08 - La Herejía Florentina

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En 1658 tuvo lugar un acontecimiento que estremecería las bases de la Sociedad, ayudando a la vez a solidificar su filosofía, particularmente tal y como se extiende a la actualidad. Raffaele Renzi, Inquisidor franciscano y Abbé del Cenaculum de Florencia, fue acusado de incumplir sus deberes de cristiano e Inquisidor y (aun más importante) de haber ayudado al enemigo. Habían llegado a un censor rumores de que Renzi conocía la existencia de diversos vampiros, magos y hombres lobo, pero no había hecho nada contra ellos.

Al contrario, decía la acusación, Renzi intentaba actuar como su ministro, diciendo que no eran distintos de cualquier otro pecador y que también merecían ser salvados. Renzi dejó que le llevasen encadenado a San Michele, sin contestar si quiera a las acusaciones. En un juicio abierto a toda la Sociedad (y que fue casi ampliamente seguido) Renzi fue acusado de haber renunciado a la iglesia, uniéndose al diablo y poniendo en peligro a la Sociedad al revelar sus secretos. No había muchas pruebas, pero Renzi no hizo nada por defenderse.

En lugar de ello, cuando se le dio la oportunidad de hablar, lo hizo con calma acerca d e las almas asustadas a las que habían salvado y atendido, y del vampiro cuya confesión había escuchado; con lágrimas en los ojos refirió como había administrado el sacramento de la eucaristía a aquel vampiro. Finalmente, Renzi condenó a la Sociedad por su soberbia y por no vivir de acuerdo con la ley de Cristo, una ley de amor y perdón. El veredicto, por supuesto, fue rápido y definitivo. Renzi fue declarado apóstata y traditor, y quemado en la hoguera al siguiente amanecer. Renzi se puso con orgullo su sambenito, diciendo que era la cruz que debía llevar por haber prestado testimonio a la verdad. “Si estoy condenado al infierno” dijo antes de ser llevado a la hoguera, “es por haber participado en vuestra Sociedad, que es una bofetada en el rostro de nuestro señor. Que mi atavío os recuerde lo que espera a cuantos sigan vuestros pasos”. Al día siguiente, los otros cuatro miembros del Cenaculum de Renzi fueron interrogados y ataviados también con sambenitos. La mancha de la corrupción infernal se extiende fácilmente, como una plaga infecciosa, y la Sociedad debía asegurarse de que no existiese otro como Renzi: corderos con piel de lobo, por así decirlo.

En reuniones privadas, los censores y el Inquisidor general investigaron a los demás Inquisidores florentinos, interrogándoles sobre sus creencias y motivaciones. Dos miembros se reafirmaron en su entrega a la misión de la Sociedad, y fueron creídos sin sombra de duda. No obstante, fueron reasignados a otros Cenacula, bajo la supervisión de Inquisidores más experimentados y diligentes, para asegurar que ni la menor mancha de apostasía pasase desapercibida. Pero los otros dos miembros no se mostraron tan convincentes durante el interrogatorio. Uno confesó haber sido abordado por Renzi y haber meditado sobre sus palabras, pero rechazándolas en el último momento. El otro, tras una prolongada serie de interrogatorios (u algunas amenazas de tortura, si hemos de creer en los rumores) dijo haber acompañado a Renzi a un encuentro con los cambiaformas en los bosques de las afueras de Florencia; los vio bailando alegres y desnudos, llenos de una pagana alegría. Finalmente, en un paroxismo de lágrimas, confesó haber disfrutado de trato carnal con alguno de los cambiaformas... machos y hembras, para completar el pecado. Suplicó el perdón del Inquisidor general, jurando que cumpliría su penitencia de cualquier forma que fuese necesaria. Estos dos Inquisidores fueron también llevados a la hoguera; aunque llevaban los sambenitos de los penitentes, se les consideró demasiado mancillados por su relación con Renzi.

Esta hecatombe hizo algo más que simplemente sacudir a la Sociedad: dio pie a una serie de debates sobre si había esperanza de salvación para alguna de esas criaturas: ¿Eran intrínsecamente malvadas o sólo defectuosas, o estaban más allá del espectro ordinario de la ley moral? ¿Se aplica la moralidad que Dios requiere de los humanos a lo obviamente inhumano? Todo el cuerpo de la teología y la filosofía católicas quedó sumido en la discusión. Parecía que un pequeño número de Inquisidores había permitido que tales pensamientos cruzasen sus mentes. Los más versados juristas de la Sociedad abrieron espacio al debate: algo raro, pues tales cosas suelen ser discutidas en privado. La enconada discusión se prolongó durante semanas. Hay quien sospecha que el debate fue abierto menos como un intento de unidad democrático que para detectar a cualquier posible simpatizante de Renzi y su herejía. Algunos apreciaron los méritos de los argumentos del franciscano; después de todo la ley cristiana era una ley de amor y perdón: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza, con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27) y “Pues Dios amaba tanto al mundo que dio a su único hijo...” (Juan 3:16) Sin embargo, otros repusieron que los mandatos del señor eran claros: “Si alguien se una a magos y brujos... Volveré mi rostro contra él” (levítico 10:6); “Hombres y mujeres que sean brujos o magos serán muertos, serán lapidados con piedras, y su sangre caerá sobre ellos” (levítico 10:27); y por supuesto “No dejes a una bruja viva” (Éxodo 22:18).

