Parte 07: El Gran Debate

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—El verdadero germen de la rebelión fue un ángel muy sabio, estudioso de las esferas, al que llamaremos Ahrimal. Su Casa y él se sentían sumamente intrigados por el efecto que surtía la humanidad en el cosmos. Sin la humanidad, el Paraíso era superficialmente perfecto, pero estaba anquilosado en el fondo. La humanidad añadía un factor de caos e incertidumbre a un mundo por lo demás tan predecible como la corrupción atómica. Los Azares asistían a este desarrollo con gran interés, intentando comprender los ricos y profundos patrones que hilvanaban el libre albedrío de la humanidad en el tapiz universal.

“Fue este Ahrimal, una luz cegadora en sí, el primero que percibió un nudo de gran destrucción y sublevación. Seguía estando en el horizonte del futuro desconocido, pero se volvía más fuerte y siniestro a cada día. Era indudable que la humanidad tenía algún papel que representar en esta inminente tragedia.”

“Preocupado y atemorizado, Ahrimal contó lo que había previsto a sus maestros, pero éstos le dijeron que se tranquilizara y no temiera nada. Cuando se lo mostró, se limitaron a responder que era una anomalía, un mal potencial necesario para compensar el bien perfecto real. Sin duda (dijeron) el Hacedor jamás permitiría que Su creación encallara en un banco de arena tan traicionero. Se olvidaron de Sus advertencias y continuaron con sus asuntos.”

“Ahrimal no se serenó tan fácilmente. Ante la indiferencia de su propia Casa, recurrió a sus amigos y colegas. Éstos llegaron a su sanctum lunar sin tener ni idea de la gravedad de sus preocupaciones, pero no tardaron en alarmarse al ver su preocupado semblante. Tras retirarse a una cámara oculta, les habló de su visión y, más aún, les mostró la evidencia de la tragedia que presagiaba.”

—Amigos —susurró—. ¿Qué podemos hacer? El primero en hablar fue Belial, Virtud de las Profundidades Ilimitadas. Radiante con su capa de azul líquido, su voz atronaba como el lamento de un glacial sumado al tenue jadeo de las olas que besan la orilla. De todos nosotros, ningún otro igualaba su gusto por la belleza, ninguno se regocijaba tanto en el arte del mundo... y, por consiguiente, ninguno sufría tanto por la pérdida de la humanidad.

—Me sorprende y confunde que el sabio consejo del Azar haya ignorado este asunto. Nuestro amigo nos muestra el acercamiento de una época en que la voz de la belleza será silenciada y la dicha del artificio se pervierta en la fealdad del engaño y la falsedad. ¿Acaso es un acto de amor permanecer impasible mientras ocurre tal cosa? No podemos fingirnos ignorantes mientras se cierne este tremendo desastre sobre el horizonte. Debemos actuar.

—Pero ¿qué acción deberíamos emprender? El que así hablaba era Usiel, Trono de lo Fragmentado, un poderoso ángel del Segundo Mundo. Al igual que tantos de los de su Casa, se encontraba ausente aun cuando estuviera presente. La luz se interrumpía en la inmediatez de sus contornos, su perfil cortaba como una navaja, y allí donde caía su sombra se tornaba visible el Mundo de la Muerte.

—Nuestras órdenes son claras: Está prohibido interceder. La mujer y el hombre han de seguir su propio camino. —Se volvió hacia Ahrimal y se dirigió a él en particular—. Quizá creas que tu vista es la más penetrante de todas, y así es en lo que concierne a las cosas de este mundo, pero tu visión se interrumpe en la frontera de mi reino. Es allí, me temo, donde concluirá el problema que se aproxima.

—¿Es así? La respuesta no procedía de Ahrimal, sino del aliento perfumado de Lailah el Defensor, un Ángel del Firmamento. Aquel espíritu aéreo asumió una forma informe para el debate, y a través de las lentes de su ser, cada arco de la cámara del castillo lunar parecía más noble, más sólida cada línea de sus paredes. Incluso la sublime belleza de Belial quedaba magnificada vista con los ojos de Lailah. En su presencia, el riesgo de la discordia parecía esfumarse.

—Quizá el Segundo Mundo se ala clave. Quizá en éste, el mundo mejor ordenado, el desastre no suponga ningún peligro. Quizá la entrada de los humanos a vuestro reino sea su verdadero destino. Quizá sea ése el elemento que falta... el obstáculo que les impide alcanzar su verdadero potencial.

