Todo el mundo tiene un límite. Recuérdalo.
Ha pasado mucho tiempo hasta que me he sentado a
escribir esta carta. No es sólo que tuviera que reflexionar
sobre qué es lo que voy a decir exactamente, sino que escribirla de alguna manera también significa que me he
dado cuenta de que puedo fracasar en lo que voy a hacer.
Sin embargo, quiera Dios que no sea el caso y que este
mensaje no sea leído por ojos ajenos.
Voy a prescindir de presentarme porque dentro del gran
esquema de las cosas no soy importante. Lo importante es
lo que he descubierto.
Además, creo que cuando nos conocimos no llegamos a presentarnos adecuadamente, por lo
que, de todas formas, dudo que me recuerdes demasiado
bien. Sólo espero que, después de lo que voy a decir, mires
los informes, las fotos, los vídeos y todas las pruebas que
he reunido para ti en la memoria USB.
Para situarlo todo en su contexto, voy a guiarte a través
de los sucesos que condujeron a mi revelación. Sospecho
que simplemente comunicar el resultado final en un par
de palabras o una frase sencilla probablemente haría que
rompieses la carta y la tirases a la basura. Para ser honestos, sigo albergando un atisbo de duda sobre si no es eso lo
que va a pasar de todas formas, incluso aunque llegues al
fondo del asunto, pero tengo que proceder en la forma que
creo que asegurará el éxito.
En circunstancias más distendidas yo diría algo así como
“¡Vamos allá! ¡No hay nada en juego!”. En este caso, más
bien diría que todo está en juego…
Llegué a la ciudad hace un par de años. Antes trabajaba
para un periódico nacional en el norte. Aunque sea yo
quien lo diga, lo hacía bastante bien, pero no tanto como
para obtener un reconocimiento generalizado. Habiendo
tenido durante mucho tiempo la ambición de ingresar en
círculos más literarios, dejé el trabajo y me mudé aquí
para dedicarme a mi carrera como escritor.
El plan inicial para mi primer libro era escribir un homenaje actual al Dublineses de Joyce, usando nuestra ciudad como telón de fondo en la época actual: un análisis de
la vida moderna en la metrópolis, aunque quizás con un
enfoque más oscuro. Después de todo, creo que el mundo
se ha vuelto más oscuro desde los tiempos de Joyce.
Empecé buscando lugares interesantes por toda la ciudad e investigando hechos históricos que me sirvieran
como inspiración para mis historias. Cuanto más indagaba, más me tropezaba con sucesos recientes que eclipsaban el pasado. Puede que recuerdes algunos de ellos de
los periódicos. Sé que, cuando leí con atención algunos
de esos archivos, me acordé de los llamativos titulares,
así que si, al igual que yo, tienes la costumbre de estar
pendiente de los medios de comunicación, quizás los reconozcas si los ves de nuevo.
Durante la primavera del año pasado la policía recuperó
un cadáver de la costa, y al día siguiente el titular “BASURA DE LA MAFIA” ocupaba toda la primera plana
de un periódico (no hay premio por adivinar cuál fue el
diario que realizó ese reportaje tan sensible y respetuoso).
El cadáver, supuestamente un objetivo de la mafia, había
sido arrastrado a la ribera justo a las afueras de los suburbios, donde lo encontró un muchacho que fue a pescar
una mañana. Lo que las noticias no mencionaron es el
extraño estado en el que el chico encontró el cuerpo. Le
habían hecho pedazos la garganta, como si un loco lo hubiera atacado salvajemente.
Ahora bien, no recuerdo cuánto tiempo me dijiste que
llevabas en la ciudad aquella vez que tomamos un café.
Tampoco recuerdo haberte preguntado si estuviste alguna
vez por el sur, un par de calles más abajo del parque, donde, al menos hasta el año pasado, estaba uno de los locales
de música en directo más populares de la ciudad, a pesar
de ser pequeño. La Sala Jake estaba en un callejón lejos
de la avenida principal, cuyo nombre ya no recuerdo. En
el periódico se decía que iba a cerrar tras la muerte del
dueño en una pelea en el mismo local el otoño pasado.
