Assamita Antitribu

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Sonrío cuando oigo la palabra Antitribu. Es algo que perturba a los demás cuando lo ven. Esperan que yo sea un asesino de aspecto serio que sólo abre la boca para llenarla con la sangre duramente ganada de sus objetivos. En cierta forma, es una idea reconfortante. Una bestia inimaginable es más fácil de manejar que un adversario imaginable. Suelo meditar sobre la paradoja de que los Antitribu seamos nosotros porque hacemos lo que hemos hecho desde nuestro Abrazo. Estamos muertos, pero vivimos. Somos hombres, pero somos bestias. No estamos Vinculados y, aun así, somos a los que llaman exiliados. Nosotros derramamos la sangre que permitió que el resto del Sabbat pudiese escurrirse de las cadenas de los Antediluvianos. No importa si fue por ideología, mercenarios contratos de sangre o venganza por el derramamiento de sangre de las cruzadas. Nuestras manos sostuvieron los cuchillos que cortaron gargantas por todo el mundo. Los fundadores de la Camarilla sabían que nosotros éramos la auténtica amenaza. ¿Por qué fuimos los únicos a los que maldijeron los brujos de Sangre? ¿Por qué no a aquéllos que mataron a sus Fundadores? Alamut fue descubierto, pero nunca estuvo en verdadero peligro.

Fue un momento de debilidad que encadenó a nuestros hermanos con grilletes que los atan hasta esta misma noche. Cómo escapamos a la maldición depende de dónde oigas la historia. Los Hechiceros dicen que se sacrificaron en gran número para asegurarse de que unos pocos no vieran encadenada su Sangre. Los Visires dicen que Haqim habló a los que eran dignos de ello en sus sueños diurnos, pronunciando poderosas palabras de protección que la Maldición de la Sangre no podría romper. Los Guerreros aseguran que tomaron un lugar de poder de las brujas y las forzaron a liberar a su pequeña banda de la maldición a cambio de matarlas rápidamente. El punto común de todas estas historias es que hubo quienes no se sometieron, quienes no se arrodillaron y ahora apoyan al Sabbat. Los que no pertenecen a nuestra Sangre ven poca diferencia: nuestra lealtad es para con el Sabbat, no para con la cosa durmiente que nos dio nuestra Sangre. Estamos orgullosos de nuestra herencia y de los dones que Haqim nos dio, pero tememos que ahora esté del lado de sus corruptos hermanos y hermanas antes que del de sus hijos e hijas. En alguna oscura noche futura, se alzará como el resto, con una Ansia terrible y desconocida. Nos alzaremos contra todos ellos con hojas afiladas y los colmillos desnudos listos para beber sus dulcísimas almas cuando nos muestren a todos su indignidad. Sólo espero estar ahí en las noches en las que los demás caigan ante sus Chiquillos.

Muchos de nosotros pasamos de la adoración del ídolo caído de Haqim a la de aquél que le dio su Sangre. Caín es el verdadero señor de la Sangre. Se ha enfrentado a dioses, ángeles y monstruos y ha resistido ante todos ellos. Haqim vio el camino y nos guió buena parte de él, pero su sueño está embarrado con sueños confusos y las manipulaciones de los Antediluvianos. Somos los Ángeles de Caín, mostramos a quienes tienen su Sangre cómo solía gobernar, sobrevivir y dominar su ira. Somos hermosos, terribles y le servimos únicamente a él, que es digno de comandar nuestro poder. Nuestra dedicación a estos asuntos nos da derecho a cargos que requieren fe. Somos los paladines del Sabbat. Nuestras manadas son temidas por sus matanzas, cada miembro empuja a los demás a matar más enemigos y anegar las calles con su indigna Sangre. La Mano Negra puede ofrecer la membresía a los supervivientes para que ocupen su lugar como nuestra Sangre hizo en las primeras noches para guiar los propósitos del Sabbat.

Espero ser reconocido alguna noche como Hulul, el miembro más Antiguo de la Sangre entre nuestras filas. Sé a quiénes escogería como mis Shakari para que me aconsejaran y sé hasta dónde desearía que mi ritual de destrucción tuviera lugar. A pesar de nuestra reputación de fanáticos, quienes están bajo la maldición siguen siendo de nuestra Sangre. No nos hacemos la guerra unos a otros. Conocemos la presión que se sufre bajo un yugo injusto. Puede que ellos sirvan a Haqim, pero sirven a Caín al hacerlo. No nos rebajaríamos a patear a un perro amordazado. No repudiaríamos a un pariente porque está en prisión. Sabemos que si surge la oportunidad de deshacerse de sus grilletes, la aprovecharán. Nos regocijaremos cuando esos pocos lo hagan, y esperaremos pacientemente a que nuestros hermanos y hermanas sean libres de nuevo, igual que lo éramos en esas hermosas noches de agonía.

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