—Hablas de lo que desconoces —repuso Usiel—. Por mucho que quisiera abrazar a la humanidad tan estrechamente como lo hacéis tú y los tuyos, no oso correr el riesgo. ¿Deberíamos arrojar a la humanidad a la muerte basándonos en un “quizá”? Quizá la posibilidad de la muerte agote las oportunidades de los humanos y los niegue para siempre. ¡Quizá la mortalidad de los humanos estremezca ambos mundos o llegue incluso a destruirlos! Con esto, Usiel demostró que sus aptitudes proféticas rivalizaban con las de Ahrimal, pero en ese momento parecía únicamente asustado, no sabio. Pensábamos que ningún sufrimiento sería más doloroso que el amor frustrado que sentíamos. Nos equivocábamos.

—Al mirar este mundo que hemos construido y la humanidad que con tanto cariño hemos forjado, sólo veo dos elementos que empañen tanta perfección —dijo Belial—. Uno es la fuente de nuestra prolongada frustración: el fracaso de la humanidad a la hora de alcanzar su verdadero potencial. Aunque lo tienen al alcance de la mano, no consiguen asirlo, así un día tras otro. Esto supone un tormento para cada uno de nosotros, desde el ángel más humilde al serafín más poderoso. Ahora, Ahrimal vaticina fracaso y horror para todo el mundo. ¿Es posible que no estén relacionadas estas dos aflicciones? ¿No es acaso más probable que la inminente desgracia del mundo esté conectada con el sufrimiento y el fracaso de Adán y Eva?

—¿No pensarás echar la culpa de este asunto al hombre y la mujer? — La turbación de Lailah fue una ráfaga de viento helado y un momentáneo empañamiento de la belleza que contemplaba.

—¿Culpa? No —repuso Belial—. Pero ¿en qué otro aspecto del cosmos vemos errores? Las estrellas se mueven según lo previsto. Las mareas del océano son firmes y cadenciosas. Las generaciones de bestias y plantas nacen y mueren. Únicamente la humanidad se aparta de lo que debería ser.

—Así es —intervino Ahrimal—. ¿Qué otra cosa podría contrariar el plan universal? Ninguna ave ni bestia ni estrella del cielo es lo suficientemente importante para acarrear la desolación al mundo entero. Belial tiene razón: Adán y Eva son, aunque no tengan culpa, parte de la causa. Usiel se encogió de hombros.

—Si el riesgo futuro es consecuencia de su presente desdicha, ¿qué podemos hacer nosotros? No se puede ignorar la orden de no interferir.

—El infortunio de la humanidad nos atañe a todos, por cuanto cada uno de nosotros profesa un gran amor a la humanidad —replicó Belial—. Su impotencia se convierte en nuestra impotencia. No son más que una sombra de su potencial definitivo mientras que a nosotros se nos prohíbe servirles sin condiciones. La ignorancia los empequeñece, desconocen su verdadero poder. Nosotros estamos presos, no de paredes que no podamos ver, sino de la férrea orden de nuestro Hacedor. Pero mientras Adán y Eva sigan sufriendo trabas, ningún Elohim será realmente libre, realmente pleno ni realmente capaz de renunciar a sus deberes de servicio y adoración. Mientras la humanidad siga estando incompleta, el universo permanecerá incompleto.

“Soy creador de belleza y dador de maravillas, pero toda mi creación es estéril como el polvo sin ojos que la contemple u oídos que la escuchen. ¿Puede ser la voluntad de nuestro Señor que fracasemos en las empresas para las que fuimos hechos? Desde luego que no, y afirmarlo sería atribuir crueldad a Aquel cuya bondad se extiende a la creación de todos nosotros, y de este mundo de prodigios que nos rodean por todas partes.”

—Todos anhelamos que llegue el día en que la humanidad encuentre su verdadero potencial —dijo Usiel—, pero ¿cómo podemos acelerar su venida?

—Ésa es la cuestión. Ésa debe ser nuestra misión. Ahrimal se mostró de acuerdo, pero Usiel repuso enfáticamente que interferir con el progreso de la evolución humana en cualquier momento podría tener consecuencias imprevistas en toda su extensión, y en esto, Ahrimal se vio obligado a ceder a regañadientes.

—Pero —se apresuró a añadir al Azar—, con la humanidad, las rígidas restricciones del futuro son ya borrosas y cambiantes. Si actuamos a nuestro antojo y damos según nuestro capricho, ¿quién puede decir que el efecto final no vaya a ser bueno? A la verdad, motivados como estamos por la más justa de las razones, ¿qué mal puede resultar? ¿Puede engendrar mal el bien? ¿Maldad el amor? Desde luego que no, puesto que el universo entero sería un absurdo sin sentido... y esa idea resulta tan blasfema que me cuesta pronunciarla.

