01 - El Horror Despierta

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El acólito se arrodilló ante Tieh Ju. El Crisantemo de Hierro, tocando rápidamente con su frente el suelo de mármol tres veces consecutivas. Ella, impasible observó el tenue desperfecto de los ornamentos, pero inmediatamente dejó de prestarles atención. Conocía bien a sus pupilos. Ellos no se dejarían perturbar por asuntos de poca monta. Con un gesto de asentimiento más enfático de lo habitual en ella, dio permiso a su discípulo para que la abordase sin las acostumbradas charangas honoríficas.

El acólito no malgastó saliva. "Reverenda Maestra, han llegado noticias desde la Corte de Louyang. El ancestro afirma que la Señora de los Ocho Truenos ha partido en su montaña".

La Señora de los Ocho Truenos. El Crisantemo de Hierro no se sorprendió del todo. "¿El mensajero nos ha informado sorbe la ruta que seguirá la Señora?"

"Oeste", replicó el acólito.

Como ellas esperaba Todos los augurios sugerían una conclusión para la larga guerra contra los falsos vampiros de la India. Dos noches antes, ella había sentido el grito de la tierra fracturándose; un terrible, codicioso y hambriento poder que despierta y se libera por sí mismo. La noche precedente percibió el terror y el olor de la sangre vertida en la lejanía, transportado por el viento de poniente. Sí, la Señora agradecería un combate semejante. Era su estilo.

"Reverenda Maestra, ¿qué aremos?", preguntó el acólito. También él comprendía la gravedad de la contienda que necesariamente iba a tener lugar.

"¿Hacer?", repitió Tieh Ju. "Nosotros vigilamos. Aprendemos el modo en que las cosas devienen. Y entonces, llegado el momento, nos mostramos inactivos. Y así, de este modo, confundimos a nuestros enemigos".

El acólito hizo una reverencia, reconfortado por la familiar sabiduría de la Enseñanzas. Murmuró las formalidades propias de una despedida y cuando ella lo despidió se apresuró para extender las nuevas noticias. Sin embargo, en el periodo de meditación el Crisantemo de Hierro acostumbraba a convocar la forma demoníaca y los poderes de su espíritu inferior. Según la Vía Universal, de la cual era seguidora, cada acción poseía su reacción complementaria; todo encontraba el equilibrio en el final de las cosas. No obstante, no deseaba que el final fuera precisamente el suyo...

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Las fotos de hombres y mujeres cayeron al suelo cuando el sujeto de las pruebas se puso en pie de un salto, mirando el vacío. "Trae al Dr. Netchurch! ¡Ahora!, susurró la Dra. Reage al ordenanza. Gracias a Dios, tenía la cámara de vídeo preparada.

"¡Él quebró la montaña!", chilló la mujer. "¡El rey quebró la montaña! ¡Él convocó a príncipes y princesas! ¡Intentaron escapar, pero él les envió sus peores pesadillas para atraparlos!"

La Dra. Reage sostenía a la mujer por los hombros, haciendo caso omiso de los colmillos que sobresalían de su dentadura. "¿Quién es el rey?", exigió la psicóloga. "¡Descríbame al rey!" La joven se limitó a balbucir en una lengua que Reage no podía identificar.

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Chou Li y sus cuatro compañeros se reclinaron sobre los almohadones plateados y admiraron la arquitectura del templo, el sauzal y el reflejo de las lámparas brillando sorbe la superficie del estanque. Acababan de hacer brotar un capullo de loto y ahora era el turno para Shanngguan. El sardónico hombre-mono recitó su breve poema y el capullo de loto se abrió, descubriendo en su interior una pequeña rana constituida enteramente pro jade color verde esmeralda. La rana parpadeó y repitió el último verso recitado por Shanngguan. Todos aplaudieron lánguidos los méritos de la creación de Shanngguan. En ese momento la rana reventó, y de una herida abierta en el jade manó una sangre que salpicó un ojo de Chao Li. Los sauces se marchitaron, retorcieron y quebrantaron, torturados. Las flroes de loto se corrompieron en sus tallos y la carpa albidorada saltó del estanque para caer sobre el suelo del templo. La misma tierra tembló y los cinco corrieron por sus no-vidas, mientras su templo preferido se venía abajo sobre sus cimientos.

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En el Western State Hospital, doctores, enfermeras y auxiliares corrían de sala en sala, atendiendo las necesidades de los pacientes. Mientras un auxiliar acallaba los gritos de un enfermo, otro terminaba de atar los nudos de una camisa de fuerza. El Dr. Melliot revisó el historial del paciente: John Riddick, desorden paranoico agudo, última toma de medicación realizada hace tres horas. Cuando le inyectó el tranquilizante, el paciente dejó de debatirse.

"El rey ha despertado", dijo con calma. "Ha despertado y está hambriento, doctor. Está devorando a todos sus hijos y nietos. Ellos no gustan de este trato, pero son incapaces de escapar de los sueños del rey". Miró de cerca a los ojos del doctor y los auxiliares. "¿No tendrá hambre, verdad? EN ese caso...", realizo una pausa dramática, "no soy de la familia".

El Dr. Melliot pasó a la siguiente habitación de la planta: Jane Kellner, esquizofrénica catatónica, del tipo pasivo. Estaba sentada en su cama, con un brazo rígidamente apretado contra su costado. Al menos parecía en calma. Mientras la inspeccionaba, no obstante habló: "El rey camina acompañado de sus pesadillas. Llama a sus hijos para él".

Había debido oír a Mr. Riddick. Por supuesto. Eso era. El Dr. Melliot siguió haciendo su ronda. Pobres almas, tan sugestionables por lo mórbido y autodestructivo. "No hay duda", pensó. "Es posible que muchos otros pacientes también desvaríen sobre reyes y canibalismo". No resultó decepcionado.
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