Fueron citados otros pasajes por el estilo de los padres de la iglesia y los teólogos, y quedó claro que, aunque hay un momento y un lugar para la piedad y la compasión, no era en el trato con lo sobrenatural. La insidiosa naturaleza de la herejía de Renzi se convirtió en el siguiente tema de discusión. El diablo puede verdaderamente citar las escrituras; el peor pecado es el cometido creyendo que es un nombre del señor, siguiendo sus órdenes. Esta actitud era vanagloria, argumentaron los censores, y como tal blasfemia. La cadena lógica propuesta por los argumentos de Renzi era perniciosa: si el argumento era correcto, el mismo apostolado de la Sociedad de Leopoldo estaba en un error; y si el apostolado de la Sociedad estaba en un error, entonces las declaraciones del pontífice y las de la santa madre Iglesia también equivocadas en lo referente a la maldad de lo sobrenatural; si tales creencias eran erróneas... ¿qué? ¿En qué más se equivocaba la Iglesia de Pedro? ¿Quizá en los mismo fundamentos de la salvación? No, la misión de la Sociedad estaba clara, y cualquier desvío de la misma no era una simple equivocación, sino desobediencia a los dictados del señor. La herejía de Renzi era sutil y seductora: con el cebo de hacer el bien, le llevaba a uno a la blasfemia, u a nada menos que aceptar al enemigo.

Aquello implicaba la relatividad del Mal, algo inaceptable. ¿Cuántos Inquisidores caerían ante tal sofisma? Preguntaron los Censores. ¿Cuántos Inquisidores más deberían vestir el sambenito de los herejes? Cada Inquisidor perdido ante esta herejía representaba otro centenar de almas perdidas al enemigo, razonaron. El resultado estaba claro. El concilio publicó el Decreto de 1659, también conocido como el Decreto Florentino Lo que simplemente había sido asumido o dado por hecho por la Sociedad de Leopoldo era ahora una resolución oficial. Sin embargo lo que empezó con Renzi no murió con él; no era el primer Inquisidor que cuestionaba la moralidad de la Inquisición, ni sería el último. Renzi fue sólo el primer mártir de los que serían conocidos como los Sambenito, los Inquisidores caídos.

El Decreto Florentino 

En el nombre de la santa e indivisa trinidad, Padre, hijo y espíritu Santo. Este santo concilio de la Sociedad de Leopoldo legítimamente reunido en el espíritu santo, considerando la importancia de los asuntos que tratar reconoce que si lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus de la perversidad en elevadas posiciones. Por lo cual, y para que esta pía solicitud de la Sociedad pueda funcionar de acuerdo con la gracia de dios, dispone y decreta que los siguientes cánones de fe están en consonancia con el sagrado deber de la Sociedad: Canon I. Si algún miembro de la Sociedad olvida sus deberes por negligencia o a propósito, anatema sea. Aunque se admite el fracaso o el error, los deberes del Inquisidor son sagrados y vinculantes. Canon II. Si alguien desobedece las decisiones del Inquisidor general, o de su provincial, o de su Abbé, o de cualquier otro miembro de la Sociedad de justa autoridad, anatema sea. Canon III. Si alguien cuestiona la realidad del Príncipe de las Tinieblas, o que sus hijos recorren la tierra para acosar y atormentar a los fieles, anatema sea. Tal apostasía es contraria a las verdades de la Sociedad. Canon IV.

Si alguien cree que la salvación está al alcance de los hijos del enemigo, o que merecen la compasión de la Iglesia o la Sociedad, o se adhiere o simpatiza de cualquier otra forma con la herejía florentina, anatema sea. Tal apostasía es contraria a las verdades de la Sociedad, y se opone al bien que la Sociedad ha hecho sobre la tierra. Será considerado traidor y merecedor de los más severos castigos y condenas, sin esperanza de penitencia ni perdón de nadie más que de Dios. Canon V. Si alguien es desleal a la Sociedad de Leopoldo, o revela sus secretos a los extraños, o se alía con los enemigos de la Sociedad, anatema sea. Tal apostasía es contraria las verdades de la Sociedad, y se opone al bien que la Sociedad ha hecho sobre la tierra. Será considerado Traidor y merecedor de los más severos castigos y condenas, sin esperanza de penitencia ni perdón de nadie más que de Dios. (“Anatema sea”, es una fórmula de los decretos de la Iglesia y la Sociedad; los castigos y las posibilidades de perdón varían de acuerdo con el crimen. El decreto florentino es sólo la base, no el todo, del código legal de la Sociedad. Resulta interesante observar que en ningún pasaje del decreto se habla de lealtad a la Iglesia misma)
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