Fue con la llegada de los Cátaros cuando la iglesia
empezó a desarrollar una actitud oficial frente a los herejes. Los Cátaros eran dualistas religiosos que creían
que Dios y Satán eran coiguales, que Satán era en realidad el creador del mundo físico y el Jehová del antiguo testamento, y que todas las escrituras anteriores
a los evangelios debían ser rechazadas. Las creencias
de los Cátaros no eran especialmente originales, y descendían de las de los maniqueos, otra herejía anterior.
Los Cátaros rechazaban gran parte de las enseñanzas
tradicionales de la iglesia y el orden social, asó como
el derecho del estado a cobrar impuestos, suponiendo
por tanto una seria amenaza para el sistema.
Las medidas contra estos herejes antisacerdotales
fueron severas. El papa Inocencio III (1198-1216) organizó una cruzada contra los Cátaros, otorgando a los
cruzados las mismas indulgencias dadas a los caballeros en lucha con los infieles musulmanes. En 1224 el
emperador Federico II instituyó Inquisidores para erradicar la herejía en Italia y Sicilia, retomando una vieja ley romana que imponía pena de muerte contra los
herejes. Finalmente el concilio de Tolosa promulgó un
decreto en 1229 que sugería que los obispos del sur de
Francia estableciesen comités en cada parroquia, con
el propósito de descubrir a los herejes locales. Las moradas de los herejes serían confiscadas, sus propiedades
destruidas, y ellos mismo llevados ante los tribunales
eclesiásticos.
Hay quien cree que algunos vástagos pudieron
caer entonces en manos de la Inquisición. En tal caso,
es probable que entre los capturados hubiese vampiros del clan Brujah, que muy bien podían haber apoyado las creciente socialmente revolucionarias de los
Cátaros. Otros han dicho que los Lupinos llamaron la
atención de la iglesia en aquel momento, cuando los
cruzados y los Inquisidores amenazaron a las familias
y territorios Garou.
En definitiva, nada de esto es verificable; hasta la Sociedad tiene sus secretos, y nunca
se me permitió acceder a los archivos cerrados. Por supuesto, es bastante improbable que consiga ver ahora
tales registros.
Las fuentes y los Estudiosos señalan el año 1231
como la fecha más probable del establecimiento de la
Inquisición, cuando el Papa Gregorio IX encomendó a
los recién fundados y particularmente celosos dominicos la misión de suprimir la herejía. En 1231, Gregorio
promulgó el Excommunicamus, que establecía tribunales para juzgar y castigar los casos de herejía. Los
herejes arrepentidos eran encarcelados a perpetuidad;
los recalcitrantes como las bestias tozudas que eran,
ejecutados. La tortura fue aprobada inicialmente por
Inocencio IV en 1252; más que limitarse a aprobarla,
Inocencio ordenó a los podestás (magistrados jefe) de
las ciudades italianas que recurriesen a ella para obligar a confesar a los herejes.
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