Afortunadamente, hasta los más estúpidos pueden aprender los peligros de revelar nuestra existencia a la humanidad. No requiere ninguna gran hazaña de lógica y, en las noches tranquilas, tú y yo hemos pasado largas horas discutiendo la historia de la Tradición (las antiguas creencias sobre ella, por no mencionar su obvio sentido común). Por todas estas razones, la mayoría de los territorios Anarquistas mantienen la Mascarada exactamente igual que la Camarilla y, de hecho, incluso los dominios del Sabbat lo hacen. Es decir: no muy bien, pero lo bastante bien para que funcione en esta era descreída.
Los Herejes
La incómoda realidad es que necesitamos mortales que hagan lo que no podemos hacer por nosotros mismos. En la Camarilla tienen Ghouls. En el Sabbat, algunos tienen Ghouls a hurtadillas, mientras otros confían en el puro terror para mantener sus bocas cerradas. En el Movimiento, las cosas son más complejas.
Es verdad que muchos nos aferramos a esos viejos métodos sin el menor problema de conciencia; la doctrina de que la Estirpe no debe más a la Grey que los mortales a su propio ganado tiene sus seguidores. Otros, sin embargo, señalan que las vacas y el “ganado” no se parecen en nada y se preguntan cómo podemos justificar someter a los mortales a las mismas cadenas de Sangre cuyo uso reprochamos a los Antiguos. Y aun así, si nos abstenemos de ello, ¿cuál es la alternativa? ¿Son mejores las amenazas y el chantaje? ¿El mesmerismo y el encantamiento? ¿Y por qué nos molestamos en discutirlo si todos calentamos nuestras venas con sangre robada?
Hay varias soluciones para este dilema. Los utilitaristas afirman que el desastre causado al destruir la Mascarada superaría cualquier mal cometido contra mortales concretos. Los Nodistas pueden ser escasos entre nosotros, pero los que existen pueden refugiarse en la religión: estamos obligados a hacer estas cosas, aunque las odiemos.
Finalmente, los acostumbrados a doblepensar no ven problema alguno. Elimina a todos estos y te quedará un escaso puñado de Anarquistas, pero no ninguno. Esos pobres no tienen otra opción que llegar a la conclusión de que la Mascarada es moralmente insostenible y debería ser derribada. Y punto.
Ni siquiera ése es el límite de la herejía, al menos para los verdaderos agitadores, pues he escuchado que los Vástagos deberían ofrecer libremente el poder de la Sangre a los vivos para que la ciencia mortal desentrañe sus secretos, mitigue o elimine las cargas de la no-muerte y haga de nuestras dos especies una nueva humanidad trascendente, inmortal y apoteósica, orgullosa portadora de la llama de Prometeo. Para ser justos, ambas veces lo oí por boca de un Malkavian pero, al contemplar las nuevas maravillas creadas por los mortales mediante bioingeniería, comienzo a preguntarme quién es realmente el loco. Luego están los cultistas que creen que con este o ese “mesías” podríamos regresar a las noches de las primeras ciudades, cuando los Cainitas supuestamente caminaban como dioses entre los mortales. Luego están los cleavers… pero los dejaré para luego.
Ni tú ni yo nos hemos enfrentado a ninguna muchedumbre con antorchas y, pese a las alarmas ocasionales, la Mascarada se mantiene, por lo que los radicales no han triunfado a la hora de convertir la teoría en una práctica extendida. Aunque a muchos de nosotros nos encanta someter la Tradición a un vigoroso escrutinio en Foros o Griteríos, actuaremos contra los vecinos cuyas lenguas sueltas nos supongan una amenaza. Sí, un puñado de estados y territorios Anarquistas han abolido formalmente la Mascarada, señalando que el cumplimiento de la Tradición siempre ha sido caprichoso y favoritista. Y, sin embargo, todos han promulgado leyes para evitar poner en peligro al resto de Condenados de forma temeraria, lo que sirve al mismo fin.
La única excepción de la que he oído hablar, Fiddler’s Green, puede existir o no. Sólo sabemos que dos Antiguos que afirman ser sus embajadores acuden regularmente a encuentros en Santa Bárbara. Todo cuanto dicen de su dominio es que es autosuficiente, que sus mortales son ciudadanos voluntarios, que viven completamente aislados de tierra firme y que todo mortal que decida irse debe acceder a que borren sus recuerdos sobre los Vástagos. Así, en teoría, su experimento totalmente abierto y libre no puede amenazar ningún otro territorio en caso de fracasar. ¿Es el lugar una isla, un barco, una plataforma petrolífera abandonada o una tierra de ensueño tan imaginaria como su homónima? ¿Qué sería la eternidad si no pudiéramos maravillarnos?
