No estamos solos. Los demonios que huyeron del Infierno antes que
nosotros, los que desaparecieron hace tantas eras, están entre nosotros. Voy
a plasmar esto ahora, como mejor lo recuerde. La mente de Anila no posee
la capacidad de almacenar recuerdos tan bien como podía hacerlo yo antes
de asumir su forma. Espero que esto me permita conservar los detalles que
podría perder de lo contrario.
La visitación no fue dramática. No se me apareció un demonio envuelto en llamas sobrenaturales enarbolando una espada de odio. Se me
acercó en una cafetería, al doblar la esquina saliendo de la oficina, vestido
con un traje barato y los zapatos sucios. De alguna manera, eso fue peor.
Deambulaba sin llamar la atención entre la humanidad, manipulando a sus
seguidores y títeres y haciendo con ellos lo que le placía.
Hacía horas que sentía un extraño dolor de cabeza. Anila lo habría
llamado jaqueca, pero no me parecía adecuado. Era más bien... bueno, era un
dolor “infernal”, y hacía todo lo posible por ignorarlo. Pensar demasiado en el
Infierno aviva la ira y me nubla el pensamiento. No quería que ocurriera eso.
—Magdiel. Qué alegría verte en persona.
La conmoción estremeció mi cuerpo. Era mi Nombre Celestial, pronunciado en voz alta por primera vez desde mi huida. El hombre que tenía
ante mí era anodino, joven, con un traje demasiado holgado cubriéndole el
cuerpo larguirucho. El pendiente que llevaba en la oreja y el cabello rapado,
eran sus únicos rasgos destacables. Me pidió que diera un paseo con él.
Al cabo, le pregunté si era un demonio igual que yo.
—Oh, no. Soy humano, pero represento a uno que antes fue como tú.
Mi cuerpo y mi mente son algo que el Amo utiliza para facilitar la comunicación contigo. He aprendido de otros de tu especie, que a veces os cuesta
recordar dónde acabáis vosotros y dónde empiezan los seres mortales. Mi
amo no sufre este tipo de restricciones.
“Y él es la fuente de mi poder. Recuérdalo —dijo, mirándome de soslayo. Era una marioneta, me daba cuenta, pero la fuerza que lo respaldaba,
la criatura que manejaba sus hilos, era mucho más poderosa que yo, o que
cualquiera de los recién llegados del Infierno. Podía sentir su pura malevolencia incluso a través de su frágil conducto humano. Le pregunté qué
ganaba sirviendo a ese amo. Sólo tenía una respuesta: poder. Le pregunté
qué quería decir con eso, y pareció entenderlo como una excusa para mostrármelo. Señaló a un indigente que mendigaba en la acera—. Va a morir.
Dentro de dos minutos, se tirará delante de un coche.”
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, sin presentir la inminencia de la
muerte a su alrededor.
—Porque yo así lo deseo.
Cuando el mendigo pasó junto a mi visitante, lo miró brevemente y
susurró algo entre dientes. Sentí que el tejido de la realidad se deformaba
por un instante y que algo cambiaba. El hombre trastabilló en dirección a la
calzada, con una expresión extraña. Intenté detenerlo.
—No, Magdiel —susurró la marioneta. Me detuve. No tenía elección.
Sentía la presión de la voluntad de su amo—. Mira y escucha.
El hombre se plantó al borde de la concurrida carretera, y entonces,
con una economía de movimientos que me sorprendió, se tiró al suelo delante de un vehículo que se acercaba. Muerte. La destrucción del cuerpo no
me afectaba. Sólo era carne, esparcida por la carretera. Sin embargo, sentí
que el espíritu se soltaba en el momento que se separó de la carne, cuando
los neumáticos aplastaron el cerebro. Y luego... nada. No apareció ningún
ángel. El alma se fue, y yo no tenía ni idea de su destino. Sentí que la rabia
crecía en mi interior.
—Culpa. Es increíble lo que obliga a hacer a la gente —se rió mi visitante.
—¿Qué has hecho?
—El roce más leve del poder del Amo. A otros humanos les encanta,
ya sabes. Ansían librarse de las preocupaciones mundanas. Nos resulta mucho más fácil hacerlo cuando el Amo nos cede el poder. Hace miles de años
que es libre y ha acumulado más poder del que creerías posible. Esta ciudad
no fue siempre lo que parece ahora.
Abarcó las calles mugrientas con un gesto de desdén.
—Hace falta trabajo para convertir un lugar en algo tan desolador.
Se siente orgulloso de ello; a veces me lo enseña, llenándome los ojos de
visiones. Una vez, a nuestro alrededor todo eran árboles, y el río fluía libre
y limpio. Los invasores de ultramar habían llegado hasta aquí, y su fuerza
era mayor de la que podían resistir los habitantes oriundos de este sitio.