Era un artículo largo, de dos páginas, situado al principio
del periódico, que repasaba la vida del hombre y sus logros
de su sala. Un escrito agradable y artístico, con el que se
buscaba despedirse del lugar.
Bueno, pues tengo amigos en ese periódico en concreto
de cuando vivía en el norte (pertenecen al mismo grupo
editorial para el que yo trabajaba, así que nos tropezábamos a menudo) y, de pasada, le comenté a uno de esos
amigos lo bueno que me pareció ese artículo. Inmediatamente, me confesó de forma extraoficial que el primer
esbozo del artículo fue rechazado debido a los detalles inquietantes que contenía. Cuando le pregunté qué quería
decir, se limitó a contestar: «No fue una pelea de bar. Fue
una matanza».
Tras escarbar un poco más, confirmé que decía la verdad. Aquella noche murieron siete personas, incluyendo a
Jake, el propietario. El primer agente de policía que llegó
a la escena del crimen tras recibir un chivatazo anónimo
dijo que parecía que un animal salvaje los hubiera despedazado. La policía llegó en seguida a un acuerdo con
los medios de comunicación para ahorrarle al público los
detalles más escabrosos. Las autoridades dijeron que, dado
que las muertes habían sido tan horribles, sólo serviría
para alarmar a la gente.
Podría seguir enumerando anécdotas, pero no hay necesidad de abundar en cuestiones escabrosas. Admito que
al principio pensé que se trataba simplemente de una serie
de asesinatos extraños, y que durante un tiempo consideré
basar los relatos cortos de mi colección en los más macabros de esos sucesos. Pronto cambié de opinión.
Yo mismo me vi implicado en los sucesos que ocurrían
a la puerta de nuestras casas unos días antes de las Navidades pasadas. Otro titular que seguramente recordarás:
“¡CAOS NAVIDEÑO!”. Nadie sabía exactamente por
qué comenzaron los disturbios por toda la ciudad en aquellas frías noches de diciembre. En los medios de comunicación, se especulaba que se debían a los problemas económicos de la gente combinados con la casi obligatoria
locura consumista previa a las Navidades. Los vi con mis
propios ojos, aunque preferiría no haberlo hecho nunca.
Aquella noche yo volvía de una fiesta. Había bebido lo
suficiente como para no poder volver conduciendo pero
no tanto como para no pensar con claridad, así que hice
la mayor parte del trayecto a través de la ciudad en metro. Estaba saliendo de la estación… Aún recuerdo ese
momento de forma extraordinariamente vívida. El frío
viento, la lluvia a punto de convertirse en nieve, el sonido de llantos y gritos, y el atropellado ruido de pasos que
corrían por las calles de alrededor. Entonces doblaron la
esquina…
Los periódicos decían que las bandas de “alborotadores”
las formaban docenas de personas. El grupo que me encontró era sólo de cinco, pero estaban lejos de ser alborotadores. Cubiertos de sangre, los dedos extendidos como
si fueran garras, ojos enrojecidos y caninos alargados…
colmillos…
¿Hace falta que lo diga? ¿Tengo que explicar exactamente qué es lo que tenía delante en aquella esquina, y
no quién?
Éste es el punto en el que rezo para que sigas leyendo.
Es el punto en el que espero que todo esto haya servido
para algo. Es donde tú me crees lo suficiente como para
continuar, o dejas de lado lo que tengo que decir y sigues
con tu vida. Mis esperanzas en juego.
Si aún sigues leyendo, gracias. Esa simple palabra no
puede expresar lo mucho que aprecio tu salto de fe en este
momento. Sé que suena a locura. Sé que es increíble. Lo
sé: yo estaba allí y sentí todo eso en los pocos segundos en
los que miré a esos ojos hambrientos que me devolvieron
la mirada. Hice lo que cualquier ser humano racional habría hecho en mi posición: correr como alma que lleva el
diablo.
