Solíamos tener un problema de ratas en el edificio. El propietario insistía en que dejábamos comida por ahí, pero sólo trataba de librarse de pagar un exterminador. Cuando las ratas desaparecieron, pensé que finalmente había cedido. Ahora que lo pienso, eso pasó un mes después de ver por primera vez a mi vecino en las escaleras. No fui el único en notarlo, pues los niños comenzaron a llamarlo “el Hombre Rata”. Eso no significa que nadie tratara de darle la bienvenida. Candice Jonson, del final del vestíbulo, le cocinó una tarta de bienvenida. Creo que escuchó que era soltero y quería echarle un ojo. Tras echarse arteramente un poco de harina en el delantal para parecer Martha Stewart, llamó a su puerta con su mejor sonrisa. Nunca contestó. Aun así, dejó la tarta frente a la puerta por si no la había escuchado. Se quedó ahí varios días, hasta que uno de los niños dijo que vio a un puñado de ratas mordisqueándola. Soy el único que realmente lo ha conocido. Regresé a casa tarde una noche, tras haber trabajado un doble turno porque Becky Lewis decidió que estaba demasiado enferma. Tuve que hacer la compra y estaba demasiado harto para dejarla en el suelo antes de sacar la llave.
Estuve un minuto así antes de dejar caer las bolsas y lanzarles enojado mis llaves. Cuando me arrodillé para recoger la comida, el Hombre Rata apareció de repente a mi lado y empezó a pasarme las cosas. Tenía unas manos elegantes, largas y delgadas, nudosas como un árbol, pero en cierto modo gráciles. En silencio, me ayudó a volver a poner todo en las bolsas. Cuando le di las gracias, se giró hacia mí y murmuró que no había problema. Entonces, algo pareció deslizarse, y bajo una especie de bruma lo vi. Sus orejas eran puntiagudas y sus dientes afilados. Sus ojos me penetraron como si supiera mis secretos y, cuando me estremecí, eso pareció hacerle sonreír. Así es como sé que el diablo vive en la puerta de al lado, pero sé que si no le molesto, él no me molestará.
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