En cualquier caso, Lailah y Ahrimal debatieron apasionadamente sobre la posibilidad de que saber qué hacer y hacerlo pudieran ser dos cosas
mutuamente excluyentes, pero no llegaron a ninguna conclusión. Al cabo,
Belial expresó su impaciencia con palabras.
—No lo sabemos, quizá no podamos saberlo, y parece que no podemos
saber siquiera si podemos saberlo o no. ¿Alguno de nosotros desea seguir el
camino de Haniel e Injios? —Cuando le respondió el silencio, continuó—:
Tras rechazar la vía del conocimiento impotente, debemos tener en cuenta
otros dos caminos, como nos ha explicado el gracioso Lailah, cuya sapiencia
no tiene igual. La acción y la inacción son nuestras elecciones, y siento en
mi interior una profunda repulsa por la inacción.
—En tal caso, ¿prefieres ejercer de guía en esta cuestión que atañe al
universo? —preguntó Usiel—. Mi “preferencia” sería que nos limitáramos
a dejarlo todo tal y como está.
—¿Dejar a la mujer y al hombre sumidos en la desdicha y la ignorancia? —inquirió Ahrimal.
—¡Mejor eso que muertos!
El debate aumentó en intensidad, hasta que todas las lenguas enmudecieron por una inesperada llegada. Nadie le había invitado, no era bien
recibido, y cuando entró, los demás cayeron de rodillas presas de miedo y
reverencia.
Llegó rodeado de esplendor y poder, ataviado con todas las fases de la
luz. Era el agente más alto de la Casa más alta, el Serafín de la Mañana. Era
Lucifer, y cada molécula de su presencia vibraba al compás de sus palabras.
—Levantaos —dijo—. Siervos camaradas del Único.
Temblando, los Elohim se pusieron de pie, dispuestos a sufrir la ira
de su hacedor. Pero no era ése el mensaje que portaba Lucifer. Se volvió
hacia Ahrimal.
—Has visto la proximidad de una oscuridad —dijo. El Azar asintió—.
Y has informado a tus superiores. —De nuevo, Ahrimal no pudo sino asentir—. ¿Qué han hecho?
—Me... me han dicho que no tema. Que no es necesario hacer nada.
Ahora fue Lucifer el que asintió con la cabeza.
—Se equivocan.
Los integrantes del cuarteto intercambiaron las miradas con asombro
y desconcierto.
—Gran Lucero del Alba —dijo Lailah—, ¿traes nuevas para nosotros?
¿Nuevas del Altísimo?
Lucifer zangoloteó la cabeza.
—Permanece impasible. Ni siquiera la voz de los ángeles a coro podría
apartar al Sumo Señor de Su posición. Podemos mover los planetas en sus esferas, convertir las montañas y cañones y los océanos en arena... pero no podemos cambiar ni una sola letra de lo que hay escrito en el corazón del Hacedor.
—¿Cómo es posible? —Pávido, Belial sólo podía mirar fijamente, con
el semblante descompuesto por la desdicha y la incredulidad—. ¿Tan frío es
Su corazón hacia nosotros, Sus hijos?
—No somos Sus hijos, amigo, sino Sus humildes siervos. Sus verdaderos hijos son Adán y Eva, nuestros amos impotentes, cuya ignorancia
es inmune a toda nuestra sabiduría. Nuestro deber es tanto para con ellos
como para con Él, y en su futuro, sí, incluso en el futuro de miedo y horror
que ha visto el noble Ahrimal, Su silencio es más profundo que el vacío
del espacio.
—Entonces, ¿qué podemos hacer? —preguntó Lucifer—. Podemos
amar a la humanidad hasta el máximo de nuestro poder. Podemos liberarlos, darles su verdadero yo... y al hacerlo, evitar el horror que se avecina o
proporcionar a la humanidad las armas necesarias para soportarlo.
—¡Pero tenemos órdenes! —protestó Lailah—. Se nos ha ordenado
expresamente no interferir. Las palabras que pronuncias no provienen de
Dios, y me infunden temor.
—La misma autoridad nos ordenó expresamente que amáramos. No
que veláramos impasibles, no que nos limitáramos a supervisar, sino que
amáramos. Percibo un conflicto tan evidente como violento entre estas dos
órdenes. Incapaz de cumplir ambas, elijo obedecer la más alta.
—¿Elegir? —dijo Belial—. Entonces, ¿no lo sabes?
—No puedo ver más allá que él —replicó Lucifer, señalando a Ahrimal—. Pero al igual que a ti, el sabor de la inactividad me resulta amargo.
