Técnicamente, el azote no puede simplemente encontrarse con alguien y realizar una ejecución en el sitio (aunque unos pocos escogen pasar por alto este impedimento). La mayoría de los príncipes están dispuestos a conceder al azote una cierta discreción a la hora de manejar a los delincuentes. Tomar prisioneros es suficiente para justificarse; y si esos prisioneros se resisten usando la fuerza, el azote puede matarlos y alegar defensa propia. ¿Quién se pregunta por la manera exacta de una muerte indeseable, mientras se ocupen del problema? Como si no hubiese vampiros suficientes corriendo por ahí. Naturalmente, los críticos señalan que tal política puede llevar, y lo hace, a lamentables errores. Ésta es una de las razones tras la creciente petición de la intervención de los justicar. Una vez el azote tiene a sus víctimas, asumiendo que sobrevivan al arresto, administra justicia o los lleva ante el príncipe para hacer una acusación formal. En algunas ciudades, también debe reunir tanta información como sea posible sobre los vampiros errantes, nombres, clanes (si hay alguno), asociaciones mortales e inmortales, identidad probable de los sires, etc.
Esto anima al azote a conducir una investigación real antes que una simple misión de busca y destruye (lo cual pasaría completamente por alto la raíz del problema). El asunto pasa entonces a la discreción del príncipe. Generalmente ordenará la ejecución inmediata de los prisioneros, a menos que se impongan otras consideraciones, tales como la curiosidad sobre poderes extraños o la necesidad de extraer información. A los desafortunados sires, si son huéspedes conocidos del dominio, puede concedérseles la gracia de una audiencia. Si resulta que están fuera de lugar es probable que se convoque una Caza de Sangre contra ellos.
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