Corrí sin parar hasta llegar a casa, perdiéndolos un par
de calles antes de llegar. En realidad, no creo que los perdiera: creo que alguna otra cosa atrajo su atención, alguien
a quien sorprendieron y que estaba demasiado paralizado
por el miedo como para correr. Eso no me impidió entrar
directamente, cerrar puertas y ventanas, poner barricadas,
encender las luces y esconderme en un rincón con un bate
de béisbol durante toda la noche. Era ya media mañana
cuando reuní suficiente valor para abrir la puerta y mirar
afuera.
Seguramente, agarré el teléfono media docena de veces,
tratando de decidir si llamar a la policía e informar de lo
que había visto. Al final, no pude hacerlo. ¿Qué cojones
les iba a decir? «Hola, agente, quiero denunciar a unos,
ejem, vampiros». Sé que si a mí me pasasen la llamada
de algún listillo que me viniese con esta historia, tendría
preparada una respuesta sarcástica sobre que aún no es
el día de los Inocentes. No tenía ninguna prueba, nada
más que mi palabra para continuar. Nadie me iba a creer
basándose sólo en lo que yo dijera. Sin embargo, no podía
sentarme y no hacer nada. Tenía que conseguir que la
gente creyese.
Pero, por otro lado… ¿y si no fue más que la alucinación
de un borracho? Créeme: ha habido muchos momentos
en los que me he preguntado lo mismo.
Finalmente, salí
a buscar tantas pruebas como fuese posible. Nadie admitió haber visto nada que no fuesen “alborotadores” que
corrían por la calle. Sin embargo, la forma de mirar de
algunos delataba que había algo más. Tenían demasiado
miedo para hablar, demasiado para admitir que lo que vieron era real. No obstante, al final las pruebas aparecieron.
En el primer archivo adjunto (001.avi), encontrarás mi
primera prueba sólida. Lo grabé a un par de calles al norte
de los muelles, en un callejón no lejos de la vía principal.
Estaba siguiendo una pista que conseguí que decía que
muchos de los alborotadores habían venido de allí aquella noche. Cuando llegué, me encontré con que una de
aquellas criaturas se había llevado a un trabajador de un
almacén a un callejón y se había enganchado a su cuello.
Afortunadamente, de lejos, en la oscuridad y estando distraído, no me vio. Sin embargo, no tenté mi suerte, como
demuestra la duración del vídeo.
Debo de haber visto el archivo cien veces o más para
confirmar en mi mente que ya no había duda posible. Es
raro e incluso algo estúpido que, incluso después de haberlo repasado media docena de veces, una pequeña parte de mí seguía rechazando la verdad. Cuando por fin la
acepté, tuve que pensar qué iba a hacer. O sea, ¿qué haces
ante una revelación de ese calibre? No puedes seguir adelante y asumirlo como una peculiaridad de la vida de la
que, simplemente, antes no te habías dado cuenta. “Los
monstruos existen”. Es la dura realidad que te golpea en
la cara y cambia tu forma de ver el mundo, no como algo
corriente tipo “científicos estiman que existen entre seis y
diez millones de especies de insectos en la Tierra”.
Tenía pruebas, pero ni siquiera así era suficiente. Si yo ya
tenía problemas en aceptarlo, el resto del mundo también
los tendría. Los escépticos dirían que se trataba de dos actores y una cámara mal manejada. Incluso podrían pensar
“¡Pero si está clarísimamente hecho con ordenador!”. Para
que creyesen, tendría que reunir suficientes pruebas para dispararles metafóricamente una andanada de metralla. Compré una caja fuerte, hice copias de seguridad de los archivos
y copias físicas que escondí, y comencé a reunir más pruebas.
Al cabo de un tiempo era capaz de reconocer los indicios de sus movimientos e identificar el tipo de lugares en
los que se congregan. Aunque generalmente son solitarios, tienen algunas cosas en común, por lo que observar a
uno servía para aprender sobre los hábitos de la mayoría.