—Quizá mi papel me conceda un punto de vista más amplio —dijo Usiel—. Si la humanidad está destinada a despertar, es evidente que ninguno de nuestros actos podrá entorpecerla... a menos que interfiramos. No vemos cómo ve Dios, y lo que a nosotros nos parece bondadoso podría reportar un fruto cruel a la postre. No podemos ver todas las facetas de esta Creación desde su interior, pero Él habita en el exterior y nada puede pasarle desapercibido. ¿Por qué deberíamos entrometernos entonces? Fue Belial el que respondió:

—Tienes razón al decir que no podemos conocer la totalidad de la Creación desde el interior. Pero ¿deberíamos escudarnos en esa excusa para no cumplir con nuestro mayor y principal deber? Tu Casa reacciona y responde a lo que es, pero otras Cosas tienen la labor de crear y expandir este mundo. Argumentas que deberíamos aceptar que los acontecimientos futuros están prescritos por el Creador por el mero hecho de que se suceden a lo que Él ha hecho. Según ese razonamiento, no tendríamos que haber colgado las constelaciones, ni esculpido las montañas, ni tallado las profundidades del mar. En lugar de eso tendríamos que haber dicho “Si el mundo es estéril, la esterilidad deberá ser su destino”, o “Si el mundo está a oscuras, deberá quedarse a oscuras”. Ahrimal nos previene de un peligro inminente. ¿Cómo podemos saber que no es nuestro destino actuar contra él, actuar para ayudar y proteger a la humanidad, actuar por lo que clama hasta la última fibra de nuestro interior? Quizá, como dices, los perjudiquemos al ayudarlos demasiado pronto. Pero ¿acaso no es posible también que los perjudiquemos al negarnos a ayudar? Si lo uno es insondable, sin duda lo otro también.

—El amor que demuestras te honra —dijo Lailah a Belial—, pero aunque Adán y Eva sean la cúspide de la Creación, siguen siendo un simple elemento de la misma. No existen con independencia de su mundo, ni éste es insensible a ellos. Si los apremiamos para que despierten y fracasamos, aunque lo hagamos con la mejor de las intenciones, aunque el nuestro sea el más noble de los objetivos, ¿cómo terminará todo? El solemne Usiel sugiere una brecha entre el Mundo de la Vida y la Otra Vida. ¿Y si se estremecieran otras facetas del cosmos? Nuestro poder es grande, y al enfrentarnos al mundo podríamos herirlo. Pero al intentar moldear el alma del hombre podríamos acabar por deformarla.

—Y siendo ése el caso, ¿preferirías no hacer nada? —preguntó Belial—. ¿Crees que nosotros, pastores de la Creación, nosotros que la hemos construido y que estamos encargados de su defensa, somos tan torpes, tan ignorantes, tan temerarios como para deshacer lo que hemos hecho?

“Lo único que digo es que nuestra elección debe atenerse rigurosamente a la acción y, la inacción. Cualquier decisión, grande o pequeña, podría ser la causa del futuro que tememos. Por nuestro propio poder, no lo sabemos ni lo sabremos jamás. En verdad estamos, por emplear tu símil, atrapados al borde del agua, incapaces de andar ni nadar sin peligro.”

“Pero para nosotros existe una tercera posibilidad. Del mismo modo que volamos los del Firmamento en auxilio de cualquier protegido que corra peligro, así nos apartará Dios de esta peligrosa orilla. No podemos saberlo, pero podemos confiar en el que lo sabe, el Proponedor Impasible, El que Está Fuera del Mundo. Si Él me pide que me revele ante nuestros queridos protegidos, lo haré con inmenso regocijo de mi corazón. Pero si me ordena permanecer oculto, no habrá fuerza en este mundo ni el siguiente que consiga quebrantar mi fe.”

—¡Qué sabio sería tu consejo si pudiéramos conocer Su voluntad! —exclamó Ahrimal—. Con la garantía de Su palabra, estaría dispuesto a esperar hasta que se apagaran las estrellas. ¡Pero no tenemos esa palabra!

—Tenemos la oportunidad de ver lo que Él ve —dijo Usiel, aunque había duda en su voz.

—Por mí —intervino Belial—, estaría dispuesto a correr ese riesgo... pero ¿qué hay de Haniel, de Injios, qué hay del Dominio de las Brisas Estivales y del Ángel de la Luz Invisible? ¡Ni uno solo de ellos, ni modesto ángel ni solemne trono, ha regresado para transmitirnos su palabra, para transmitirnos esperanza, para transmitirnos conocimientos! Haniel era tu compañera, Usiel. ¿Dónde está ahora? ¡Cuando pronuncias su nombre, no devuelve ningún eco! Cuando le preguntas qué ha visto, ¿recibes alguna respuesta?

