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Abd-ar-Rahman ibn Mu'awiya (Adberramán) tenía diecinueve años cuando huyó de Damasco con su hermano y su hijo pequeño. Las vengativos abasíes cogieron a su hermano y le decapitaron, pero Abd-ar-Rahman huyó a Marruecos y después cruzó el estrecho hasta España. A pesar de las búsquedas intensivas de los abasíes y contar con el apoyo a su causa de los Ashirra militantes, el joven vagabundo eludió a sus perseguidores. Aunque Suleiman no lo ha llegado a admitir, parece que él (y quizá el grupo de Qabilat al-Khayal) contribuyeron a su huida, quizá como intento de expiar los crímenes cometidos por los miembros pródigos de su secta.
Cuando llegó a España Abd-ar-Rahman reunió un ejército, derrotó al gobernador de España en 756 y trasladó la capital a Córdoba. Como su antepasado Mu'awiya, Abd-ar-Rahman era un gobernante brillante que fundó su propia dinastía y convirtió Al-Andalus en un reino que rivalizó con oriente y occidente al mismo tiempo durante más de 300 años.
Al igual que Alí, que se había marchado de La Meca para apartarse del legado de los primeros tres califas, los abasíes trasladaron la capital del imperio a Hashimiya, al norte de Irak. Los personajes más influyentes de la nueva dinastía se percataron pronto de que necesitaban una capital completamente nueva, lo cual les vino de perlas a los Ashirra combativos. La nueva capital, Bagdad, a orillas del Tigris, acogería y protegería a los fieles... tanto los vivos como los muertos. Pusieron el tesoros del imperio a disposición de los constructores de la ciudad, que completaron la tarea en tan sólo cuatro años. Casi al instante de completarla, Bagdad se convirtió en una dinámica capital de las artes y las ciencias que atrajo a sabios, poetas y músicos de todo el imperio, y no mucho después la ciudad pasó a simbolizar la grandeza del Islam.
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