La yihad es una minué milenario. Sus pasos y posturas se formalizan en el último giro del tobillo; los bailarines se deslizan uno alrededor del otro con experta cortesía, las espaldas rectas, los ojos distantes, ahora avanzando, ahora retrocediendo, ahora cambiando de pareja. Últimamente, sin embargo, uno puede discernir un tropiezo aquí y allí, no porque los bailarines se hayan vuelto descuidados (aunque se ha hecho esa acusación), sino porque el mundo está cambiando bajo sus pies. Para los de afuera, todos los vampiros parecen irremediablemente egoístas y satisfechos. La verdad es más compleja. Debajo de esos profundos instintos de conservación yacen otros, igualmente poderosos, que pocos vampiros hubiesen soñado poseer antes de ahora. ¿Nacen de la memoria ancestral? ¿De la influencia inconsciente de los durmientes Antediluvianos? ¿Del programa evolutivo? Nadie puede decirlo, pero sea cual sea la causa, cada mes que pasa más cainitas caen presa de estos misteriosos impulsos. A medida que aparecen las profecías predichas desde hace mucho tiempo y las antiguas tramas se aproximan a su realización, la Estirpe gira en espiral más y más hacia el caos, hasta que las predicciones más salvajes de la tradición nodista se hagan plausibles.
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