—Quizá tenga prohibido hablar de lo que vio —respondió Usiel, pero sus palabras sonaban amortiguadas por el pesar, puesto que su amor por Haniel era grande y todos sabían el dolor que había depositado su pérdida sobre su alma.

—Tú mejor que nadie conoces su profunda lealtad —dijo Ahrimal. Su rostro era una máscara de compasión, y su compasión era asimismo una ráfaga de viento estelar, y una brillante lluvia de estrellas fugaces—. Si se le prohibiera hablar, nunca hablaría de lo que sabe. Pero no es sólo que guarde silencio acerca del ominoso futuro cercano. Su luz ha desaparecido del cielo. Su canción ya no suena en las playas. La he buscado en los pasadizos del tiempo y no está allí. Belial la ha buscado en las profundidades, y Miguel ha surcado hasta el último rincón del vacío estelar en su busca. Pero no ha habido ángel modesto ni poderoso querubín que haya podido encontrarla. Usiel, ¿has rastreado tu reino en su busca?

—No está muerta —fue todo lo que pudo decir Usiel.

—Ni muerta, ni viva, sino simplemente desaparecida, apartada de nuestro conocimiento... éste es el destino que aguarda a los que aspiran a desvelar la verdad definitiva. No es mi intención. No temo mi propia destrucción, pero temo que la pérdida de cualquiera de los miembros de la Hueste que podrían evitar la edad de la ira que he previsto. No, ver lo que ve Dios no es la respuesta si hacerlo significa alejarse tanto del cosmos que ya no se pueda regresar.

—En ese caso, ¿qué opciones tenemos? —quiso saber Lailah—. Podemos quedarnos aquí, dispuestos a actuar, pero sin saber qué decisión es la correcta. O podemos ir más allá, descubrir la verdad y permanecer impotentes. Gaviel hizo una pausa en su relato y miró a Matthew.

—¿Sabes algo de física cuántica?

—¿Cómo?

—Física cuántica. El principio de la incertidumbre de Heisenberg. — Al ver la confusión reflejada en el semblante del reverendo, se encogió de hombros—. Noah pensaba que no tenías ni idea de la mecánica posterior a Newton, y, por cierto, ¿para qué?, pero si la tuvieras quizá pudiera proporcionarte algunos de los pormenores más profundos del debate entre Lailah y Ahrimal.

—Ah, bueno, perdona si tu disertación es demasiado culta para este pobre ignorante, humilde predicador. —A cada palabra, forzó más la pronunciación, hasta que la última frase quedó reducida a la parodia de cualquier negro rural iletrado como los que ilustraban décadas de películas.

—No te pongas así, Matthew. Sabes que aquí somos todos negros. — Las palabras de Gaviel eran tranquilas, claras, articuladas—. La mecánica cuántica es una rama de la ciencia que estudia las partículas subatómicas y su comportamiento. Uno de los retos fundamentales de esa disciplina estipula que, en muchas incidencias, conocer un hecho acerca de una partícula impide conocer otro. Se podría conocer la velocidad de un electrón, pero en el proceso se cambia la localización de dicho electrón. O se podría saber dónde se encuentra en un momento dado, pero así se alteraría su velocidad.

—¿Y de eso hablaron Lailah y Ahrimal? Perdona, pero esa escena huele a falso.

—Ah. De nuevo pretendes acusarme de mentiroso sin tener las agallas necesarias para llamármelo a la cara. ¿Por qué no me tachas de “mentiroso del Demonio”, ya que estás? Al menos esa parte de tu frase sería verdad.

—¿En serio pretendes que crea que ante la inminencia de una especie de catástrofe mundial, los ángeles os reunisteis y os pusisteis a charlar? ¿Qué os sentasteis en algún palacio lunar y discutisteis elocuentemente los pros y los contras de declarar la guerra a Dios?

—Éramos criaturas del orden y la jerarquía, por no hablar de la dignidad. ¿Cómo crees que dirimíamos nuestros asuntos? ¿Con combates de lucha en el barro? Matthew, te estoy dando la versión que puedes comprender, ¿vale? Lailah y Ahrimal no hablaron de física, continuaron el debate por medio de la física. En un nivel, comentaban los motivos del Hacedor y Su voluntad en un palacio soleado en la luna. En otro nivel, eran ondas y partículas que interactuaban sobre la corteza yerma de una roca sin atmósfera ni vida. En un tercer nivel todos los participantes eran elementos musicales, improvisando unos contra otros para comunicar emoción pura.

—Distintas facetas.

—Sí. Somos leyes naturales, Matthew. O lo éramos. —Gaviel suspiró—. Esos deberes han sido reasignados, al parecer en su día fuimos ondas y cuantos. Bailábamos, no en la cabeza de un alfiler, sino en las órbitas de los electrones.
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