El siglo XVIII no fue amable con la Iglesia. El poder
temporal desapareció, el poder político se debilitó, y el
poder espiritual se fragmentó. Los cambios de la época también se vieron reflejados dentro de la Sociedad.
Con el mundo occidental dominado por el racionalismo y la ilustración, el número de Inquisidores cayó a
poco más de 50. En el vaticano, incluso se hablaba de
disolver la Sociedad. Aunque la iglesia no era especialmente partidaria de las filosofías de la ilustración, no
quería tener una Sociedad semi secreta de cazadores
de brujas actuando en su nombre; si la existencia de la
Sociedad llegaba al conocimiento general, las consecuencias serían sin duda desagradables.
Cuando el pontífice comenzó las deliberaciones
sobre la disolución de la Sociedad, el Inquisidor general Marcus Deluca, convocó un concilio. Para Deluca
y la mayoría de sus seguidores, era obvio que la iglesia
misma había caído bajo la influencia del enemigo. El
concilio discutió muchas cosas, incluso la opción de
romper los lazos con la iglesia y conseguir plena autonomía.
Pero desgraciadamente, la Sociedad dependía
de demasiado del respaldo financiero del Vaticano.
En el curso del concilio se reveló que la Sociedad llevaba sembrando la iglesia de seguidores leales
a su misión. Algunos eran meros simpatizantes, pero
otros eran verdaderos Inquisidores encubiertos, con
la misión de fomentar el crecimiento de la Sociedad
más que dedicarse a la caza. Al principio el concilio
invocó el apoyo de los cardenales y altos cargos que
simpatizaban abiertamente con la Sociedad. Cuando
los informes demostraron que estos individuos no se
mostraban persuasivos en sus intentos de convencer
al pontífice, la Sociedad recurrió a su siguiente línea
de defensa.
Deluca pidió una audiencia directa con el Papa. Se
ignora cuáles fueron las palabras exactas de la entrevista, pero supuestamente Deluca demostró tener un
muy exacto conocimiento de las intenciones más carnales del Papa hacia ciertos seminaristas... un pecado
bastante escandaloso, y una información ciertamente
privilegiada, que sólo tenía el confesor del Santo Padre. Esta audiencia acabó con toda discusión acerca de
disolver la Sociedad.
Después de todo ¿qué es el pecado menor del
chantaje comparado con el deber de salvar a la humanidad del maligno? Dios sería misericordioso... o al
menos, eso argumentó el Inquisidor General.
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