La Unión

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El alma del muerto reciente abandona su cuerpo, cubierto por una tela ectoplásmatica llamada khu, o placenta. Esta envoltura psíquica protege al espíritu del trauma de cruzar el Manto, la barrera que separa los mundos físico y espiritual. Dentro del khu hay un espacio en calma en el que descansa el alma durante su viaje de la vida a la muerte. Mientras está adentro de la placenta, el fantasma permanece unido a su cuerpo muerto, pero cuando cruza el Manto, el espíritu suele intentar liberarse del khu para continuar su viaje adentrándose más en el Inframundo. Cuando tiene lugar la muerte, el espíritu egipcio se acerca y atraviesa el capullo ectoplásmatico antes de que el alma mortal pueda abrirlo por sí sola. Dentro del abrazo atemporal del khu, el tem-akh le revela al recióen fallecido la oportunidad que tiene de resucitar. El carácter de este encuentro varía según lo confundido o aterrorizado que esté el espíritu egipcio fragmentado. Las creencias religiosas, supersticiosas o científicas del mortal también tienen un papel importante en el resultado. Alguien que rechaza en vida el concepto de alma puede ser incapaz de enfrentarse a la evidencia de que existen tales espíritus.

En su negación, ese individuo se convierte en un interlocutor que no quiere escuchar en lugar de un participante activo en el encuentro. Un seguidor acérrimo de alguna religión puede quedar confundido por ver a un espíritu "rompiendo las reglas" de su cosmología personal, lo cuál provoca que todo encuentro después de la muerte sea unilateral y frustrante. Incluso cuando la nueva alma es receptiva, la diferencia de cuatro milenios entre las experiencias vitales de ambos espíritus hace difícil el primer contacto. Por suerte el influjo tranquilizador del khu suele aliviar a ambos participantes lo suficiente para que puedan comunicarse. El alma habla el lenguaje aparentemente universal de la muerte, por lo que cualquier malentendido suele ser de origen cultural y no lingüístico.

Complementando sus palabras con imágenes empáticas, el tem-akh explica con claridad su propuesta: resurrección y una segunda oportunidad. Si el fallecido rechaza la unión, el tem-akh se marcha del khu y continúa su búsqueda, dejando al fallecido que se enfrente en solitario a los peligros del Duat azotado por las tormentas. Las almas de los recién muertos pueden desdeñar la resurrección por diversas razones; un suicida puede que esté contrariado por no haber escapado a su dolor cayendo en el olvido; un religioso puede considerar que la apariencia del espíritu egipcio es incómodamente distinta a lo que había esperado, y puede que sospeche que hay algo maligno que intenta engañarle. Un espíritu cansado puede considerar que la promesa de la inmortalidad no le resulta muy atractiva. Sea cual fuere la razón, los dos espíritus deben unirse voluntariamente. Una simple negativa basta para que no se produzca la unión.

Los hijos de Osiris escogen bien a los individuos que ansían una segunda oportunidad pero carecían de la fuerza para realizar sus sueños durante su Segunda Vida, por lo que lo más frecuente es que el fallecido se aferre a la oportunidad de redención como a un clavo ardiendo. Cuando acepta la unión, el tem-akh arranca la porción de la nueva alma que tenía más defectos. El difunto sufre un momento de intensa agonía y después, como si de una pieza perdida de un puzzle se tratara, el antiguo fragmento de alma egipcia se desliza en el hueco que ha creado y perfecciona al ser imperfecto con el que se une. Por eso el resto espiritual recibe el nombre de espíritu completivo (tem-akh) y el mortal el de redimido (nehem-sen).
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