Muchos Hijos de Danu creen que con la sangre de su tan cacareada ascendencia, tanto mortal como Cainita, estas devociones les permiten hacer uso de la maya inherente en el universo y volverse señores del mismo no sólo de nombre. Ya sean los hijos de una diosa ancestral o lejanos descendientes de demonios, los dioses de su tierra son reales. Pese a que haya un puñado de ateos entre sus filas es imposible negar la existencia de algo completamente ajeno en ellos cuando se someten a la agonía del Sadhana. Se doblan y retuercen en posiciones de yoga y tántricas, y usan mudras con sus manos o el cuerpo entero como método para acceder a los distintos aspectos de su Taumaturgia. Para cada nueva empresa los Danava consultan semillas, arrojan mantequilla purificada a las brasas y examinan las cartas solares y lunares para adivinar el momento adecuado. Siguen escrupulosamente sus calendarios rituales y las promesas que hacen a sus dioses, y para ellos romper un vrata es pasarse de la raya, incluso para un demonio.
Los Danava son regios fuera de toda duda. Todos están perfumados con el suave olor de las esencias sagradas, fragancias que perduran en el aire e impregnan sus ropajes hasta mucho después de haberlos usado. Empapados por la sangre de la India, su forma de vestir es tan variada como todos aquellos que pueden reivindicar una procedencia dentro de ese territorio. Muchos prefieren las togas color azafrán de los swamiji cuando ayunan y se someten a privaciones, mientras que otros se adornan con las riquezas y las ropas que corresponden a los estamentos más elevados de su sociedad. Y los hay también que prefieren ataviarse con galas simplificadas, aunque todos ellos se comportan como exigen sus derechos de nacimiento.
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