19 de Junio de 1194: Llegué a Granada mucho después del ocaso, montado con mis compañeros en los grandes caballos andalusíes blancos de los que tanto se enorgullece esta tierra desde hace siglos. Son caballos muy distintos a las monturas que cabalgué en mi juventud, sus cuellos curvados y cuerpos robustos y compuestos denotan poder y agilidad, no la gracilidad indolente y velocidad de nuestros delicados caballos árabes. Tienen los cascos pequeños para apoyarse mejor en las faldas rocosas, no anchas para pisar sobre capas espesas de arena.
Están adaptados idealmente a su entorno natal, y me agrada que pudiesen adquirirse a un precio tan razonable, ya que los guerreros ahora desean caballos más pesados. Los caballos de guerra tan apreciados antaño por los griegos, los persas y los romanos son perfectos para un comerciante de mi estatura: con un linaje de antepasados veteranos de tantas guerras como el suyo, mi castrado tenía el porte de un depredador más peligroso que ningún hombre (sin que hiciese falta más que la menor provocación). Mis dos compañeros de viaje son ansar que han destacado por su servicio durante años. El primero, Sanjar procede de una familia de escribas persas. Es el responsable de registrar nuestros negocios y, en este viaje en particular, reunirse con los mercaderes que no pueden encontrarse por la noche o que sean extremadamente suspicaces durante esa parte del día. No tiene vocación de mercader, pero es bastante bueno con los números, y con la preparación adecuada desempeñará su papel con eficiencia. El segundo, Karif es mi guardaespaldas encargado no sólo de salvaguardar mi persona sino también de reclutar y organizar a la tripulación del barco y contratar a cuantos mercenarios necesitemos. Sin duda, algún día se unirá a los guerreros del clan, y espero que se acuerde entonces del tiempo que pasó viajando conmigo con tanto cariño como yo... hay demasiados pocos contactos entre los visires y los guerreros en estos tiempos violentos.
Ambos son muy devotos, y yo no permitiría que fuese de otro modo. No sólo deben ser conscientes ellos de lo que soy y cuál es mi propósito en este largo viaje, sino también yo debo ser consciente de que estos íntegros musulmanes pueden resultar vitales para mi autocontrol si alguna vez se vuelve demasiado encarnizada mi lucha contra la Bestia. Gran parte de la ciudad de Granada se encuentra entre los ríos Genil y Darro. Cuando entramos en este cruce de corrientes los cascos de nuestras monturas comenzaron a repicar contra las calles empedradas. Obstruían nuestra visión de las altiplanicies montañosas al sur del Darro edificios construidos colgando encima de la carretera. Parece que en ellas hay bastante actividad, hogueras que arrojan sus prolongadas sombras en los altos muros de piedra. No esperaba encontrarme con fortificaciones de tal tamaño en este lugar, pero ya habrá tiempo para investigarlo. Lo primero era que nos dejasen pasar al suq.
En la mayoría de las ciudades el suq está amurallado y vigilado por guardias después del ocaso, lo cual es un pequeño inconveniente para mi, puesto que debo viajar siempre de noche si no deseo llegar de forma poco ceremoniosa dentro de una alfombra enrollada o en una caja, pero tal es el precio que debo pagar para asegurarme de que mis mercancías están a buen recaudo. No resulta tampoco imposible que te dejen pasar después de que oscurezca, ya que siempre puede ocurrir que una caravana se vea retrasada en el camino por una rueda rota o que se reciban mercancías muy necesarias que deban introducirse rápidamente en el mercado sin importar el curso del astro solar. Sin embargo, es poco común que así sea, por lo que la necesidad me ha hecho acostumbrarme a presentar los documentos adecuados siempre que entro en una ciudad por primera vez, los cuales cantan que soy el agente debidamente autorizado de mi sire en cuestiones; de negocios, un mudaraba, o como dicen en al-Andalus, un commenda. Aunque mi sire no posee ningún almacén en el suq de Granada y en aquel momento no contaba con ninguna mercancía, estos documentos justificaban de toda formas mi presencia en esta parte de la ciudad. El centinela, después de revisar un vistazo mis papeles, mi séquito y la calidad de mis caballos y mi guarnición. hizo llamar prudentemente al capitán de la guardia, que aprobó nuestra entrada y nos aconsejó como si fuera nuestro abuelo, que no viajásemos con tarde porque no era seguro. Debe luego que no, asentí.
