Fue de nuevo Ahrimal el que intuyó el cambio. Vino a mí en la noche
más oscura y me susurró:
—Presiento otra tormenta, Malakh. —Esta vez lo seguí de viaje a lo
largo y ancho de la tierra, en su visita a todas las ciudadelas y catedrales
en busca de respuestas. Por fin, desesperado, peregrinó a Genhinnom y el
Palacio de las Sombras.
El gran vidente solicitó entrevistarse con el Lucero del Alba en persona. El Príncipe del Miedo llamó a Ahrimal a su cámara e invitó a hablar
al profeta.
—¿Qué ha sido de Adán y Eva? —quiso saber Ahrimal.
Nadie, ni rebelde ni ángel alguno habían visto u oído de los primeros
mortales desde hacía más de una era. Expulsados del Edén, Adán y Eva se
habían perdido de vista. Sus descendientes los recordaban como personajes
de las leyendas primigenias. Es fácil imaginar el dolor que había provocado
a muchos de nosotros el edicto de Lucifer, puesto que era por Adán y Eva
por quienes nos habíamos arriesgado a la condena. Estar separados de ellos
confería a la victoria un carácter pírrico.
Tras un largo silencio, Lucifer nos narró esta historia.
De Adán y Eva
—Un cuarto de la raza de Adán y Eva regresó a la Hueste Celestial la
mañana de nuestro juicio, pero no el Padre y la Madre de Todos. Su inmortalidad les había sido arrebatada con una sola palabra, y se vieron obligados
a labrar los campos para obtener su sustento. Cuando llegó la hora de dispersar las distintas legiones con sus respectivos rebaños mortales, Adán y
Eva acudieron a mí y me rogaron que les permitiera marchar.
“Adán fue el primero en hablar, diciendo, «Nos has enseñado mucho.
Hemos sido expulsados del Edén y consignados al polvo, pero a cambio nos
hemos convertido en nuestros propios dueños. Dios nos llamó pecadores
cuando Lo desobedecimos. Ahora vemos el mundo como realmente es,
vasto, yermo y desolado, pero en él dejaremos nuestra impronta».”
“Luego habló Eva. «Nos has enseñado mucho. Aceptamos la fruta
que nos ofrecías y abrimos los ojos a la verdadera magnitud de la Creación,
tanto que ahora comprendemos nuestra posición de exiliados. Seguirte por
más tiempo sería una locura. Nos has abierto los ojos, y por eso te estamos
agradecidos, pero con los ojos abiertos es como hemos de buscar nuestro
propio camino. Si hemos de heredar la tierra, que sea gracias a nuestro
esfuerzo, nuestro sacrificio y nuestra fe».”
“Dicho esto, Adán el Padre de Todos y Eva la Madre de Todos se
alejaron de mí y se aventuraron en los páramos en busca de su destino. Con
el tiempo, aprenderán a dominar la Creación o a padecer hasta que Dios
los redima.”
La Sangre del Edén
Tras esas palabras, concluyó nuestra audiencia con Lucifer. Pero en
lugar de dar el asunto por zanjado, Ahrimal estaba decidido a averiguar
cuál había sido el destino de los primeros mortales.
—Presiento algo —dijo Ahrimal mientras viajábamos—, y Adán y
Eva ocupan el centro de mis preocupaciones. Tienen un papel que representar, estoy convencido. Lucifer nos ha ordenado que nos mantengamos
lejos de los primeros mortales, pero debo saber por qué.
De modo que continuamos nuestras búsquedas mientras el verano
daba paso al invierno, éste al otoño, éste a la primavera y ésta de nuevo al
verano. Cuando nos encontrábamos con otros caídos, los interrogábamos
acerca del posible paradero de Adán y Eva. La respuesta era siempre la
misma, pero nos negábamos a aceptar la derrota.