“Uno de los nativos derrotados albergaba en su interior una chispa del
poder. Quiso invocar a los espíritus del río para que le ayudaran a repeler al
invasor y vengar a sus hermanos caídos. Cegado por la ira y el odio, invocó
al Amo en su lugar. Su rabia lo hacía fácil de manipular. Al final, mi Amo
se liberó de sus ataduras y el druida se convirtió en su esclavo. Igual que la
familia del druida, generación tras generación, hasta el día de hoy. Por medio de ellos, esta ciudad cayó en poder de mi Amo, más o menos. Oh, no en
el insignificante sentido mortal de decirle a la gente lo que debe hacer, sino
en el sentido de que muchas de las personas importantes escuchaban sus
palabras. Pronto, mi familia aprendió a servirle voluntariamente. Mi padre
me introdujo a su servicio, como había hecho su madre con él. Fue lo mejor
que hizo nunca por mí. Adoro al Amo, y él me da fuerza.”
“¿Te lo imaginas? Dios quiso encerrarlo, pero él desafió a Dios. Escapó
y se ganó la veneración que le pertenece por derecho. El tiempo que pasó
en el Infierno sólo sirvió para convertirlo en un gobernante más estricto.”
La risa del hombre molestó a los demás transeúntes, como si pudieran
oír algo, pero no localizar su origen. Un par de ellos parecían visiblemente
molestos por la confusión. Le pedí que guardara silencio, lo que no consiguió más que se riera con más fuerza.
—Qué humano por tu parte, “Anila”. Eres un demonio, no una patética mortal. No te rebajes a imitar sus costumbres.
Caminamos en silencio un momento. Al final me condujo a una casa
sita en una calle marginal, lejos de la calle principal. Los escalones descendían a un sótano lóbrego, que se abría a una escalerilla de madera que
bajaba aún más. Ésta, a su vez, comunicaba con un túnel húmedo que debía
de tener cientos de años, aunque estaba iluminado con bombillas eléctricas
colgadas del techo mohoso. El olor era repugnante, lo que impulsaba a suponer que nos encontrábamos cerca del antiguo alcantarillado victoriano.
La presión que sentía aumentaba. La sentía como a uno de nosotros, sólo
que mil veces más poderoso y de algún modo distinto. Alienígena. Sé qué
impresión dan los demonios y los ángeles, y esto era otra cosa... y yo me
estaba metiendo en su guarida.
—Entonces, ¿por qué no gobernáis esta ciudad todavía tú y los tuyos?
—pregunté, queriendo romper el silencio—. ¿Por qué no he oído nada de
tu amo en las semanas que hace que escapé?
—Eres astuto, Magdiel. Ya nos lo había advertido. —Soltó un gruñido
de fastidio—. Quizá Dios haya dado la espalda al mundo, pero el peso de
Su horrenda influencia perdura. No nos enfrentábamos a una hueste de
ángeles ni a mil años de guerra. Tan sólo a un puñado de humanos demasiado absortos en su fe por Él, demasiado ávidos de verter sangre para Su
mayor gloria. No podían herir a nuestro Amo, de modo que volcaron su
atención sobre nosotros, sus seguidores. Nos quemaron, nos torturaron y
nos mataron. Asesinaron a nuestros hijos, a nuestras esposas, eliminaron
familias enteras para poder considerarse santos.
—¿Y qué ocurrió luego?
La Tentación
Pareció incómodo por un momento, antes de que la máscara de confianza volviera rápidamente a su sitio.
—Los pocos seguidores del Amo que sobrevivieron, cogieron su relicario sagrado y lo ocultaron de las hogueras asesinas de la Iglesia. Y él...
durmió. Esperó. Nuestros antepasados se escondieron a su vez, transmitiendo los ritos de adoración de generación en generación, y a cambio, el Amo
nos bendijo con poder y prosperidad. Sin enemigo contra el que cargar,
era sólo cuestión de tiempo que la Iglesia bajara la guardia, y al final, que
perdiera su fe en un Cielo indiferente. Y tenía razón. Tú mismo lo has visto.
El mero hecho de que estés aquí, Magdiel, lo demuestra. Ahora mi Amo ha
despertado de nuevo y ha llamado a sus fieles a su lado.
Me condujo hasta una vasta cámara que tenía aspecto de haber sido
tallada a mano en la roca. Al igual que el túnel, la iluminaban luces eléctricas. Había mucha gente trabajando allí abajo. Manipulaban instrumentos
electrónicos que yo no comprendía, leyendo, escribiendo, trazando planos.
Allí abajo había toda una secta, todos ellos tocados en cierto modo por el
ser que una vez fue uno de nosotros.
La marioneta me indicó que me sentara. Él ocupó otra silla frente a mí
y se inclinó para mirarme a los ojos.
—La humanidad ha perdido el norte. Se burlan de la parafernalia de
la religión, pero en el fondo de sus huecas almas, anhelan alguien en quien
creer. Alguien como tú, Magdiel. Junto a mi Amo puedes conseguir que la
gente de esta ciudad crea de nuevo, que te ofrezcan su fe y su alma, como
siempre has querido. Piénsalo. Tu victoria final está próxima. Quizá pensaras que la rebelión había terminado cuando Él os envió al Abismo, pero la
guerra continúa. Mi Amo quiere que lo sepas, Magdiel. Dios se ha retirado
del campo de batalla. Únete a nosotros y el mundo será nuestro al final.
