Parte 05: La Era de Babel

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La época que vino a continuación fue la más gloriosa para nosotros. Lac victorias de la Era de las Atrocidades habían replegado a la Hueste, sus fuerzas se encontraban dispersas y maltrechas. Siguiendo el consejo de Lucifer, fortificamos nuestras ciudades e incluso los temibles malhim se apaciguaron una temporada. A fin de congraciarse con las Legiones de Ébano y de Plata, Lucifer les permitió retener el gobierno de sus ciudades, pero ya no podrían aumentar sus rebaños sin pagar tributo antes a Genhinnom. De ese modo la Legión Escarlata expandió sus rebaños por toda la Creación. Pero eso no fue lo único que hizo. Lucifer ordenó elevar la raza de Adán y Eva. Había pasado mucho tiempo desde aquella Primera Noche en que Lucifer abriera los ojos del Padre y la Madre de Todos. Mucho habían olvidado los descendientes de Adán y Eva, gran parte de sus conocimientos se componía de verdades a medias y supersticiones, mezcladas con el temor de la Era de las Atrocidades. En lugar de ser testigos de la totalidad de la Creación, los mortales volvían a estar ciegos.

Pero esta vez no cabía echar la culpa a Dios, pues nosotros éramos los únicos responsables. Esto afligía a nuestro poderoso príncipe. Habíamos desafiado al Cielo para arrojar luz sobre el mundo, no más oscuridad y desesperación. Habíamos defraudado a nuestro Portador de Luz, y él había defraudado a Adán y Eva.

—¿Habré seguido la senda de nuestro Creador sin saberlo? —se lamentaba Lucifer—. ¿Acaso esta rebelión no es más que una sarta de mentiras?

“¡Basta! Iniciaremos una nueva era. Nuestra rebelión no habrá sido en vano. Todos los años de trabajo y desesperación, de violencia y asesinato no habrán sido en balde. Elevaremos la humanidad hasta que toque las mismísimas murallas del Cielo. Éste será nuestro Gran Experimento. Si fracasamos, todo estará perdido. Si tenemos éxito, la victoria será nuestra al fin.”

El Gran Experimento

Lucifer seleccionó a diez de sus criados de más confianza y los envió a recorrer el mundo. Su misión consistía en enseñar a Adán y Eva los secretos, no sólo de la Creación sino también del Cielo. Aquel fue el principio del fin. En todas partes, los Diez aleccionaron a los rebaños mortales, que a su vez transmitieron el conocimiento a sus tribus y construyeron la Civilización de las Cenizas. Tal era el saber que impartían los Diez que, en cuestión de pocos años, nacieron por todo el mundo ciudades que rivalizaban con los bastiones de los caídos. Los mortales construyeron ciudades sobre los océanos y las cumbres de las montañas, cubrieron los desiertos de metrópolis y las selvas de templos de oro. Ciudades como Enoch, si es que se puede creer lo que dice el libro de los mortales. Los Diez visitaban estas ciudades periódicamente para controlar le evolución de sus pupilos y adiestrados. Con el tiempo, estos misteriosos tutores se conocerían simplemente como “los Vigilantes”.

Los Vigilantes

Los diez vigilantes, embozados en capas de luz y de sombra, eran altos y frágiles, pero sus ojos estaban cargados de conocimiento y potencial. Eran bienvenidos en todas las ciudades del hombre, y observaban mientras los mortales aprendían los saberes en cada ciudad mortal para que su saber pudiera transmitirse de una generación a la siguiente. Estos libros se llamaron el Canon del Ojo, y se perdieron en medio del caos que sucedió al final de la guerra. Su existencia ha quedado olvidada incluso en los mitos supervivientes más antiguos, y así debe ser. Fue una necedad impartir aquellos conocimientos; no debe volver a ocurrir. Así, los Diez vigilaban y enseñaban.

Giriel enseñó a la raza de polvo los secretos de la tierra, cómo darle forma mediante el arte de combinar elementos y minerales.

Sharaael impartió el conocimiento de la carne y la vida para que los mortales pudieran recobrar la inmortalidad que les había arrebatado Dios.

Befamael desveló a los mortales los secretos de las estrellas y el firmamento. El Libro de Befamael trazaba las rutas de los astros y enseñaba a predecir el paso del tiempo.