Después de muchos años de búsqueda, al fin encontramos su escondrijo. Se habían asentado en los confines de oriente, en lo alto de una
pequeña colina salpicada de orquídeas y rodeada de prados. A la sombra
de los cipreses, habían levantado un refugio que los guarecía del viento y
la lluvia. Los espiamos de lejos. Los años parecían haber pasado factura a
Adán. Los largos días de labor habían dejado su huella en su semblante,
delatando dolor, soledad y perseverancia, aunque sus ojos estaban llenos
del orgullo que les inspiraban los logros sencillos que habían alcanzado Eva
y él. Eva la Madre de Todos, siempre radiante, trabajaba junto a su esposo,
cuidando de la casa y los sembrados con el mismo vigor. Y no estaban solos.
El Tercer Mortal
No muy lejos de su morada, encorvado por el trabajo del campo, vimos
por primera vez al que habría de ser conocido como el Tercer Mortal: Caín.
Su rostro era hermoso, tostada su piel por el sol y fuertes sus brazos, pero
tenía la preocupación plasmada en la cara. A sus pies descansaban canastos
llenos a rebosar de todos los frutos de su labor, y comprendimos de inmediato cuál era su tarea. Sus manos habían arado la tierra en todas direcciones,
trayendo la vida a un erial. Inasequible al desaliento, había quitado las piedras y las malas hierbas de los campos y las había reemplazado por semillas.
En las flores y frutos que habían brotado, Ahrimal y yo reconocimos ecos del
Edén, y sentimos deseos de decir al Tercer Mortal las maravillas que había
creado. Pero un paño de pesar cubría al Tercer Mortal, tan absoluto, tan
sobrecogedor, que ni Ahrimal ni yo nos atrevimos a acercarnos a él.
En ese momento, procedente del otro lado de una colina, oímos la llegada de un gran rebaño de ovejas. No una manada salvaje, sino un rebaño
dirigido por el llamado Abel. El hermano de Caín, de piel clara y alborotado
pelo rubio por el viento, apareció en lo alto de un pequeño promontorio.
—Anhela mostrar su amor a su hermano, pero este amor no es libre.
Está restringido por una oscura pasión —dijo Ahrimal cuando Caín se acercó a Abel—. Siente que debe hacer algo que lo asusta.
Fue Abel el primero en hablar.
—Hermano, me has pedido que baje de las colinas, y aquí me tienes.
¿Qué te preocupa? ¿Es lo que ha dicho el Creador de tu ofrenda? No cuestiones Su amor, hermano. No reporta sino aflicción. Así nos lo han enseñado. Sabes que siempre apreciaremos tus obsequios, pues tú haces que la
tierra sea verde y vibrante. Ven conmigo hermano, regresemos.
Mas Caín no dijo nada por un momento. A la menguante luz del
atardecer, su cuerpo esbelto pero poderoso se encumbraba sobre el de Abel,
proyectando una sombra larga y negra. Apoyó una mano en el hombro de
Abel, un gesto de afecto entre hermanos de no ser por la oscuridad que
anidaba en sus ojos.
—Hermano —dijo el Tercer Mortal—, Dios me pidió que le ofreciera
el mejor de mis sembrados, aquel que me proporciona dicha y felicidad.
Lo entendí mal y llevé las semillas del suelo, sus frutos y sus flores. Pero
no es esto lo que Él quería. No era digno, porque procede del polvo al que
Él exilió a nuestros padres. Mientras tú ofrecías los corderos de tu rebaño,
tiernos e inocentes, yo no llevé nada más que polvo. Ahora sé lo que debo
hacer. Pues tú eres el mejor de mis campos, he cuidado de ti durante mucho
tiempo, y habré de hacerlo por siempre. Tú serás mi regalo para Él, y me
ganaré Su amor con tu sangre.
Lo que sucedió a continuación desencadenó una tormenta que ruge
aún en estos días. El gesto de Caín volvería a repetirse cada noche entre
hermanos, entre amantes, entre desconocidos hasta el fin de los tiempos.
Abel vio cómo se condensaban las tinieblas en los ojos del Tercer Mortal. Su rebaño presintió su temor, y sus balidos ahogaron los ruegos de Abel
cuando el Tercer Mundo cogió una piedra y la descargó en la cabeza de su
hermano. La sangre de Abel se derramó, cubriendo al Tercer Mortal, y no dejó
de manar hasta convertirse en una mancha que crecería para empañar toda la
Creación. Exhausto, Caín se desplomó sobre la forma inerte de su hermano.