El gran patio del centro del suq en donde por el día el público acude a comprar mercancías y los comerciantes cierran sus tratos está vacío de noche, y sólo queda en pie los puestos y las tiendas de los vendedores habituales para el día siguiente. Dentro del recinto amurallado el resto del espacio lo ocupan enormes almacenes de mercancías, algunas de ellas propiedad de familias o asociaciones de comerciantes, mientras que otros son propiedad del gobierno, que recauda unas tasas por el uso de sus instalaciones y suele dedicar lo que obtiene a la caridad. Los almacenes en sí están cerrados con llave y no hay luz, pero en los pisos superioras arden luces, puesto que son cómodos alojamientos para los mercaderes ambulantes, y es allí donde como dictan las circunstancias debo conducir mis negocios con los mortales. Karif nos buscó un alojamiento y fingimos quedarnos en él toda la noche, pero dejé a Sanjar en él para cubrirme ante cualesquiera pesquisas que hicieran y mi guardaespaldas y yo regresamos a la oscuridad, cruzando las murallas del suq, al sur.
Cruzar el Darro fue sencillo: este pequeño río perezoso está cubierto en muchos lugares por puentes y edificios construidos por encima de su estrecho caudal. En las orillas hay amarradas pequeñas embarcaciones de poco calado que permiten transportar mercancías pesadas por este barrio de la ciudad durante el día y permiten que los barqueros silenciosos pasen sigilosamente por la noche. Sin embargo yo no soy ningún barquero, y Karif y yo cruzamos por un puente para después dirigir nuestros pasos por las calles de la ciudad en dirección a la altiplanicie, cruzando comunidades residenciales amuralladas iluminadas sólo en ocasiones por las lámparas de algún diligente estudioso. Al comenzar el ascenso a la altiplanicie por la serpenteante senda, deseé haber podido traer con nosotros a nuestros caballos, ya que llevar sudor sangriento en mi semblante al llegar a lo alto no seria muy adecuado.
El camino estaba fuertemente vigilado. lo cual no era sorprendente dado la naturaleza marcial de las fortificaciones, y hube de emplear mucha verborrea meliflua pera convencerles de que era un mercader que llegaba tarde con su encargo y estaba buscando al intendente. Al llegar a la cima nos perdimos en una sorprendente multitud que llevaba sus actividades a la luz de las hogueras. Como esperaba, donde hay actividad nocturna hay Cainitas. Con las pertinentes presentaciones cautelosas, me llevaron a la presencia del sultán de Granada. Para sorpresa mía conocía mi nombre y vocación, y parecía de lo más dispuesto a recibirme.
Nuestra presentación formal fue algo extraña: como es costumbre recité mi linaje y nombre completo a la manera Ashirra. Mi anfitrión, como era su derecho, no lo hizo, y se presentó sin decir su honorífico ni linaje, diciendo que era simplemente Badr del Qabilat al-Khayal, descendiente de Lasombra. El sultán empleó su poder sobre las sombras para cubrir su rostro y sus ropajes, sin que yo pudiese captar el menor atisbo de su semblante. Dejando a un lado los formalismos el sultán Badr me invitó a solas a pasar a una habitación más pequeña repleta de mapas de la zona extendidos por cada rincón disponible. Allí me explicó la necesidad de construir fortificaciones y que sorprendentemente necesitaba mi consejo. El sultán apoya fervientemente el Islam y desea hacer todo cuanto esté en su mano para evitar que al-Andalus regrese a manos cristianas. Sus aliados mortales no sólo deben enfrentarse a los ejércitos cristianos sino también a los desafíos militares de otros lideres musulmanes locales que se consideran mejor preparados para liderar la guerra santa.