Desde luego, no son estúpidos, eso es evidente. Al contrario de lo que pueda parecer, si tenemos en cuenta aquella
fría noche de diciembre, no son monstruos todo el tiempo. Al menos, no cuando no quieren serlo. Caminan y
hablan como nosotros, se visten como nosotros y, si no te
has acercado lo suficiente como para notar que no respiran ni tienen pulso, nadie podría recriminarte por pensar
que son como tú y como yo.
Cuanto más los observaba y los grababa, menos me parecían bestias. Son más bien como traficantes de drogas.
Se mezclan a propósito con la gente normal y ejecutan
sus malvadas prácticas en los rincones oscuros: bares clandestinos, clubes turbios, callejones en partes deterioradas
de la ciudad… Los encontraba allí, alimentándose, depredando a los pobres desgraciados con los que se topaban.
Seguí a cierto número de esas víctimas y, sorprendentemente, no parecían mostrar ningún signo de haber cambiado. Evidentemente, las historias de “el que recibe un
mordisco de un monstruo se convierte en uno de ellos”
parecen ser estupideces. En la memoria USB, en la carpeta “víctimas”, hay una lista de informes cortos sobre diez
personas de las que vi que se alimentaban y a las que seguí
durante una semana y media después del incidente.
Hablando de carpetas, en la que se llama “poderes” hay
algunos vídeos cortos. Parece que es posible sacar algo en
claro de unos pocos de los mitos restantes. La velocidad
excepcional, la fuerza aumentada, la mirada hipnótica,
etc., parecen ser todas reales. Pillé a uno usando una técnica de control mental sobre un policía que lo había parado. Te digo que me puso los pelos de punta. Si pueden
manipular así a la gente, si pueden bloquear o no lo que
la gente sabe, no me sorprende que hayan permanecido
ocultos durante tanto tiempo.
Cuantas más pruebas recogía, más me preguntaba… No
era fácil para mí recopilar todo lo que había conseguido,
pero tampoco había sido especialmente difícil una vez
que sabía qué tenía que buscar. Sin embargo, si yo podía
hacerlo, ¿por qué de entre los millones y millones de personas que hay en el mundo no lo había hecho nadie antes? ¿Por qué no se había hecho público en la televisión,
gritado en las radios? ¿Por qué no se hablaba de ello en las
redes sociales y en las páginas de vídeos, ni se mostraba de
cualquier otra manera al mundo en toda su oscura gloria?
Empecé a investigar más.
Sabes que si buscas lo suficiente en Internet puedes encontrar cualquier cosa. Yo encontré un par de foros y blogs
en los que algunas personas habían estado intentando comunicarse con otras que también hubiesen averiguado la
verdad. Al cabo de un tiempo, todos llegaban a la misma
conclusión: la gente no escuchaba, o quienes se alzaban
para intentar dar a conocer la verdad al mundo sencillamente acababan desapareciendo. La mayor parte de ellos
acababa recorriendo una senda solitaria, agachando la cabeza y haciendo lo posible por mantener seguros sus barrios.
A algunos tipos, si no los pillan los monstruos, los atrapará la policía.
Olvídate del Manual de cocina anarquista. Esos
chalados han colgado un montón de ideas para convertir
cosas que hay en todas las cocinas o armarios de la limpieza
en una armería a gran escala. Tratan el tema como una
guerra de guerrillas urbana contra los monstruos. Nunca
pensé que acabaría yendo por ese camino yo también.
Cambié de opinión una noche hace como un mes cuando estaba siguiendo a una de esas malvadas criaturas. La
vi entrar en uno de los clubes góticos de la zona este de la
ciudad. No es mi ambiente, así que me quedé fuera. Allí
dentro sólo llamaría la atención. Cuando volví a verla,
estaba con un tipo y se fueron a la parte de atrás del edificio. Los estaba siguiendo cuando me pareció escuchar un
grito por encima del sordo retumbar de la música del club.