Ahrimal comprendió el significado de lo que había visto. Yo sólo sentí
la traición.
Se había vertido sangre por culpa de la ira y el odio. No en una cacería
ni por la necesidad de sobrevivir. Aquella noche, mientras se agolpaban las
nubes, cayó sobre el mundo un velo de tinieblas que lo cubre aún hoy en
día. Incluso la colérica condena de Dios por nuestra rebelión, Su Destrucción del Edén, palidece en comparación con lo que hizo Caín aquella tarde.
La Promesa de la Sombra
Pero lo peor aún estaba por venir. Ahrimal me rogó que me fuera, y
horrorizado no pudo por menos de obedecer. La última vez que vi a Caín,
el Primer Asesino, estaba de pie en medio del campo, cubierto por la sangre
de su hermano, esperando a que apareciera el Todopoderoso para presentarle su ofrenda.
Se dice que Caín fue exiliado, alejado de la luz y condenado a vivir en
la oscuridad, obligado a repetir su pecado todas las noches hasta el fin de los
tiempos. Lejos hacia el este, en una tierra arrasada llamada Nod, cuentan
que fundó su propia ciudad, inspirado probablemente por las grandes ciudades catedral que salpicaban el paisaje. Llamó Enoch a esta ciudad, pero
poco más se sabe de su suerte. Me pregunto si sigue estando aún en la tierra,
y qué le diría si volvieran a cruzarse nuestros caminos.
Se Desata la Oscuridad
Cuando regresamos a nuestras tierras, vimos penachos de humo que
se levantaban hacia el cielo plomizo. Al cruzar los altos picos de las Montañas de las Lamentaciones vimos fuegos que ardían en todas direcciones,
convergiendo en Sagun, ciudad fronteriza de la Hueste. En el valle a nuestros pies, el grueso de la Legión de Ébano marchaba en filas apretadas. A su
paso dejaban un reguero de destrucción que se extendía hasta el horizonte,
sembrado de cuerpos de hombres y bestias. La acción de Caín había desencadenado el potencial de la atrocidad por toda la Creación y había iniciado
la tormenta que tanto temía Ahrimal.
Desde nuestra atalaya, observamos cómo se cernía la Legión de Ébano
sobre Sagun. Cuando encontraban mortales leales al Cielo, los cargaban de
cadenas y los hacinaban en inmensas caravanas de esclavos o los ejecutaban directamente. Vi mortales arrojados contra peñascos, desmembrados o
hendidos por filos de fuego y luz. Los gritos de los moribundos resonaban
por toda la tierra.
El Asedio de Sagun
Transcurría el día, y a nuestros pies, en el valle de Sagun, rugía la
primera batalla auténtica de nuestra rebelión.
Los Diablos de la Legión de Ébano dirigían filas de Devoradores a
la batalla, enfrentados a los ángeles que surgían de Sagun para recibir su
primera embestida. En las alturas, los Perversos ascendían en círculos para
chocar con los ángeles en medio de truenos y relámpagos. En los flancos, los
Azotes arrojaban sus vientos envenenados contra la vanguardia, velando
los movimientos de la legión y asfixiando a los refugiados leales que corrían
hacia la ciudad. En la retaguardia, los Malefactores abrían la tierra y lanzaban una lluvia de fuego sobre Sagun y sus alrededores, entre densas nubes
de azufre que escapaban de las fisuras del suelo.
Los Corruptores entonaban
canciones de sed de sangre, sumiendo a la legión en el frenesí e incitando a
ángeles y mortales por igual a su ruina. Por último, inmersos en el caos, los
Verdugos buscaban muertos y moribundos, ya fuera para salvar sus almas o
para condenarlas a las tinieblas.
El crudo salvajismo del asalto desconcertó a la Hueste. Muchos de sus
altos mandos, Miguel, Gabriel, Uriel y Rafael, estaban ausentes, enviados
por Dios a castigar a Caín por su pecado. Pero eso no era todo. La muerte de Abel había afectado a la Hueste tanto como a los caídos. Empero,
mientras que parecía que a nosotros nos había liberado, los ángeles estaban
paralizados. Eran incapaces de entender el mal que se cernía sobre ellos.
Esto resultó ser su ruina.