El sultán deseaba saber cuál era según mi opinión la mejor manera de proveer a los ejércitos bajo su influencia en caso de guerra o asedio. Después de pasar varias horas examinando sus excepcionales mapas puede aventurarle que podrían transportar cantidades limitadas de suministros por la costa e introducirlos de forma clandestina por las montañas en las fuentes del río Genil. Complacido por mi apreciación, el sultán Badr me deseó buenas noches advirtiéndome antes de que la inminente pugna requeriría la fe y devoción de todos las musulmanes justos. Se aseguró de que yo acudiría, y mi sire también, si la guerra llegase a Granada.
De regreso en mis aposentos cuando faltaba poco para el alba, me percaté de que en toda la noche no había podido contemplar del sultán más que una mano bien cuidada, quizá incluso delicada, cuando su manga se deslizó, no escuché nada más que una voz cuidadosamente modulada incluso durante las partes más enfervorecidas de su discurso.
25 Junio de 1194: Llevamos varias noches en Granada, preparando mercancías para ser enviadas río Genil abajo hasta la nave que nos aguardaba. Es una cuestión más complicada de lo que resulta normalmente, ya que no contamos con mercancías para trocar ni desde luego suficientes monedas a mano como para adquirir el papel y jabón de gran calidad que deseábamos transportar, sino que firmamos pagarés por los productos confiando en la preeminencia de nuestra casa de comercio como garantía de pago futuro. Durante este viaje haremos efectivos algunos pagarés similares que firmamos a otros en el pasado. La estructura legal común islámica en la que tienen lugar todas estas transacciones lo hace posible, aunque siempre implica algo de riesgo.
Durante estas noches no nos hemos encontrado con ningún Cainita que no fuese Ashirra y no fuese firme aliado del Sultán (eso si, no eran directamente su progenie). Según parece el fervor del sultán ha hecho que los Cainitas cristianos, los judíos o a los que simplemente estas cuestiones les resultan indiferentes decidan no vivir en esta ciudad, lo cual quizá sea una idea sabia, puesto que si llega la guerra a Granada el reducido número de Cainitas dentro de la ciudad no mermará las fuerzas de sus defensores mortales. Por otro lado, también resulta evidente que los aliados mortales del sultán no están simplemente preparándose para defender la ciudad, sino que están enfrentándose activamente con las facciones musulmanas rivales de la zona y se lanzan a escaramuzas y luchas intestinas que derrochan los recursos y las vidas de los fieles a pesar de la amenaza cristiana que se cierne sobre ellos. Me entristece que el fanatismo del sultán pueda precisamente facilitar a los reinos del norte la reconquista de al-Andalus.
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Buen sitio, aunque fusilar textos de libros puede considerarse pirateria... ojito....
ResponderEliminarGracias por el comentario... pensare un segundo lo que dices para continuar compartiendo.
EliminarSaludos.
Mily tío si es por eso media Internet debería bajarse, todas las web sacáis información de los libros, yo veo genial la pagina, si para vos es piratería saltatela y no nos arruines a nosotros lo que hace Adrián.
EliminarQue a mi ya me ha ayudado bastante en mis partidas :)
Fallitos a corregir: “justificaban de toda forma” deberia ser “justificaban de todas formas”
ResponderEliminar“que no viajásemos con tarde” aqui hay algo que no Cuadra, podria ser “que no viajasemos hasta tarde”, pero no lo tengo claro.
“examinando sus excepcionales mapas puede aventurarle” deberia ser “pude aventurarle”
“de todos las musulmanes justos” deberia ser “de todos los musulmanes justos”