La época que vino a continuación fue la más gloriosa para nosotros.
Lac victorias de la Era de las Atrocidades habían replegado a la Hueste,
sus fuerzas se encontraban dispersas y maltrechas. Siguiendo el consejo de
Lucifer, fortificamos nuestras ciudades e incluso los temibles malhim se apaciguaron una temporada. A fin de congraciarse con las Legiones de Ébano
y de Plata, Lucifer les permitió retener el gobierno de sus ciudades, pero ya
no podrían aumentar sus rebaños sin pagar tributo antes a Genhinnom. De
ese modo la Legión Escarlata expandió sus rebaños por toda la Creación.
Pero eso no fue lo único que hizo.
Lucifer ordenó elevar la raza de Adán y Eva. Había pasado mucho
tiempo desde aquella Primera Noche en que Lucifer abriera los ojos del
Padre y la Madre de Todos. Mucho habían olvidado los descendientes de
Adán y Eva, gran parte de sus conocimientos se componía de verdades a
medias y supersticiones, mezcladas con el temor de la Era de las Atrocidades. En lugar de ser testigos de la totalidad de la Creación, los mortales
volvían a estar ciegos.
Pero esta vez no cabía echar la culpa a Dios, pues
nosotros éramos los únicos responsables.
Esto afligía a nuestro poderoso príncipe. Habíamos desafiado al Cielo
para arrojar luz sobre el mundo, no más oscuridad y desesperación. Habíamos defraudado a nuestro Portador de Luz, y él había defraudado a Adán
y Eva.
—¿Habré seguido la senda de nuestro Creador sin saberlo? —se lamentaba Lucifer—. ¿Acaso esta rebelión no es más que una sarta de mentiras?
“¡Basta! Iniciaremos una nueva era. Nuestra rebelión no habrá sido
en vano. Todos los años de trabajo y desesperación, de violencia y asesinato
no habrán sido en balde. Elevaremos la humanidad hasta que toque las mismísimas murallas del Cielo. Éste será nuestro Gran Experimento. Si fracasamos, todo estará perdido. Si tenemos éxito, la victoria será nuestra al fin.”
El Gran Experimento
Lucifer seleccionó a diez de sus criados de más confianza y los envió a
recorrer el mundo. Su misión consistía en enseñar a Adán y Eva los secretos, no sólo de la Creación sino también del Cielo. Aquel fue el principio
del fin.
En todas partes, los Diez aleccionaron a los rebaños mortales, que a su
vez transmitieron el conocimiento a sus tribus y construyeron la Civilización de las Cenizas. Tal era el saber que impartían los Diez que, en cuestión
de pocos años, nacieron por todo el mundo ciudades que rivalizaban con los
bastiones de los caídos. Los mortales construyeron ciudades sobre los océanos y las cumbres de las montañas, cubrieron los desiertos de metrópolis y
las selvas de templos de oro. Ciudades como Enoch, si es que se puede creer
lo que dice el libro de los mortales.
Los Diez visitaban estas ciudades periódicamente para controlar le
evolución de sus pupilos y adiestrados. Con el tiempo, estos misteriosos
tutores se conocerían simplemente como “los Vigilantes”.
Los Vigilantes
Los diez vigilantes, embozados en capas de luz y de sombra, eran altos
y frágiles, pero sus ojos estaban cargados de conocimiento y potencial. Eran
bienvenidos en todas las ciudades del hombre, y observaban mientras los
mortales aprendían los saberes en cada ciudad mortal para que su saber pudiera transmitirse de una generación a la siguiente. Estos libros se llamaron
el Canon del Ojo, y se perdieron en medio del caos que sucedió al final de
la guerra. Su existencia ha quedado olvidada incluso en los mitos supervivientes más antiguos, y así debe ser. Fue una necedad impartir aquellos
conocimientos; no debe volver a ocurrir.
Así, los Diez vigilaban y enseñaban.
Giriel enseñó a la raza de polvo los secretos de la tierra, cómo darle
forma mediante el arte de combinar elementos y minerales.
Sharaael impartió el conocimiento de la carne y la vida para que los
mortales pudieran recobrar la inmortalidad que les había arrebatado Dios.
Befamael desveló a los mortales los secretos de las estrellas y el firmamento. El Libro de Befamael trazaba las rutas de los astros y enseñaba a
predecir el paso del tiempo.