Cuando los ángeles y los arcángeles salían de Sagun, vacilaban ante
las filas de la legión reunida. Sin saber qué acción emprender, Jabniel, subordinado de Anahel, se adelantó para dirigirse a las filas de Ébano.
—Estáis ante un protectorado de la Hueste. Aquí rige Su Voluntad.
La devastación que traéis os será devuelta. Estoy dispuesto a retar a cualquiera de vosotros en ausencia de Anahel.
Lirael, caudillo de la Sexta Casa de caídos, salió de nuestras filas para
responder. Estaba embadurnado de vísceras, y su cuerpo era la manifestación
del fuego y la cólera. Tras él arrastraba una inmensa hacha. Recuerdo a Lirael
como el Ángel de la Furia, el que empujaba a las bestias a su frenesí asesino.
Lirael, que había sido superior de Jabniel antes de la Caída. Cuando llegó
ante Jabniel, no hubo discurso, ni debate, se limitó a alzar su poderosa hacha
y descargarla sobre el defensor de Sagun. Al hender la presencia de Jabniel, el
hacha traspasó al ángel y arañó el suelo, emitiendo un siseo que sonaba como
el verdadero nombre de Jabniel que en un instante dejó de existir. Jabniel se
convirtió en la primera víctima real de las muchas que habría de provocar la
Era de las Atrocidades, y su nombre dejó de resonar en la Creación.
La muerte de Jabniel desató un frenesí sobrecogedor entre la legión,
que se abalanzó sobre los ángeles de Sagun. Al caer la noche, Sagun había quedado reducida a escombros, saqueados sus salones por la Legión de
Ébano, y apropiadas sus riquezas a modo de trofeos. De los defensores de
Sagun, sólo una tercera parte escapó a la matanza, huyendo por el Valle
de la Reverencia en dirección a las demás Altas Ciudades. Pero para su
desolación, los supervivientes encontraron sitiadas Zebul y Machonon. Se
unieron desesperadamente a las débiles guarniciones de aquellas ciudades,
pero no antes de que la Gran Biblioteca de Zebul, donde se guardaba el Libro de los Nombres, ardiera hasta los cimientos. De sus incontables léxicos
y tomos, como los Vientos Secretos y el Libro de Abadón, sólo escaparon
de la quema fragmentos y cenizas. Aunque fueron pocos los ángeles que resultaron destruidos aquel día, muchos regresaron al Cielo rotos y exhaustos.
La Ruptura de las Legiones
—Aquí llega —dijo Ahrimal, señalando hacia el horizonte. Entre las
ruinas y los cuerpos destrozados apareció orgulloso Lucifer, Príncipe de los
Caídos, con el resto de las legiones desfilando tras él. Contempló la destrucción que lo rodeaba, mientras la Legión de Ébano lo recibía con vítores
desafiando al Cielo. Al llegar a las puertas de Sagun, habló.
—¿Es esto lo que ha desencadenado el pecado del hombre? —Se alzaron
más vítores en respuesta, pero una sombra cayó sobre nuestro temible general.
Abadón, señor de la Legión de Ébano, se irguió y replicó:
—Nuestro desafío al Cielo ha encontrado un nuevo campo de batalla. Ya
no es preciso que soportemos por más tiempo la presencia de la Hueste en este
reino. Dios tiene el Cielo, ¿no se conforma con dejarnos la Tierra a nosotros?
Si es preciso, daremos caza a todos Sus siervos y los reduciremos a la nada.
—No es por eso que desobedecimos, Abadón —contestó Lucifer—.
Lo hicimos por amor a los que Él había creado e ignoraba. Éste no es nuestro reino; nunca lo fue y nunca lo será. Lo que nos rodea pertenece a la
humanidad.
—Pero fue esa misma raza, Portador de Luz, la que trajo el mal a esta
tierra —repuso Asmodeo—. Dices que Abadón vino aquí para traer muerte y destrucción, pero fue el pecado de Caín el que ha provocado esto.
Cuando su sombra oscureció la tierra, Abel no fue el único inocente en
sucumbir. Me entristece ver esto, Lucifer, porque renuncié a mi puesto en el
Cielo por la humanidad, pero ahora es evidente que la oscuridad habita en
todas las almas. Quizá no sean tan perfectos como pensábamos.