Los secretos del viento y la tormenta fueron redactados por la mano de Marael.

El secreto de la forja y la metalurgia fue el regalo de Gamael.

Ur-Shanbi habló a los mortales del destino y de cómo adivinar el futuro mediante la observación de señales y presagios. Dios había nublado la vista de Adán y Eva, pero gracias a Ur-Shanbi, la humanidad sería capaz de discernir los planes del Cielo.

De la luna y su señora, Samael enseñó a los mortales dónde buscar a la Mare de la Luna, qué secretos poseía y cómo protegerse de su prole.

Agriel escribió acerca de los muchos secretos de la abundancia de la tierra, del buen y el mal fruto, y de su correcta manipulación para nutrir o envenenar.

Del sol, el ojo infatigable de Dios, Shanshiel habló a la raza de Adán y Eva.

Por último, fue Penemue el que impartió el mayor don a la raza de Adán y Eva. Penemue enseñó a la raza del hombre el don de la palabra escrita y la sabiduría que entraña. Mediante este regalo, los mortales adquirieron la capacidad de definir el mundo de acuerdo con símbolos y conceptos, y no por medio de cosas que había que ver o tocar. Los secretos que desveló permitieron a los mortales abrir los ojos por sí mismos. La Creación ya no tenía que ser vista y palpada para creer en ella. El conocimiento podría propagarse por su propia cuenta. En cuestión de pocas generaciones, se escribieron muchos tomos y libros en la Primera Lengua, y la humanidad estuvo al borde de desentrañar su propia divinidad.

Éste es el obsequio que hicieron los Diez a la raza de Adán y Eva. Pero cuanto más brilla el fuego, antes se consume la hoguera.

Traición

Los Vigilantes desempeñaron su labor fielmente durante más de cien años. Poco después de la redacción de los libros del saber prohibido, no obstante, se cernió una sombra sobre ellos. Las legiones tenían prohibido interferir en su tarea, pero sentían curiosidad igualmente. Algunos, como yo, los protegimos a distancia escudándolos de las incursiones de la Hueste o los malhim. Empero, irónicamente fuimos nosotros los que propiciamos finalmente la caída de los Vigilantes. Cuando la civilización de las cenizas alcanzó cotas cada vez mayores, algunos de los nuestros sintieron celos. Murmuraban entre ellos, “Si todos los secretos de la Creación son un libro abierto para ellos, ¿por qué van a necesitarnos?” El temor y la duda se abrieron paso hasta nuestros corazones.

Nadie sabe exactamente quién urdió el plan para frustrar el Gran Experimento, pero cuenta la leyenda que fue uno de los miembros de la Casa de Lucifer el que plantó la semilla. Convocó a aquellos caídos que se sentían amedrentados por el creciente poder de la humanidad y los convenció de que había que hacer algo para garantizar que las legiones conservaran su supremacía sobre los mortales. El traidor sugirió a sus seguidores que se emparejaran con los mortales y dieran a luz a una nueva raza, nacida de humano y caído. Esta nueva raza estaría sometida por siempre a sus progenitores, y terminaría suplantando a los hijos de Adán y Eva en virtud de su poder inherente. De ese modo, en plena noche, estos traidores escogieron a sus mortales y juntaron con ellos.

El Nacimiento de los Nephilim

Así surgieron los nephilim: todos y cada uno de ellos abominable a los ojos de los mortales y los caídos. Poseían los dones del hombre y el ángel, y constituían una visión terrible, no tanto por su espantoso aspecto cómo por su potencial. He oído que algunos eran benévolos, espíritus amables dedicados a guiar e iluminar, pero muchos nacieron sin conocer otra cosa que el odio y la tiranía. En cuestión de pocos años, se hicieron con el control de las ciudades que los habían visto nacer. Pero su mayor crimen estaba aún por venir, puesto que buscaron y exterminaron a los Diez, usurpando su papel de profesores de la humanidad. Pero el reinado de los nephilim y sus progenitores fue breve. Cuando se supo de sus tropelías en Genhinnom, Lucifer cayó sobre ellos con sus legiones y destruyó a todos los que encontró. Mas las temibles energías desatadas en las numerosas batallas redujeron a escombros el Gran Experimento. Más adelante, esta tragedia recibiría el nombre de la Ruptura, heraldo de nuestra derrota final.
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