Leopoldo de Murnau es, sencillamente, la mejor
conocida y más importante figura en la historia de la
Sociedad que lleva su nombre. Aunque sus actos y
creencias apenas se reflejan en las crónicas históricas
ordinarias, su importancia no puede ser pasada por
alto.
Leopoldo nació en 1176, y comenzó a prepararse
para el sacerdocio a edad muy temprana. El suyo era
un camino de fe y piedad, y era bien conocido por sus
exitosas plegarias y exhortaciones a la vida santa. En el
año 1200 coqueteó brevemente con la posibilidad de
unirse a la Orden de San Miguel, considerándola una
fuente de gran fuerza espiritual. Por las razones que
fuesen (gran parte de este período no está cubierta
por sus diarios) acabó desechando la idea. En 1215,
su fama llamó la atención de Santo Domingo, y se contó entre los primeros escogidos para formar parte de
la nueva Orden Dominicana. En 1224, Leopoldo fue
enviado para tratar el problema de los Cátaros.
Las primeras experiencias de Leopoldo como Inquisidor están bien detalladas en sus diarios, que forman parte del Testamento de Leopoldo.
Entre ellas se
cuenta su primera experiencia con el oscuro mundo
de lo sobrenatural. En 1231, Leopoldo abordó al Papa
Gregorio IX, y éste le confió la responsabilidad de buscar a los seres malignos que infestaban la sociedad y la
creación.
Poco después de la creación de su Sociedad,
Leopoldo empezó a recibir visiones apocalípticas que
le alertaban de la inminente Parousia, el segundo advenimiento de Jesús. Llegó a creer que sus seguidores
eran miembros de una nueva Cruzada, más importante que cualquier otra. La Sociedad de Leopoldo era la
vanguardia de los ejércitos de la Iglesia, y su misión era
la de proteger a los siervos de Dios de las huestes del
Enemigo.
Leopoldo murió en 1255, asesinado a la luz del día
por un campesino, del que más tarde se supo que era el
servidor humano de un vampiro en cuya destrucción
Leopoldo estaba especialmente interesado. El vampiro
y su servidor humano fueron pronto localizados y destruidos en un enfrentamiento que también costó las
vidas de cinco Inquisidores.
Sólo la guardia personal
de Leopoldo y dos ayudantes fueron testigos del ataque
del fundador de la Sociedad, y su cuerpo fue encerrado
inmediatamente en un féretro de hierro sellado, por
miedo a que los sobrenaturales profanasen el cadáver
de alguna forma.
Leopoldo fue enterrado en una tumba privada de
Roma. Cuando la Sociedad recibió el monasterio de
San Michele, el féretro de hierro fue trasladado a una
tumba en los sótanos especialmente rediseñada para
este propósito. Es raro que el lugar se encuentre vacío,
pues los Inquisidores fatigados rezan aquí todos los días
para recuperar fuerzas y seguir adelante en su nombre.
A lo largo de la historia de la Sociedad, algunos de
sus miembros han señalado que el cuerpo de Leopoldo podría ser una gran fuente de reliquias, aunque la
Inquisición no pone pegas al saqueo de otros cuerpos
en busca de herramientas para su trabajo, esto pareció
canibalismo a muchos, pero de todas formas, los restos
de Leopoldo están sellados dentro del féretro.
Algunos visionarios de la Sociedad han proclamado que el féretro se abrirá cuando llegue la Parousia, y
que Leopoldo dirigirá de nuevo a sus ejércitos. Otros
han especulado con la idea de que el féretro esté ya
vacío.
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