Mientras los Ashirra se concentraban en sus cuestiones de fe y secta, cambiaron de nuevo las dinastías mortales. Los Buwayhidas, una tribu de chiítas procedentes de las costas al sur del Caspio, tomaron el control de Bagdad en 945 y eliminaron sistemáticamente la influencia de los turcos. Después los Buwayhidas les sustituyeron en el papel de titiriteros manipuladores de los califas, establecieron lazos matrimoniales en la corte abasí y comenzaron a dirigir el curso del imperio desde su hogar en la ciudad de Shiraz. Después, una facción de los qármatas, que se hacían llamar a sí mismos fatímidas, conquistaron Egipto y Siria. Suleiman se traslado a El Cairo en esta época.
El equilibrio de poder se descompensó de nuevo en 1055, cuando un ejército de turcos musulmanes llegaron a las puertas de Bagdad. Conducidos por su caudillo Toghrul, habían conquistado Khurasan arrebatándola de manos del gobernante local y ahora tenían el punto de mira en un trofeo aún mayor.
Inspirados por los Buwayhidas, o quizá influenciados en secreto por los Infieles Cainitas, Toghrul pidió audiencia con el califa. Firmaron una serie de acuerdos, y para horror de los Ashirra, el califa nombró a Toghrul sultán de Bagdad. De un plumazo derrocaron el poder de los buwayhidas. Los abasíes estaban de nuevo en deuda con unos amos turcos, pero en este caso no era una simple cuadrilla de guardias palaciegos. Las Ashirra combativos se marcharon de la capital y volvieron a sus viejas moradas en al-Khufa para lamerse las heridas y planear su eventual retorno.
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