Parte 06: La Fruta Prohibida

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—Si el Paraíso era así de perfecto, ¿por qué se rebeló la humanidad? Y ya puestos, ¿por qué os rebelasteis vosotros?

—Porque la humanidad estaba ciega, reverendo. La Biblia preferiría llamar inocente al hombre, pero el hecho era que se le mantuvo ignorante de sí mismo y del mundo que lo rodeaba. El Plan Divino incluía todo lo que pudiera necesitar... salvo la capacidad de apreciar su buena suerte. Matthew ladeó la cabeza.

—No sé por qué sospecho que no estás siendo del todo franco. Noah descargó una sonora palmada sobre la mesa que había junto a su silla.

—Si quieres acusarme de algo, ¿por qué no lo haces sin rodeos? ¿Crees que me hace gracia desgranar la historia de mi peor tragedia a alguien que piensa que he raptado a su hijo? ¿Crees que me proporciona alguna clase de perverso placer hablar de ver cómo mueren los amigos, cómo sufre la humanidad que amaba, cómo enferma y se desmorona la realidad? Matthew le sostuvo la mirada, y fue como si el acero se estrellara contra la roca.

—Me cuesta creer que los hombres diseñados por Dios, o, si insistes, por los ángeles, adolecieran de este defecto fatal. No creo que la humanidad fuera desdichada en el Edén... a menos que tú y tus “Elohim” alimentarais esa desdicha.

—¿Te parece que Adán y Eva eran felices? —Gaviel se encogió de hombros—. Quizá hasta el punto en que es feliz un perro cuando mueve la cola o un cerdo cuando retoza en el lodo. Podían experimentar el placer físico, pero les faltaba un sentido real de la comprensión... igual que a cierto pastor testarudo que yo me sé. Lo único que significaba un hermoso atardecer para ellos era que se avecinaba la noche. La belleza del otro, y eso que eran el epítome de la belleza humana, Matthew, ni siquiera eso les decía nada. La hermosura de sentir el estómago lleno y los pies calientes, ésos eran los límites de su comprensión.

—De modo que eran inocentes. Como niños.

—Inocentes como palomas, más bien. Inocentes como la rata que hurga en tu basura. Sólo que estas palomas tenían potencial para convertirse en poetas, en sabios, en escultores y músicos. Intentamos mostrárselo, intentamos enseñárselo, hasta donde éramos capaces. Pero no era suficiente. Un Fundamental podía abrir la tierra para ellos y revelar un filón de diamantes y oro, pero la humanidad primordial se limitaba a rascarse la cabeza y seguir su camino. ¿Y tú crees que los hacíamos desdichados? Un espíritu del viento, lo conocí, su nombre te sonaría a “Rafael”, trazó un elaborado plan para cantarles una canción. Tuvo que infiltrarse entre cientos de facetas, las “capas de realidad” de las que te hablaba, a fin de confabularse con los ángeles de otras casas. Un Querubín de las Esferas le dijo cuándo estaba predestinada su audiencia a atravesar cierto valle azotado por el viento. Los ángeles del Fundamento colaboraron con él para resquebrajar las paredes del valle, a fin de que el viento pudiera resonar en ellas como si se trataran de cuerdas de arpa. Se colocaron árboles en su sitio para que armonizara el crujido de sus ramas, y se sedujo a las aves hasta allí para que contribuyeran con las notas altas, al tiempo que se esculpía el lecho fluvial del valle para dotarle de la forma adecuada y que el agua corriente repercutiera... Rafael se esforzó durante años para proporcionar a tus predecesores diez minutos de música, compuesta cariñosamente de sonidos completamente naturales. ¿Sabes lo que pasó?

—¿Qué?

—Adán cazó uno de los pájaros y se lo comió, mientras Eva sacudía las ramas para ver si estaban cargadas de fruta. Y ésa fue toda su reacción.

—Hmph. Menuda historia. Pero si la humanidad era así de ignorante, ¿para qué molestarse?

