Las cosas furiosas que vomitan en los laterales de los trenes y en los maltrechos túneles del metro fueron las primeras de las que tuvo noticia. Fueron las primeras piezas que pudo encontrar. Se hizo famoso gracias a ellas. Nadie sabe quién es él, pero en Instagram y Tumblr claman por sus nuevas piezas. Ella conserva sus piezas. Él tiene pasión, pero no un sentido de su lugar en el mundo. No puede saborear su propia grandeza. Ahora su trabajo es mucho más complejo. El chico ordena una colección de latas en el asfalto. Desdobla una desgastada y manchada plantilla de cartón y la adhiere con cinta a un muro de ladrillo. Josette conoce el ritual. Él planea su trabajo meticulosamente. Ha inspeccionado este lugar durante semanas. «Tenemos eso en común» piensa ella. El toldo superior protege el muro de los elementos, pero la lluvia ha vaciado las calles.
El estarcido es sólo parte del plan y consta de muchas partes. Después vendrá la preciosa percusión al agitar la lata, el sedoso silbido de la pintura cuando mancha el ladrillo con sus pensamientos. Josette ha visto la cara que él trata de mantener oculta tras el pañuelo con la serigrafía de la parte inferior de una calavera. Ella ha visto sus ojos muy cerca. Los ojos marrones destrozados por el vecindario, con sus párpados pegados por la indignación. Él la vio, pero no entendió sus intenciones. A menos que le pusiese cachondo, Josette no era más que otra chica negra en un vecindario lleno de ellas. El artista trabaja y todo lo demás se desvanece. El ajetreo del tráfico y los transeúntes se desvanece, y toda Nueva York se convierte en un pequeño callejón negro que huele a tierra mojada y pintura en esprai. Esta noche él lo comprenderá. Josette abrirá los ojos del artista. Sonríe y desciende del alféizar.
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