Incluso los vampiros más aislados de la Camarilla son amenazados por el aumento de la población de Vástagos. La competición por los cotos de caza se incrementa cada noche y lo que es mucho peor, han ocurrido algunas drásticas brechas en la Mascarada que escaparon a la atención de los mortales sólo gracias a esfuerzos hercúleos de limpieza. Hasta ahora, la mayor protesta ha venido de parte de los ancillas y los antiguos más jóvenes (la burguesía de los vampiros, por así decirlo), que son lo suficientemente poderosos como para tener algo que perder, pero no pueden aislarse del peligro por sí mismos tras capas de marionetas, como hacen sus superiores. En respuesta al malestar, algunos príncipes han restaurado el cargo del azote. Parecen considerarlo un trabajo duro y normalmente le dan el puesto a un sujeto que sea competente y leal, pero no influyente (de hecho, cualquier influencia que el azote pudiese tener antes de la toma del cargo pronto se erosionaría; la influencia debe ser mantenida y sus obligaciones le forzarían a pasar la mayor parte del tiempo a la caza).
Algunas veces se le requiere que traigan a sus prisioneros ante el príncipe para un juicio formal; pero en la mayoría de las ciudades acosadas, tienen licencia para tratar con los invasores como deseen, incluyendo la Muerte Definitiva. Esta libertad ha llevado ya a cierta cantidad de incidentes cuestionables. En algunos caos, Vástagos legítimos que simplemente no eran conocidos por el azote han sido asesinados o arrestados como autarcas. En otros, los azotes que perseguían herejes se han desviado demasiado de las fronteras de sus príncipes, dando como resultado virulentas discusiones con los vecinos respecto a la jurisdicción.
se han presentado quejas formales ante varios príncipes y justicar, y un cónclave sobre el cargo del azote podría convenir en un futuro cercano. La cuestión es espinosa. Por un lado, la soberanía de los príncipes es sacrosanta, aunque el Círculo Interno y los justicar reclamen la autoridad para juzgarlos. Por otro, los vagabundos son reconocidos como una amenaza universal y pocos quieren que escapen a la justicia con el simple recurso de cruzar una frontera.
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