Los secretos del viento y la tormenta fueron redactados por la mano
de Marael.
El secreto de la forja y la metalurgia fue el regalo de Gamael.
Ur-Shanbi habló a los mortales del destino y de cómo adivinar el futuro mediante la observación de señales y presagios. Dios había nublado la
vista de Adán y Eva, pero gracias a Ur-Shanbi, la humanidad sería capaz de
discernir los planes del Cielo.
De la luna y su señora, Samael enseñó a los mortales dónde buscar
a la Mare de la Luna, qué secretos poseía y cómo protegerse de su prole.
Agriel escribió acerca de los muchos secretos de la abundancia de la
tierra, del buen y el mal fruto, y de su correcta manipulación para nutrir o
envenenar.
Del sol, el ojo infatigable de Dios, Shanshiel habló a la raza de Adán
y Eva.
Por último, fue Penemue el que impartió el mayor don a la raza de
Adán y Eva. Penemue enseñó a la raza del hombre el don de la palabra
escrita y la sabiduría que entraña. Mediante este regalo, los mortales adquirieron la capacidad de definir el mundo de acuerdo con símbolos y conceptos, y no por medio de cosas que había que ver o tocar. Los secretos que
desveló permitieron a los mortales abrir los ojos por sí mismos. La Creación
ya no tenía que ser vista y palpada para creer en ella. El conocimiento podría propagarse por su propia cuenta. En cuestión de pocas generaciones,
se escribieron muchos tomos y libros en la Primera Lengua, y la humanidad
estuvo al borde de desentrañar su propia divinidad.
Éste es el obsequio que hicieron los Diez a la raza de Adán y Eva. Pero
cuanto más brilla el fuego, antes se consume la hoguera.
Traición
Los Vigilantes desempeñaron su labor fielmente durante más de cien
años. Poco después de la redacción de los libros del saber prohibido, no
obstante, se cernió una sombra sobre ellos. Las legiones tenían prohibido
interferir en su tarea, pero sentían curiosidad igualmente. Algunos, como
yo, los protegimos a distancia escudándolos de las incursiones de la Hueste
o los malhim. Empero, irónicamente fuimos nosotros los que propiciamos
finalmente la caída de los Vigilantes.
Cuando la civilización de las cenizas alcanzó cotas cada vez mayores,
algunos de los nuestros sintieron celos. Murmuraban entre ellos, “Si todos
los secretos de la Creación son un libro abierto para ellos, ¿por qué van a
necesitarnos?” El temor y la duda se abrieron paso hasta nuestros corazones.
Nadie sabe exactamente quién urdió el plan para frustrar el Gran Experimento, pero cuenta la leyenda que fue uno de los miembros de la Casa
de Lucifer el que plantó la semilla. Convocó a aquellos caídos que se sentían amedrentados por el creciente poder de la humanidad y los convenció
de que había que hacer algo para garantizar que las legiones conservaran
su supremacía sobre los mortales. El traidor sugirió a sus seguidores que se
emparejaran con los mortales y dieran a luz a una nueva raza, nacida de
humano y caído. Esta nueva raza estaría sometida por siempre a sus progenitores, y terminaría suplantando a los hijos de Adán y Eva en virtud de su
poder inherente. De ese modo, en plena noche, estos traidores escogieron
a sus mortales y juntaron con ellos.
El Nacimiento de los Nephilim
Así surgieron los nephilim: todos y cada uno de ellos abominable a los
ojos de los mortales y los caídos. Poseían los dones del hombre y el ángel, y
constituían una visión terrible, no tanto por su espantoso aspecto cómo por
su potencial. He oído que algunos eran benévolos, espíritus amables dedicados a guiar e iluminar, pero muchos nacieron sin conocer otra cosa que el
odio y la tiranía. En cuestión de pocos años, se hicieron con el control de las
ciudades que los habían visto nacer. Pero su mayor crimen estaba aún por
venir, puesto que buscaron y exterminaron a los Diez, usurpando su papel
de profesores de la humanidad.
Pero el reinado de los nephilim y sus progenitores fue breve. Cuando
se supo de sus tropelías en Genhinnom, Lucifer cayó sobre ellos con sus
legiones y destruyó a todos los que encontró. Mas las temibles energías
desatadas en las numerosas batallas redujeron a escombros el Gran Experimento. Más adelante, esta tragedia recibiría el nombre de la Ruptura,
heraldo de nuestra derrota final.
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