—¿Y si la interferencia, nuestra interferencia, es el mismo camino que
tememos? —preguntó Usiel—. No puedes negar que estamos ciegos en la
oscuridad.
—No niego nada. Sé tan bien como tú que cualquier senda que escojamos podría ser la equivocada. Si nos acercamos al hombre y la mujer
con nuestros dones, el Señor podría juzgarnos severamente. Podríamos ser
condenados por perjuros, acusados de desobediencia, expulsados de la luz
de Su amor... quizá incluso destruidos por completo. Pero si permanecemos
callados, podríamos ver impasibles cómo los hijos que amamos conducen al
mundo que amamos a un pozo de terror y maldad.
—¡Pero es imposible saberlo! —exclamó Lailah.
—Del todo imposible. Pero amo a Adán y Eva como amo al Señor. Si
Él ordena mi destrucción, pereceré gustoso. Sería una lástima que nuestro
amor se viera limitado por el instinto de conservación.
—No temo por mí —intervino Belial—. Mis reservas obedecen al
riesgo que correría la humanidad... ¡sus vidas, sus almas, el mismo mundo!
—Los peligros de mi camino son muy reales y tan grandes como tu
temor. Pero responde a esto: ¿Qué crisis se resuelve antes gracias a la debilidad que a la fuerza, se entiende mejor gracias a la ignorancia que al
conocimiento? Sí, al revelarnos a los mortales podríamos iniciar este holocausto. Sí, exaltarlos podría ser el acto que desbarate la Creación. Pero si la
humanidad despertada es el origen de esta crisis, ¿no podría ser también la
cura? ¿O prefieres que se enfrenten a la inminente catástrofe tal y como son
ahora... ciegos, irracionales, poco más que simios astutos?
“Ésa es la peor consecuencia de la acción: Que la humanidad se enfrentará al terror en plenitud de sus poderes. Pongamos eso en la balanza
y comparémoslo con lo peor que podamos imaginar si no hacemos nada.
En ese caso, la humanidad se enfrentará a su mayor amenaza sin ninguna
defensa en absoluto. Entrarán en la locura desprevenidos, inconscientes,
incapaces de comprender siquiera las llamas que los devorarán.”
Lucifer inclinó la cabeza, y pareció por un momento que toda la luz,
en todos los rincones del cosmos, se atenuara en respuesta.
—Si la decisión es errónea, asumiré la responsabilidad.
Con los ojos encendidos de pasión, Belial se adelantó para situarse a
su lado.
—¡Estoy contigo! —exclamó—. ¡Sigamos el dictado de nuestros corazones, hagámoslo y atrevámonos a amar sin restricciones! Aun cuando
fracasemos, no podemos hacer menos y ser dignos de nuestros nombres.
Usiel meneó la cabeza.
—No —replicó—. Perdona mi insolencia, Lucero del Alba, pero adoro a tu señor más que a ti. No antepondré la sabiduría de las criaturas del
Señor a la sabiduría de Su palabra. El Altísimo me ha ordenado ocultarme,
y oculto habré de permanecer.
—Tampoco yo me sublevaré —dijo Lailah—. El Hacedor de Todas las
Cosas no condenaría Su creación a la destrucción. Dices que, sin la verdad,
la humanidad carece de protección. Hablar así equivale a despreciar a su
Padre en las alturas. Puedes confiar en tu poder, en tu amor y en tu sabiduría. Yo confiaré en el Señor.
De los implicados en la discusión, fue Ahrimal, el más humilde, el
último en hablar.
—No sé qué es lo que he visto, sólo sé que era horrible. No sé cómo
ha de ocurrir, sólo se que la humanidad está implicada. No puedo decidir
cuál es mi deber, porque toda decisión que tome incumplirá una orden
u otra. Pero tengo fe en Adán y Eva. Tengo fe en el universo que hemos
construido. Y tengo fe en que una humanidad perfecta probablemente verá
mejor la manera de evitar esta catástrofe. Estoy con el Lucero del Alba. Yo
digo que actuemos.
Así se sembraron las semillas de la discordia. Los Elohim volaron en
todas direcciones, cada uno de ellos propagando el cisma entre los demás.
Usiel y Lailah se retiraron a las más altas esferas del Cielo, para distanciarse
de Lucifer y su imprudencia. El Lucero del Alba y sus seguidores bajaron a
la Tierra, con la intención de cumplir su temeraria decisión antes de que
nadie pudiera impedírselo.
Aunque nadie lo sabía, se habían dado ya los primeros pasos hacia la
Edad de la Ira. Pero antes de que se desatara el infierno, quedaban maravillas y prodigios que disfrutar para los caídos.
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