Destrucción

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Muchos también hemos visto Sires, amantes y Chiquillos sacrificados en el sanguinolento altar de la Caza de Sangre: ese salvajismo de la supercivilizada Camarilla, esa laguna legal en la supuestamente absoluta prohibición de la Diablerie. Nunca más, juramos. Otros llegan al Movimiento desde la Espada de Caín, en la que cualquier noche puede llegar un enemigo que considera cualquier insulto un doloroso agravio a su honor que reclama satisfacción mediante la Monomacia, un duelo a muerte tanto del cuerpo como del alma.

A nadie le extraña que la Destrucción nos sea la más amarga de las Tradiciones. Sin duda, no reconocemos el derecho de los Príncipes o Antiguos a pronunciar sentencia; ni siquiera nos gusta admitir que permitimos a los Barones aplicar la Muerte Definitiva y los obligamos a hacer el paripé para darle una apariencia de juicio justo o deliberación grupal antes de calmarnos y obedecer.

Por otro lado, sin duda hay ocasiones en que alguien necesita que lo maten, y cuanto antes mejor. Cuando un Vástago entra en Wassail o traiciona la causa, especialmente de un modo que provoca la muerte de Anarquistas, o comete atrocidades que amenazan tanto la Mascarada como nuestra concepción de seres evolucionados, entonces nos ponemos rápidamente de acuerdo y nos unimos para acabar con el transgresor tan limpiamente como sea posible. Pero, con frecuencia, el daño no es tan obvio o extendido. Una regla local puede regir la situación. Por ejemplo en las Bahamas, cualquier amenaza al turismo se considera una amenaza común; traer a colación disputas de Secta o Clan está igualmente verboten. Rompe esas reglas y nadie te defenderá. Pero, si un enemigo te acusa de una ruptura de la Mascarada, ten por seguro que habrá problemas. La gente elegirá bandos y el Barón no podrá zanjar el asunto por decreto. Si lo intenta le estallará una revuelta. Incluso quienes se beneficien de esa decisión arbitraria estarán inquietos, sabiendo que podrían ser la parte perjudicada en la siguiente ocasión. El Barón debe ordenar una investigación detallada para que su decisión pueda parecer legítima y quién sabe qué más podría salir a la luz. Mientras tanto, opinadores de otros Estados Libres se quejarán en cada foro y club nocturno de que las islas se están convirtiendo en un opresivo bastión de la Torre de Marfil y otros jefes de estado presionarán para cerrar el asunto tan rápidamente como sea posible, todo ello mientras los propios ciudadanos avivan la polémica una y otra vez.

Ésta es la razón por la que nuestros grandes dominios suelen instaurar un sistema acusatorio basado en el derecho consuetudinario para cualquier crimen que se castigue con la destrucción. De nuevo, difícilmente es infalible (¿qué lo es?), pero muchos consideran que un jurado de iguales, la defensa vigorosa de demandante y demandado y un juez imparcial son lo mínimo necesario para asegurarse de que los asuntos de tal importancia se tratan con la gravedad requerida. Incluso cuando el proceso es corrupto, como suele pasar (“nuestros Antiguos” siguen poseyendo poderosos dones de Sangre y tienen mucho que ofrecer en sobornos), sigue habiendo una apariencia de orden y derecho, lo que tranquiliza a quienes de otro modo podrían alzarse contra sus nuevos amos al igual que lo hicieron alegremente contra los anteriores. De hecho, es deprimente contemplar la facilidad con la que las for mas y galanterías de la democracia adormecen a algunos supuestos agitadores.

Los jueces, por cierto, suelen ser Vástagos itinerantes, al igual que los abogados. Los viejos Gangrel vagabundos son considerados como casi-sabios que probablemente juzgarán sin miedo, favoritismos o mierdas similares. También estamos desarrollando una clase de verdaderos “abogados” vampíricos, especializados en aprender los confusos sistemas legales de los diversos dominios, que viajen por el Nuevo Mundo representando a acusados o ejerciendo de consultores con las autoridades locales sobre sus casos. En las grandes ciudades, sin embargo, tanto los jueces como los fiscales suelen ser residentes elegidos por voto popular.

La Diablerie

Debería mencionar también del problema de la Diablerie entre los Anarquistas. Entiende que no somos el Sabbat y espero que nunca lo seamos. No obstante, tenemos muchos viejos guerreros entre nosotros. Algunos son ciudadanos honorables que han hecho grandes sacrificios por la causa; otros, miserables mercenarios y filibusteros, tolerados únicamente porque molestan a los Antiguos más que nosotros. Pero ambos suelen compartir una atracción hacia la Vitae desarrollada en tiempos de guerra y esto supone una dificultad, pues aunque nos encanta ver a algún viejo y odiado fósil caer ante los colmillos de los oprimidos, el impulso no es selectivo con sus objetivos.

Muchos de nuestros Diabolistas se mueven en las regiones fronterizas, donde pueden alimentarse de invasores infieles o infiltrarse en territorio de otras Sectas para ayudar a derribar regímenes enemigos. En otras palabras, se convierten en asesinos y tropas de élite profesionales. De este modo, pueden dejarse llevar y nosotros ganamos los frutos de su valor y pericia, todo ello sin que nos sintamos demasiado hipócritas (Dios sabe que es lo más importante). Si alguna vez te has preguntado por qué la Torre de Marfil mantiene que somos Diabolistas consumados, ésta sería la razón: ésos son los Anarquistas que ellos ven y detectan. Ya soy lo bastante vieja para que esta situación me resulte cómoda. Preferiría que ningún Vástago cometiera Diablerie y por mi parte me niego a ello, pero si alguien insiste, mejor que elija víctimas apropiadas.

De todos modos, incluso en nuestro tranquilo dominio hemos tenido que tratar ocasionalmente con quienes no pillan el mensaje y piensan en Cazar a los suyos impunemente.
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