—¿No es evidente? Lo hizo porque los amaba. Lo hizo porque no podía mostrarse y tocar directamente para ellos. Recuerda que no debían saber que los protegíamos. No debían saber que los vigilábamos. No debían saber que las bendiciones que recibían eran los dones del pensamiento y la intuición, y no sólo... sucesos aleatorios. Deambulábamos entre ellos sin ser vistos, y ellos deambulaban por el mundo sin comprender más que una ínfima fracción de lo que veían. De modo que no, no eran “desdichados”. Pero nosotros nos dábamos cuenta de que estaban incompletos.

—Así que os propusisteis “completarnos”.

—¿No habrías hecho tú lo mismo? Querías a tu hijo... por mucho que se hubiera enfadado contigo, nunca dudó del amor que sentías por él. ¿Qué harías si su madre hubiera intentado apartarlo de la escuela, diciendo? “Oh, mira qué feliz es de bebé, ¿para qué quieres que crezca?”

—No creo que sea lo mismo.

—¡Es exactamente lo mismo! ¿Por qué no les concedió una mayor capacidad de razonamiento el Benévolo Creador? Nosotros nos hicimos esa misma pregunta, créeme. Algunos de los serafines llegaron incluso a preguntárselo a Él. Su respuesta no fue de gran ayuda. “Si queréis saber lo que sé, acudid a Mí y ved lo que Yo veo”. Un puñado de ángeles aguerridos se tomaron Su oferta al pie de la letra. No se volvió a saber de ellos... y hazme caso si te digo que por aquel entonces sabíamos dónde buscar. Lo más probable es que Dios los destruyera por su desmesurado orgullo.

—No creerás que Dios puede ser tan mezquino —dijo Matthew, antes de poner los ojos en blanco—. O a lo mejor sí. No me lo trago.

—Ya, y, miles de años después del hecho, ¿tienes alguna explicación mejor? Matthew se encogió de hombros.

—Quizá Su motivación fuera tan compleja que sólo Él podía comprenderla. Quizá cualquiera que quisiera comprenderla a su vez tendría que hacerse uno con Él. Ahora fue Gaviel el que se encogió de hombros.

—¿Apoteosis? ¿Aniquilación? Al igual que el destino de nuestras almas muertas, ambos conceptos resultan similares para el observador exterior. Ése era nuestro dilema, reverendo. Podíamos ver las maravillas del mundo, en todo su esplendor. Sabíamos que la humanidad era el ápice de ese mundo, la cúspide, la joya de la corona, la maravilla de maravillas. En verdad erais los hijos del Padre, de un modo que a nosotros nos estaba negado, destinados con el tiempo a ser como era Él y crear como Él creaba. Erais el sol alrededor del que giraba el mundo entero. Pero erais imperfectos... imperfectos en vuestro diseño, al parecer, destinados a permanecer siempre imperfectos. Matthew permaneció sentado en silencio un momento. Dio un sorbo a su café para disimular su desconcierto.

—¿En qué consistía la imperfección del hombre? Quiero decir, todavía no habíamos pecado, ¿no?

—El pecado era algo inalcanzable para la humanidad por aquel entonces, del mismo modo que tú no le podrías imputar un peso moral a las acciones de una libélula o un koala. Erais los animales más avanzados, pero animales al fin y al cabo. “A todos los miembros de la Hueste nos parecía evidente que estabais destinados a la gloria, que todo el mundo estaba hecho para vosotros, pero erais incapaces de alcanzar vuestro potencial. No os dabais cuenta de vuestra verdadera consciencia, por mucho que intentáramos alentaros y estimularos. —Se ensombreció su semblante al añadir—: Lo intentamos una y otra vez, pero vosotros no os dabais cuenta. Y debido a nuestra orden de no interferir, no os lo podíamos decir sin más.”

“¿Qué podíamos hacer? Os veíamos sufrir en vuestra ignorancia... puesto que incluso en aquel estado primitivo, comprendíais al menos cuán frustrado se sentía vuestro Hacedor mientras aguardaba día tras día un progreso que nunca llegaba. Cada día se reflejaba en nosotros vuestro sufrimiento, más agudo, más fuerte, hasta que ya no pudimos sopórtalo más.”
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