Sergei alzó sus encadenados brazos. —Muy morboso— dijo Helmut —. Probablemente os estéis preguntando por qué os he convocado a todos hoy aquí. Sergei casi corrigió a Helmut, pero sabía que era mejor no hacerlo. Había algo que Sergei necesitaba saber antes de encontrar su Muerte Definitiva. Con un cansado suspiro, hizo la pregunta que pendía en el aire. —¿Cómo lo supiste? Helmut sacó una mano y recorrió con la palma su desnudo cuero cabelludo. —Ángeles de Sangre. Han estado susurrándome cosas al oído desde que llegaste a la ciudad. Sabían que eras un pecador y que estabas citando las Escrituras como hacen todos los buenos demonios. Los ángeles y yo comulgamos hace tres noches, lo que significa que llegué a segunda base, aunque todo fue con la ropa puesta. Pero mientras nos lo montábamos, cambiaron mi lengua por una de sus lenguas divinas. Los cien ojos de mi lengua podían oler cómo te sentías. Así que cuando hablé con el Príncipe, tuvo que creerme porque lo que dije era la sexy palabra de Dios.
Sergei le miró inexpresivo cuando Helmut se acercó un paso. Ahora ambas manos del Malkavian estaban a la vista, mesando repetidamente una barba inexistente. —Al menos, eso es lo que le dije— dijo Helmut —. Ahora que estamos solos puedo revelar que yo soy nivel diez del Sabbat. Tú no sabías que había niveles, ¿verdad? Tú eres un peón totalmente desechable en nuestros planes maestros. Te arrojé a los perros para así concentrarme en obtener el dominio de la Obliberación. Has de saber que tu muerte no va a ser en vano, ya que es la señal para que nuestros hermanos en la Sangre asalten los muros de la ciudad y sacien su sed con los cerdos de la Camarilla. Helmut se aproximó amenazadoramente.
Sus manos se crisparon en puños que aporrearon los muros mientras se aproximaba. —Pero eso no puede estar bien. Todo fue observación. Percatarse de que desaparecías el segundo jueves de cada mes. Cómo bebías Sangre vampírica sin temer un Vínculo. Las cosas que dijiste cuando pensabas que mi Sangre no las oiría. La forma en que tu cara se apretaba cada vez que alguien mencionaba al Justicar. Hasta los muertos tienen tics, amigo mío, y todos ellos denotaban que eras un espía. La cara de Helmut estaba a unos centímetros. Lo último que le dijo a Sergei se escapó en un trémulo susurro que sólo ellos pudieron oír. —¿Por qué me molestaría en tratar de explicarle algo a alguien que nunca jamás podría comprenderlo?
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