Ésta ha sido una noche sumamente penosa, pero al final valió la pena. El Dr. White y yo aparcamos en una parte de la universidad próxima a donde fue atacada la víctima de la última noche. Luego fuimos al escenario del ataque para buscar cualquier evidencia significativa que la policía del campus hubiera pasado por alto. No pensaron que hubiera sido un asalto, sino un simple caso de agotamiento. Una vez me paso lo mismo, pero ahora sé algo más. El Dr. White halló un reloj entre los arbustos. Se trataba de uno caro, un instrumento suizo de precisión. No podíamos asegurar que perteneciese a nuestro vampiro, pero decidimos esperar ocultos esa noche por si el propietario volvía por él. Yo no tenía muchas esperanzas, pues aunque el reloj perteneciera a quien buscábamos, probablemente comprase o robase otro.
Más o menos a las tres de la madrugada vi que alguien se acercaba. No hay toque de queda en el campus, de modo que no quise apresurarme, no fuera ser otro estudiante, y le observé atentamente desde los arbustos, tratando de verle el rostro. Le di con el codo al Dr. White, que se había quedado dormido, pero no se despertó. No quise sacudirle por si hacía algún ruido, así que lo dejé allí.
La figura que se acercaba empezó a buscar algo en el suelo. Era un chico, podría haber sido un estudiante. Luego se agachó, buscando algo bajo los arbustos. Supe que debía de ser el reloj. No pude evitar sentirme decepcionada porque no fuera nuestra presa. No quería explicarle nuestra situación, de modo que me estuve quieta, pensando llevar luego el reloj a la oficina de objetos perdidos del campus. Él seguía buscando y se acercaba al arbusto tras el cual nos escondíamos. Hacía un tato que no miraba en nuestra dirección, pero entonces se volvió hacía mí y me quede paralizada. El terror de aquella primera noche volvió a atenazarme.
Había un resplandor rojizo en sus ojos. No sabía que hacer, pues allí estaba otra de esas horribles criaturas y no era la misma que vi aquella noche inclinada sobre Robert. Pero sabía que no le podía permitir irse, pues tal vez supiera donde estaba Robert. Tenía que enfrentarme a él. Salí de los arbustos. Su reacción fue mas rápida de lo que esperaba. Adoptó una posición defensiva antes de que yo hubiera abandonado el arbusto. Levanté el reloj y le pregunté si era lo que buscaba. Él gruñó.
Trataré de contar lo que puedo recordar de nuestra conversación.
Yo: ¿Dónde está mi hermano?.
Vampiro (sonriendo ampliamente): Olvídate. Ya no es asunto tuyo. Su sangre ahora es otra.
Yo (atónita): ¿Qué quieres decir?.
Vampiro (riéndose): Exactamente lo que he dicho. Creo que ya lo sabes. Seguramente el Dr. White te ha contado lo que le hacemos a los que nos caen bien. Empezó a acercárseme. Sin embargo todavía puedes ser su hermana. Sígueme y me aseguraré de que estés con él.
Yo: Te advierto que tengo armas.
Vampiro: ¿Ah, sí?, ¿qué clase de armas?.
Saqué mi crucifijo, manteniéndolo frente a sus ojos pero, para mi horror, no hubo reacción. Simplemente se quedó allí, esperando el siguiente truco. Rápidamente saqué una cabeza de ajo y la despedacé en el suelo entre nosotros diciendo. "No te acerques". El dio un paso adelante y apoyó la punta de su bota sobre los dientes de ajo. Yo estaba histérica, al comprender la gran laguna que había de conocimientos del Dr. White y temí por mi vida. Saque mi frasco de agua bendita, le quité el tapón y le salpiqué con ella, le mojó la mejilla, pero él la lamió con su lengua.
Ahora se acercaba más y empezó a alargar sus brazos hacia mí. Yo iba a echar a correr cuando de repente se derrumbó, exhalando un gorgoteo ahogado. Al caer, pude ver una estaca de madera clavada tan profundamente en su espalda como para atravesarle el corazón. El Dr. White casi se desmaya por la tensión nerviosa. Se había despertado con nuestra conversación y se había deslizado silenciosamente tras el vampiro, donde pudo clavarle su estaca.
Ambos suspiramos de alivio hasta que vimos que sus ojos aún parecían abiertos y nos miraban. "Buen Dios" Dijo el Dr. White "¿Es que nada funciona como debería?" Se incorporo dispuesto a clavar otra estaca en el pecho de aquella cosa, cuando me adelanté y le convencí de que le transportáramos a la furgoneta y nos lo lleváramos a donde pudiéramos interrogarlo. Vi un temblor de miedo en los ojos de la cosa cuando lo dije, así que supe que hacía lo correcto.
Tras un inquietante viaje hacia la furgoneta del doctor, llevando entre los dos al vampiro inmovilizado, nos dirigimos de vuelta a mi casa. Preparé la vieja mesa de bricolaje de mi padre con un sistema de correas que pensé que le sujetaría en caso de que recuperase la libertad de movimiento y atamos a él a la criatura. Tras asegurarnos de estar preparados, retiré lentamente la estaca, dispuesta a clavarla de nuevo al menor signo de peligro. La criatura gimió de dolor, aunque inmediatamente empezó a luchar contra sus ataduras al sacarle la estaca. Pero estaban bien apretadas y su fuerza no era la de la leyenda. No pudo liberarse. El doctor y yo suspiramos de alivio por segunda vez aquella noche.
No voy a entrar en detalle sobre los métodos de interrogatorio del doctor, aunque diré que eran tan crueles, castigando a la criatura cuando se negaba a colaborar y a contarnos todo lo que sabía de Robert y del vampiro que le capturó, incluyendo la relación de la criatura con él mismo. Ninguna amenaza dio resultado hasta que el doctor dijo que le dejaría al sol para que se tostara, señalando las ventanas con cortina del taller. La cosa sucumbió al pánico y empezó a contar todo lo que sabía.
De vez en cuando el doctor creía que estaba mintiendo, así que acercaba el mechero a sus ojos y de inmediato la criatura se disculpaba por intentar engañarle y se retractaba de su información. Al acercarse el alba, creo que habíamos descubierto todo lo que podíamos. Al principio me alivio descubrir que sus primeras insinuaciones sobre Robert eran mentiras y que Robert aún era humano. Pero ahora era el esclavo del horrible vampiro que encontré aquella noche, cuyo nombre era D'Arcon, un vampiro muy antiguo del clan Toreador.
Nuestro cautivo era uno de sus "chiquillos", como se llamaba así mismo y su nombre era William. Nos rogó que le soltásemos, gritando que no era culpa suya el haberse convertido en la cosa maldita que era. Nos suplicó que le dejásemos ir, y que dejáramos que Dios le juzgase. Parecía afectado por el Dr. White, que no cesaba de murmurar. "Pobrecito, pobrecito. Eres la víctima de unos poderes que escapan de tu control".
Ya había oído bastante. No dejaría que la compasión me detuviese. Me dirigí a las cortinas y las abrí de un tirón. El sol se derramó en la habitación y sobre la mesa, en la que William profirió el chillido más horrible que jamás hubiera oído y se quedó en nada sino humo y cenizas en cuestión de instantes. El Dr. White me miró fijamente aturdido, mientras el humo se elevaba a su alrededor, y luego inclinó la cabeza.
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