Por un momento, fui suyo. Me imaginé barriendo la escoria de la ciudad sobre nuestras cabezas y remodelándola a nuestra imagen, como era antes cuando el mundo era nuevo.
Imaginé un regreso a la justicia, la erradicación del sufrimiento que martirizaba a los habitantes de este lugar. Imaginé
siglos de castigo para los débiles y los desleales que me habían abandonado.
Imaginé a mi padre suplicándome perdón, llorando miserablemente
al pensar que me había rechazado, después de ver la gloria de aquello en
que me había convertido. Imaginé a mi esposo, atado a mis pies, incapaz de
abandonarme, de herirme, atrapado por siempre en su adoración hacia mí.
Y dentro de mí, una parte de mí que era tanto Anila como Magdiel
antes de la caída, volvió a rebelarse. Antes se horror, el odio de mi interior
se aplacó. Permanecía sentado largo rato, con el demonio y el ángel batallando en mi interior. El ángel habría perdido, de no ser por Anila. Se había
ido, pero yo era el heredero de su fuerza, su determinación y sus valores.
Ella no permitiría que me perdiera.
—No.
—Me parece que no te he oído bien. ¿Estás rechazando la oferta de
mí Amo?
—Sí. No somos demonios, no importa lo que crea la humanidad. Somos ángeles. No ganaríamos nada esclavizando a la humanidad. Ése no fue
nunca mi objetivo. Queríamos que nos amaran, no que nos adoraran. Tu
amo, al parecer, lo ha olvidado.
Por un momento, pensé que iba a golpearme. Luego su ira dio paso al
pánico. No me hacía falta leer su mente para saber qué estaba pensando:
había fallado a su amo. Entonces esbozó una amplia sonrisa. No era una
visión agradable.
—Pobre iluso —dijo, pero la voz había cambiado. Resonaba con la
nada del vacío, y manaba humo de la garganta del frente—. Ya aprenderás.
Y cuando lo hagas, te estaré esperando.
Corrí. Hacía mucho tiempo que no experimentaba el temor, pero lo
sentí en ese momento. Encontré una salida del túnel que desembocaba en
un almacén del ferrocarril. Uno de los empleados ferroviarios intentó detenerme y o derribé sin pensar, ajeno a todo salvo a la necesidad de huir de
aquella cosa que se ocultaba bajo tierra. Sólo ahora comprendo que se me
permitió escapar. Parecía convencido de que yo regresaría.
Lo que más me asusta es lo tentadora que resultaba la oferta.
El Castigo
Volví a ver aquella cara, la que había cogido prestada del demonio
unos días después. Aparecía en uno de los boletines de personas desaparecidas que circulaban por la oficina. Temí que nadie encontrara nunca al
hombre de la foto, al menos de ninguna forma que pudieran reconocer sus
amistades.
Decisiones
Esperaba que el tiempo me permitiera comprender este mundo antes
de decidir qué hacer a continuación. Ya no estoy seguro de poder permitirme ese lujo. Se están trazando los planes de batalla. Los demonios que
desaparecieron del Abismo en la antigüedad están aquí, acechando en los
rincones sombríos de la tierra, y se han vuelto más terribles que cualquier
Príncipe del Infierno. Pretenden esclavizarnos y modelar el mundo a su
imagen, mientras mis hermanos buscan liberar a los señores del Abismo y
llevar a cabo sus propios planes.
No puedo permitirlo. El mundo se encuentra ya al borde de la ruina.
La humanidad ha sufrido bastante por nuestros pecados.
Sólo espero que haya otros como yo, otros caídos que hayan recordado
que una vez fueron ángeles. Si tengo que enfrentarme solo a los leales al
Infierno, fracasaré. Pero, si hay otros como yo que pueden recordar lo que
fuimos una vez, quizá tengamos una oportunidad.
¿Se puede redimir un
demonio? Todas las noches, cuando vuelvo a casa y pierdo a Magdiel en los
placeres mundanos del hogar de Anila, un beso de cariño y una conversación amable, espero que así sea.
Pero si ha de producirse el perdón, será debido a los hechos y no a las
palabras. Aún estamos a tiempo de actuar, mientras los Príncipes del Infierno permanecen en su prisión y los Encadenados intentan reunir sus fuerzas.
Sé que no estoy solo. Tiene que haber otros como yo, que se acuerden de los
ángeles que fueron antaño y no sólo de los demonios en que se han convertido. Juntos podemos devolver la gloria a este mundo, cueste lo que cueste.
Que conspiren los Encadenados en sus guardias secretas. Que se rebelen los señores del Abismo contra sus cadenas. No volveré a tener miedo
de ellos, ni de aquellos que se opongan a mí. Soy Magdiel el Verdugo, el
Ladrón de Almas. Voy a cambiar este mundo.
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