. Voy a decirle a la familia de Carlos lo que me hizo... incluso les diré lo que hice yo si es necesario. No van a detenerme por algo que hice en defensa propia. Su familia debería saberlo. ¡mamá Fernández debería saber que su hijo era un violador!.
Llego a la estación de metro en un tiempo récord. El mutilado sigue apoyado en los ladrillos del banco, pero está fuera de combate con una botella de MD20-20 de uva blanca bajo sus muñones. La navaja ha desaparecido, se la habrá llevado algún mendigo. Odiaría ser una sin techo en Nueva York.
De vuelta al viejo y traqueteante tren. Me pone de los nervios. Al menos no estoy en el mismo vagón que el cadáver de Carlos. Me estremece pensar en ello ¡Agh! Su lengua... ¡la sangre!. Pero ya no me da miedo ir sola en el metro. Puedo ocuparme de lo que sea. Todo mi cuerpo tiembla de energía, como una banda de goma esperando golpear a alguien. Dios, no puedo recordar el número del apartamento de los Fernández. ¿568 B? ¿O 586 B? ¿O...?.
Percibo una vaharanda de sangre rancia, y ahí está Carlos, de pronto frente a mi como en un truco de magia, con mi navaja en la mano. Todo el poder que siento parece evaporarse, encharcar el suelo del vagón. "!Tsk, tsk, tsk Mary! Sabe, mi especie no muere fácilmente, y te aseguro que no olvidamos cuando algún estúpido ghoul intenta pulírsenos. Pero sabía que volverías... fijo que estabas de subidón, ¿he cariño?"
"Yo.... yo... sí....q-que está pasando?" balbuceo.
"Bienvenida al Sabbat, queridita. ¡Hostia no me extraña que no seas más que una jodida conserje en Coney Island! ¿Aún no te has dado cuenta de lo que soy?"
"No, yo... yo... pensaba..."
"Que era algún psicópata obsesionado por la sangre con ganas de follarte? salta. ¡Mierda, tu culo de irlandesa católica de clase baje baja no me interesa para nada! ¡Y tú eres la obsesionada ahora!" Se abre una herida en la muñeca y me pasa la mano por la boca. "Esto es lo que estabas esperando ¿no? ¡Bebe, yonqui! No hay como un poco de sangre Nosfi cuando necesitas una dosis..."
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡No quiero! ¡Que saque la muñeca de mi boca! Emito un apagado "¡Basta!" Pero bebo, ¡Dios, es tan jodidamente bueno! ¡Siento un repentino estallido de energía, como si hubiese esnifado una raya de coca. ¡Quiero más!.
Él aparta su ¿garra? "Ya basta. No quiero que te vuelvas una mimada o algo así. Después de todo, hay que disciplinar a los criados. Ahora lo que quiero que hagas mañana en el trabajo es ir a..."
No le dejo acabar. Le araño y le pateo en las pelotas hasta tumbarle. Me viene una especie de ola de adrenalina y cae tan fuertemente que rompe las baldosas. Le arranco mi navaja del puño. "¡Escucha, hijoputa! ¡No voy a hacerlo ningún favor a un violador chalado!" Le sujeto contra el suelo, moviendo la hoja frente a su cara. Contengo el aliento durante un segundo y le hago un profundo tajo en el cuello. Una pequeña tira de piel sujeta todavía su cabeza al resto del cuerpo y de su garganta brota un géiser de sangre. Y bebo y bebo y bebo hasta saciarme, hasta que sus deditos cubiertos de verrugas dejan de moverse. Y esta vez no grito ni me atraganto mientras desangro al bastardo. Nada de eso. ¡Esta vez me río como una loca!.
Sí, debo tener el peor trabajo de toda Nueva York, pero creo que está a punto de mejorar un poco.
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