Dejaron incluso de comprobar sus teléfonos. Bien. Ahora tenía su atención. Normalmente no le preocupaba mucho lo que su comida opinase de su música, pero hoy tenía un plan distinto. Era un buen público, tan lleno de góticos como de costumbre, pero algunos punkies y hasta algunos ravers se estaban preguntando de qué iba todo aquello. Tampoco eran sólo adolescentes, lo cual era excelente, porque los más adultos llevaban furiosos más tiempo.
Necesitarían esa ira cuando estuvieran saliendo a rastras de la tierra más tarde esa misma noche. Sarah había estado preocupada por el tamaño del lugar, pero el público lo había llenado bien. Normalmente, reservaba sitios menores. Si la gente no podía entrar, hacía que tuvieran más ganas de ver lo que se habían perdido. La banda hacía menos dinero así, pero el dinero no era importante. Ser parte de un bolo tan a rebosar que el público se convertía en un único y aullante Gestalt hacía de ellos una comunidad, aunque sólo fuera por una noche, y hacía todo mucho más fácil. Tras otra canción rock, era el momento de reducir el tempo y atraerlos. El volumen de la banda también bajó, ya no ensordecía al público, haciendo que se acercasen para escuchar. La letra de la canción era una metáfora. Hablaba de opresión y de los que hacían dinero con el trabajo de otros. Según cantaba, Sarah estiró el brazo hasta tocar las sombras y las dejó jugar por los muros de la sala. Entre parpadeos, las figuras se doblaban por el sufrimiento y el esfuerzo.
Las ciudades y factorías masticaban las almas de la gente mientras “ellos” reían y engordaban sus beneficios. Sarah dejó que su voluntad permease la música, que su poder inundase las mentes de quienes escuchaban. Para cuando la canción estaba terminando, el público entonaba el estribillo con ella. Entonces dejó de cantar y señaló a los asistentes con el micrófono. —¡Haced que os oigan! —les gritó y el público gritó en respuesta—. ¡Hacedles saber que no vamos a soportar esto más! El público estalló como respuesta. Todos y cada uno de ellos estaban furiosos por un centenar de razones distintas, la música elevaba su pasión. El alcohol también había ayudado; Sarah siempre se aseguraba de que fuera barato y fácil de conseguir en cada bolo. El público rabiaba. Unas pocas canciones más y estarían en frenesí, listos para ser liberados y destrozar la ciudad. Serían el nuevo ejército de Sarah. Unos pocos incluso se convertirían en reclutas; el Sabbat que esperaba fuera de la ciudad necesitaría una vanguardia. El asalto comenzaría de verdad con la ciudad en llamas y todos sabrían que Sarah lo había hecho posible. Si el Obispo cayese durante el conflicto, Sarah no tenía apenas dudas de quién sería el elegido para reemplazarlo.
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