Los Ortodoxos
Irónicamente, si la Mascarada sí cae sobre nuestras cabezas una noche es menos probable que el culpable sea un reformador apasionado que uno de nuestros Anarquistas apolíticos que tan pronto defienden la Tradición de palabra como la rompen de hecho.
Después de todo, la principal tentación que representan los mortales no reside en su sangre. No, es que son tan reconfortantemente parecidos a nosotros y tan exasperadamente distintos: el calor de sus corazones nos cautiva como el fuego del hogar atrae a un viajero aterido y rara vez nos detenemos a pensar antes de enredarnos con uno que haya captado nuestra atención. Quienes hemos visto lo que la Sangre les hace con el tiempo, con frecuencia no podemos soportar degradar tanto a quien apreciamos. No podemos mirarnos al espejo tras violar su voluntad en algún pequeño asunto y no podemos obligarnos a hacerlo de nuevo cuando hay mucho más en juego. Para los jóvenes es aún más difícil. Sus amigos y familiares todavía viven y ahora no es tan fácil desaparecer como lo era antes. Si no han simulado cuidadosamente sus muertes, entonces los acosan preocupados con llamadas telefónicas, correos electrónicos, cartas e informes de personas desa- parecidas, cada uno una pequeña daga envenenada con remordimiento. No culpo a los Neonatos que sucumben y contactan. La sociedad no-muerta, incluso dentro del Movimiento, ofrece demasiadas veces una fría bienvenida. ¿Adónde deberían acudir si no?
De hecho, esto se aplica dondequiera que haya vampiros, pero a nosotros nos cuesta más lidiar con ello. Primero, como dije, los gobernantes de nuestros territorios difícilmente pueden invocar una ley sacrosanta cuando nada es sagrado. Segundo, los Anarquistas somos particularmente sensibles cuando una norma se aplica arbitrariamente. Muchos consideran no sólo insultante sino injusta la idea de que un Barón deba controlar a los mortales con los que se asocia y un Neonato no. Dicen que lo que sucede entre un Vástago y un mortal no importa a nadie a menos que afecte a otros. Algunos están dispuestos a expresar su opinión sobre el asunto con fuego y estacas. Como resultado, los líderes deben elegir cuidadosamente cuándo dar ejemplo con un transgresor de la Mascarada, incluso en los dominios donde es una ley formal. Los Estados Libres que cuentan con algo similar a juicios con un jurado han resultado menos proclives a derrumbarse por tales escándalos, pues la percepción de imparcialidad es tan importante como que ésta realmente exista.
Pero ni siquiera ese sistema es infalible y, aunque puede mitigar el peligro de que haya Antiguos que abusen de los jóvenes, puede haber otras brechas no menos profundas en la ciudad. Recuerdo haber oído hablar de una revuelta en un dominio canadiense que lo ilustra. Los Brujah eran mayoría, mientras que los Nosferatu y Gangrel, una minoría desafecta, y se generó una gran indignación cuando un Nosferatu fue condenado por violar la Mascarada por un jurado formado sólo por Brujah, pese a la insistencia del Consejo en que el jurado había sido seleccionado por sorteo. Es improbable que vuelva a ocurrir algo parecido, aunque sólo sea porque allí los Brujah ya no son mayoría.
Al igual que uno puede encontrar con facilidad dominios en los que la Mascarada técnicamente no existe pero se mantiene en la práctica, uno también puede encontrarse con otros en los que la Tradición es supuestamente inviolable, pero en los que casi todo Vástago oculta uno o dos mortales “excepcionales” en los que puede, por supuesto, confiar sin reservas. Pobres de los administradores de esos lugares a los que se descubra que asesinan o controlan a los amantes, parientes, etc., de sus jóvenes chupópteros, pues se arriesgan a sufrir una revuelta o un asesinato. Pero, si no hacen nada, un descuido puede también traer el desastre. En la mayoría de los casos, toman medidas para contener el peligro cuando creen poder hacerlo sin ser descubiertos, pero es un juego peligroso, en la cuerda floja… especialmente si sus manos no están del todo limpias.
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