Llegué a tiempo de verla desaparecer tras la otra esquina.
Había lanzado al tipo que había pescado a la cuneta con
el cuello roto. Supongo que él se dio cuenta de lo que
estaba pasando y gritó en el último momento, así que ella
lo silenció lo más rápido que pudo.
El pobre no tenía ninguna oportunidad contra algo así.
Durante un tiempo me pregunté qué habría hecho si hubiera estado allí para intervenir. Supongo que mi cadáver
habría acabado junto al suyo. Incluso así, mientras estaba
de pie mirándolo, me di cuenta de que no podía seguir limitándome a observar y grabar. Ése fue el momento en el
que sobrepasé mi límite: tenía que hacer algo. Lo que fuese.
Donde antes huía de ellos, ahora los perseguiría. Corrí
todo lo que pude para seguirle el ritmo, intentando averiguar qué camino había tomado, hasta que la encontré. La
seguí mientras salía de los vecindarios pobres, abriéndose
camino por pasos subterráneos y calles secundarias hasta
una casa en la Avenida Oakwood. Creo que conoces esa
parte de la ciudad… ésa es una de las razones por las que
te dejo todo esto a ti y no a otra persona.
He estado vigilando el lugar desde entonces, intentando averiguar cuántos de ellos hay dentro, qué pautas siguen sus movimientos, qué defensas tienen en el lugar. He
visto cuerdas de trampas que evitan pasando por encima
de ellas al entrar. Oh, sí, les gusta mantener su cubil bien
protegido, no sólo del Sol, sino también de la gente que
sabe. Creo que en total allí hay cuatro. En la subcarpeta
“Oakwood”, he anotado en detalle lo que he averiguado.
Fue después de pasar una larga noche siguiendo sus idas
y venidas cuando entré al café donde nos encontramos, a
dos calles de allí. Recuerdo que dijiste que estabas acostumbrado a hacer el turno de noche en tu trabajo. Llevo
meses haciendo esto y sigue sin ser nada fácil, así que te
envidio por eso.
También recuerdo que dijiste que necesitabas dinero
porque iba a nacer el bebé. Me gustaría haber encontrado
a alguien especial con quien compartir mi vida. En realidad, todavía espero tener la oportunidad de hacerlo. Es
por eso que deseo que no llegues a leer esto.
Si todo va
bien, el tipo que lleva el café no tendrá que entregártelo, ya que yo volveré a recogerlo después de hacer lo que
tengo que hacer. Tengo buena memoria, ¿sabes? Recuerdo
que dijiste que pasas por aquí todas las mañanas al volver
del turno de noche para tomar un café. Si te lo da, es por-
que yo ya no estoy.
Espero que esto no parezca una nota de suicidio porque
no es lo que pretendo. Sí espero que el resultado sea que
todo lo que he hecho hasta ahora sirva para algo. Espero
que al final alguien me crea si entro en esa casa y no salgo
nunca más. Espero que, considerándote uno “de los buenos”, tomes lo que tengo que decir y hagas una de estas dos
cosas. Primera: tú y tu pareja salís de aquí como alma que
lleva el diablo. Vivís a sólo un par de calles de un nido de
monstruos y no deseo otra muerte, mucho menos la de un
niño, pendiendo sobre mi alma. Segunda: haces lo correcto. Combatirlos, vengar el alma de un escritorzuelo insignificante que una vez hizo lo que pudo para plantarles cara.
Espero que si voy de día sean lo suficientemente dóciles como para poder eliminarlos. Si pudiera, probaría a
quemar el lugar, pero está demasiado cerca de las casas de
alrededor y no quiero que los hogares de otras personas se
vean afectados por el incendio. No podría perdonármelo.
Hay que hacerlo de forma íntima y personal. Si se despiertan y no están demasiado aturdidos, va a ser un cuatro
contra uno.
Es hora de plantar cara.
Todo está en juego.
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