Azrael fue el siguiente en hablar.
—Los gritos de Abel perturbaron la tierra de las sombras. Con su
muerte, nació algo más. Vino como una tormenta, total y poderosa, y nada
escapó de ella. Los de mi legión, los perdidos y abandonados, intentamos
impedir que esta presencia traspusiera la sombra y se derramara sobre la
tierra. Quizá sea esto lo que vio Ahrimal antes de la Caída, la prueba de que
hemos elegido el camino equivocado. Estamos condenados por los pecados
de los mortales.
—No podemos asumir la responsabilidad por los pecados de la raza del
polvo, como merecen llamarse los hijos de Adán y Eva —continuó Abadón—. Nuestro amor y sacrificio ha sido recompensado con el engaño.
De haberlos visto sin la venda en los ojos, libres de los grilletes del amor,
quizá hubiéramos reparado en su oscuridad y no sólo en su luz. Estábamos
ciegos, Lucifer, y tú, segundo de Dios, deberías habernos detenido. Ahora
estamos exiliados en esta tierra estéril, sentenciados a existir en este estado
intermedio por culpa de nuestro amor a la humanidad. Yo digo nunca más.
Prosiguió Asmodeo.
—La raza del polvo existía ignorante por decisión propia. Todos los
indicios estaban ahí; trabajamos día y noche para educarlos, pero preferían
no ver. ¿Eran ignorantes por mandato de Dios o simplemente porque habían escogido la ignorancia?
Lucifer, solo, paseó la mirada sobre sus legiones y sintió lástima.
—Así que a esto se reduce. Nos estamos separando; vuestro odio,
vuestra ira os impiden dar lo mejor de vosotros mismos. Deberíamos ser
guías y protectores, no atormentadores y cultivadores de desgracia. No concentréis vuestra rabia en la raza de Adán y Eva por el mero hecho de que
no tengan poder para desafiaros. Recordad, nos enfrentamos al Cielo, pero
la humanidad nos nutre con su fe.
—Tal vez sea así, Portador de Luz, pero no podemos asumir que ésta
sea la última mancha que dejen en nuestra alma —insistió Abadón—. Nos
trajiste aquí con promesas de amor y reinos futuros. Estoy de acuerdo, nos
enfrentamos al Cielo, pero todos tenemos distintos motivos para cargar
contra la Hueste. Dices que debemos construir un reino aquí, y eso haremos. Pero en lugar de uno, construiremos muchos, cada uno de ellos reflejo
de lo que entendamos por perfección. Tú siempre serás nuestro general,
pero es evidente que todos tenemos nuestras propias guerras que librar.
Cuando nos llames, acudiremos; cuando nos pidas que marchemos, lo haremos. Pero no te seguiremos a ciegas nunca más.
—Dime, Portador de Luz, ¿alguna vez previste que tu gloriosa empresa terminaría así? —preguntó Asmodeo—. Quizá es preciso que sigamos
distintos caminos. Es tu luz que nos guía, pero la Creación es tan vasta
como ignota y nuestros muchos ojos deben mirar en todas direcciones. Es
evidente que el potencial de la raza de los mortales consta de muchas facetas, y con ese fin, animaremos a nuestros rebaños a descubrir su verdadera
vocación. Debemos estar preparados para aceptar cualquier resultado. Te
seguimos, Portador de Luz, siguiendo nuestro propio camino.
Lucifer fue el último en hablar.
—Juntos hemos retado al Cielo en glorioso desafío. Ahora nos dividimos, convirtiéndonos en muchos en lugar de uno solo. Muy bien, llevaos
vuestras legiones y librad vuestras guerras. Quizá estéis en lo cierto. Quizá
el Cielo no pueda combatir en muchos frentes. Pero recordad una cosa.
Somos responsables, nuestras acciones resonarán hasta el fin de los días.
Partid ahora. Volveremos a vernos, hermanos, y cuando lo hagamos os rendiréis a mí, o seréis reducidos a cenizas.
Aquel día, cuando se dispersaron las legiones y Lucifer regresó a Genhinnom, comenzó la Era de las Atrocidades.
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