Gaviel interrumpió su relato y se miró las manos enlazadas.
—La Caída —dijo Matthew.
—¿Sí? —contestó Gaviel con voz queda.
—¿Se imaginaba la humanidad dónde se estaba metiendo?
—No más que nosotros.
—Supongo que resulta paradójico —dijo Matthew, sorbiendo se bebida sin pensar—. No se puede comprender lo que significa conocer el bien
y el mal a menos que conozcas el bien y el mal. Al igual que vosotros, los
ángeles, la humanidad tuvo que decidir a ciegas.
Gaviel meneó la cabeza.
—No les impartimos el conocimiento del bien y del mal. Por aquel
entonces, el mal aún no existía.
—¿Cómo puedes decir eso? Os rebelasteis contra Dios, vuestro señor,
a sabiendas. Si eso no es malo, ¿entonces qué lo es?
—Nos rebelamos a sabiendas, pero con la mejor de las intenciones.
Por favor, entiéndelo, Matthew. No pretendíamos causar ningún daño. Sólo
queríamos ayudar.
—“El camino al infierno está sembrado de buenas intenciones” —citó
Matthew, ladeando ligeramente la cabeza.
—Quizá ése sea uno de los comentarios más inspirados de la historia
de la humanidad. Lo cierto era que no teníamos mala intención. Lo único que buscábamos era impedir o aliviar el desastre que preveíamos. Y sí,
éramos estúpidos. Éramos ciegos, ignorantes, ingenuos y arrogantes... tan
convencidos de nuestro poder, de nuestro buen juicio, que despreciamos
las órdenes de Dios. Pero no pretendíamos hacer daño. Es una débil excusa, y no nos absuelve de nada... pero sigo diciendo incluso ahora, incluso
después de mi tormento y de los horrores de la guerra y de las atrocidades
que vendrían después, que aun cuando infringimos la ley, nuestros motivos
eran puros.
—Si desobedecer a Dios no es malo, ¿qué lo es?
Gaviel juntó los dedos.
—Ésa es la cuestión, ¿verdad? ¿Es malo decidir herir a otro? Según ese
razonamiento, los soldados eran tan malos como los carniceros a los que exterminaban. ¿O es el imperativo categórico de Kant, que cuando decidimos
utilizar a los demás como herramienta en lugar de fijarnos como meta el
cuidar de cada individuo separado, lo que señala el comienzo de la maldad?
Pero en esta era de votos en masa y medios de masas, ¿cómo se puede ver
a cada individuo, cómo se le puede mimar? —Meneó la cabeza—. El mal,
creo, comienza cuando te engañas a ti mismo para poder herir a los demás.
—¿Cómo es posible engañarse a uno mismo?
—Si no lo sabe un adúltero... —replicó Gaviel con una fría sonrisa—.
Tú mismo te dices que no vas a hacerlo, aun cuando ya vayas de camino.
Te dices que sólo vas a acompañarla hasta la puerta, pero sería descortés no
entrar si te lo pide. Te dices que es sólo esta vez, que ha sido un desliz, que
no volverá a repetirse... pero se repite.
Guardaron silencio de nuevo, hasta que Matthew dijo:
—¿Y eso es lo que les disteis en el jardín? ¿Ése era vuestro regalo de
buenas intenciones y amor puro?
Gaviel exhaló un suspiro.
—El regalo que os hicimos fue la consciencia. Os impulsamos a pensar
de otro modo... a comparar, describir y comprender las cosas de manera
abstracta. La metáfora y el símil. Ése fue nuestro regalo.
—¿Qué? ¿Intentas decirme que la Caída se produjo a causa de... de
unos elementos gramaticales que se aprenden en primaria? ¡Es una locura!
—¿De veras? ¿Qué distingue a los humanos de los animales, sino esa
capacidad? No es el idioma... las ballenas tienen su idioma. No es el concierto social... incluso las simples hormigas pueden actuar en armonía. No
es la acumulación de sabiduría y “cultura”... los elefantes enseñan cosas a
sus hijos que van más allá de los meros instintos. Los bonobos y las nutrias
utilizan herramientas. ¿Qué podéis hacer los humanos que no puedan los
animales? ¿Qué elementos son exclusivos de la humanidad?
—La risa.
—En efecto... y la risa es una función de la consciencia. ¿Por qué nos
reímos? Porque percibimos una incongruencia, o una falsa congruencia. Los
juegos de palabras nos divierten porque apelan al absurdo. La ambigüedad
nos hace gracia. Esto no sería posible sin consciencia.
—Entonces, ¿el bien y el mal provienen de esta consciencia?
—Así es. El perro que muerde es malo, no malvado. Para ser malvado
tienes que ser consciente de una opción mejor e ignorarla. Dar la espalda
deliberadamente a un posible resultado tangiblemente mejor es algo que
sólo haría una persona motivada por lo intangible. —Gaviel se acercó a
Matthew, resuelto—. Los crímenes cometidos a conciencia son crímenes de
la consciencia. El regalo que os hicimos fue la capacidad de mirar las cosas
fuera de su caso particular y verlas como ejemplo de un conjunto. Podíais
categorizar. En lugar de pensar en una oveja en concreto o en un rebaño de
ovejas, podíais pensar en la oveja como categoría... y luego en los rumiantes
como categoría, y luego en todos los animales como categoría. O, si prefieres verlo desde un punto de vista más siniestro, en lugar de ver a un tendero
de color bonachón y buen padre de familia, un cabeza rapada lo verá como
miembro de una raza de alimañas que se merece la tortura y la muerte.
—Pero esa categoría es falsa... no puedes compararla con ese ejemplo
platónico de las ovejas.
—¿No? Sin metáforas y abstracción, ¿se puede mentir?
Matthew abrió la boca y la cerró, con el ceño fruncido.
—Se puede mentir... pero no muy bien.
Gaviel ladeó la cabeza y arqueó una ceja.
—Explícate, por favor. Esto me interesa.
—Bueno, si yo... yo no tengo metáforas, puedo afirmar algo que sé que
no es cierto. “El cielo es verde”, o...
—“No hay soldados apostados en la colina”.
—Claro. Pero no puedo extenderme al respecto ni... ni tratarlo como
si fuese verdad. Si miento acerca de los soldados escondidos y soy consciente, puedo pensar en motivos para que la mentira sea verdad, ¿no? Porque
puede establecer paralelismos entre lo que es y lo que no es.
—La falsedad se convierte en una metáfora de la verdad —dijo Gaviel, con un brillo oscuro en los ojos.
—De modo que la consciencia posibilita la mentira. Pero también la
imaginación, porque puedo pensar en algo que no es y fingir que lo manipulo como si existiera.
—El mapa de tu cabeza puede ser distinto del mapa que tienes ante
tus ojos. ¡Voilà! Creatividad... algo que, al igual que las mentiras elaboradas,
está fuera del alcance de los animales. —Gaviel dedicó una sonrisa paternal
a Matthew—. Noah subestimaba tu inteligencia.
Ante la mención del nombre de su hijo, el semblante de Matthew se
ensombreció.
—¿He dicho algo malo?
—Sigue con tu relato.
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