Andy Sullivan (Belfast, Irlanda, 1984)

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Andy Sullivan. Un Neonato Caitiff exterrorista contempla su Humanidad.

La joven se encogió aterrorizada contra la pared del callejón. En alguna parte se había equivocado de camino y ahora estaba perdida en una calle oscura de una parte de Belfast a la que ninguna chica católica sensata iría nunca. Ella no sabía si los tres matones sólo querían robarle, violarla, matarla o una combinación de las tres. El líder arremetió súbitamente contra ella con una navaja en una mano mientras intentaba agarrarle el brazo con la otra. Entonces, el rufián gritó de dolor cuando Andy apareció súbitamente y le sujetó el antebrazo con la fuerza del acero.

Andy estaba pálido incluso para un irlandés en invierno, pero su cara era una máscara de furia. El vampiro apretó y el joven dejó caer su arma con un chillido de dolor. Sin esfuerzo, Andy lanzó al chico al otro lado del callejón, estrellándolo contra sus compañeros. Los tres se cayeron formando una pila y, antes de que pudieran levantarse, Andy ya estaba encima de ellos mirándolos con ojos furiosos. En un instante se agachó y sujetó al líder por el cuello. Con indiferencia lo levantó de forma que los pies del matón se bamboleaban a quince centímetros del suelo. Los otros dos estaban paralizados por el terror. Uno lo miraba boquiabierto y el otro empezó a balbucear una oración. Andy miró al chico que tenía agarrado. Notó que llevaba el naranja de los unionistas en la chaqueta y gruñó.

«¿No tenéis nada mejor que hacer en esta hermosa noche que acosar a una chica que no os ha hecho nada?». Su voz sonaba razonable, pero su furia era inequívoca. A pesar del miedo, el joven intentó mostrarse indomable. «¡Que te jodan! ¡Sólo es una puta católica y no es bienvenida aquí!».

La intolerante diatriba acabó cuando Andy apretó con las manos el cuello del muchacho. Luchando por contener su rabia, Andy lo bajó lentamente hasta el suelo, pero sostuvo su mirada todo el tiempo. «Eso ha sido una grosería, ¿no, chaval? ¿Crees que tienes derecho a rajar a cualquier mujer católica que tengas a mano? ¿Te parecería justo que me fuese a buscar a alguna zorra unionista que signifique algo para ti? ¿Tu madre o tu hermana, quizá? ¿Que la llame puta y la abra en canal para reírme? ¿De verdad quieres verlo?». Andy avanzó y el muchacho retrocedió instintivamente. Sus compañeros aún estaban en el suelo gimoteando.

El vampiro habló otra vez, esta vez con menos intensidad en su voz. «Yo solía ser como tú, chico. Con el verde del Sinn Fein en vez del naranja unionista, pero aun así, igual que tú en todo lo importante. Después aprendí que había cosas peores que católicos y protestantes. Y me convertí en una de ellas». Andy fijó su mirada en el aterrorizado joven e invocó su Sangre. «Marchaos a casa», ordenó. «Volved con vuestras madres. Y pensad sobre el hecho de que la Muerte os atrapó y os dejó marchar». El chico dudó durante un instante y después echó a correr, seguido de cerca por sus dos amigos. Andy se volvió hacia la chica y se acercó a ayudarla.

«¿Estás bien?», dijo. Ella todavía temblaba cuando tomó su mano. «Sí, eh, que Dios lo bendiga, señor. Yo…». La voz se le heló en la garganta cuando al fin pudo ver bien a su salvador. Se santiguó y se puso aún más pálida. «¡No! ¡No puede ser! Tú eres…».

Andy la miró a los ojos y aplicó sus Poderes una vez más. «No. No lo soy. No me reconoces. Nunca nos hemos encontrado antes. Sólo soy un buen samaritano. Me llamo Davey». La chica se relajó inmediatamente. Tomó lamano de Andy y dejó que éste la alzara gentilmente. «Gracias, Davey. Me llamo Molly. Molly Sullivan». Él sonrió con calidez. «Encantado de conocerte, Molly Sullivan. Ahora voy a llevarte a tu casa».

Más tarde, después de que Andy dejase a su hija en la seguridad de su hogar, segura, dirigió su atención al vampiro que había visto espiándolos desde el tejado. Tan pronto como Molly cerró la puerta de la vivienda que él compartió en su momento con su mujer y su hija, se deslizó por un callejón y, en un arranque de velocidad, llegó hasta el tejado. Era Reilly. «¿Es ésta una manera productiva de usar tu tiempo y tus dones, Sullivan?», preguntó sin antipatía. «Para mí lo es. Es mi hija. Eso no cambia sólo porque esté muerto».

«A decir verdad, yo diría que es una gran diferencia. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos esta noche que del ganado. Más importantes incluso que el ganado con el solíamos estar emparentados». «Pareces un Sangre Azul». Reilly puso cara de ofendido. «¡No hay motivos para insultarme, Andrew Sullivan!».

«Entonces no me vengas con “ganados”, Lucas Reilly. “Ganado” significa “vacas”. Así es como los ve la Camarilla, el Sabbat y demasiados de nosotros también. Pero no deberíamos. Nos alimentamos de ellos, pero no podemos olvidar que hubo un tiempo en el que éramos como ellos. En el instante en el que lo olvidamos perdemos la única parte de nosotros mismos digna de ser preservada para toda la eternidad. Y entonces no seremos mejores que el Ventrue gordo y engreído que está en su mansión al otro lado de la ciudad y se llama a sí mismo Príncipe».

Reilly parecía pensativo, pero no puso en duda lo dicho. En su lugar, miró hacia la vivienda al otro lado de la calle. «Es un achica agraciada. ¿Qué edad tiene?». «Diecisiete. La misma edad que tenía su madre cuando nos conocimos. Sólo tenía cinco o así cuando vio mi cara por última vez y le permití recordarlo».

«¡Por todos los santos! No te irás a poner a llorar san- gre, ¿verdad?». «Que te jodan». «De todas formas, si te vas a poner a alabar la importancia de los mortales, hay un pequeño asunto con un Ventrue gordo y engreído y un pequeño pero impresionante artefacto explosivo que nos gustaría que colocaras bajo su coche esta noche. Haz bien el trabajo y te prometo que ninguno de tus preciosos mortales resultará herido en la explosión». Andy se frotó las sienes y sintió el eco del ansia por un cigarrillo. A veces echaba de menos la simplicidad del IRA.
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