Gaviel se interrumpió de nuevo, con el ceño fruncido.
—Recuerdo aquella primera batalla de tantas maneras distintas... no
todas son... congruentes con la escala humana. Ni con la experiencia humana.
—¿Había de verdad una espada de fuego?
—Oh sí, y Miguel descargó el primer ataque enarbolándola. Pero las
amplias alas de Lucifer eran rápidas, y cada una de las poderosas acometidas de Miguel fue frustrada por la velocidad del antiguo senescal del Cielo.
Al mismo tiempo, de otra forma, discutían los términos y los parámetros
del combate.
—¿Discutían los términos?
—Unos seres casi tan ilimitados como ellos sentían la necesidad, por
aquel entonces, de contener toda la fuerza de su poder. De lo contrario, el
choque de dos poderosos Ángeles de la Luz podría haber incinerado a la
humanidad de la faz de la tierra. Pero más que eso... el concepto de guerra
ilimitada nos resultaba ajeno. Piensa en el modo en que habíamos debatido
la posibilidad de desafiar al Altísimo —dijo Gaviel, y Matthew frunció el
ceño al reparar en su expresión. Era casi... ¿nostálgica? Era el rostro de
alguien que recuerda el idealismo de su juventud. Alguien que desearía
conservar aquella ingenuidad.
El reverendo sospechaba que había gato encerrado, pero se mordió
la lengua.
—Discutimos apasionadamente, desde luego, pero... era una pasión sin
llama. Éramos fichas cuadradas en nuestros agujeros cuadrados, criaturas construidas para vivir dentro de una estricta jerarquía, seres del orden y la obediencia. Al seguir los dictados del más insigne de los nuestros, podíamos rozar la
libertad... pero al igual que los humanos que habíamos llevado con nosotros a
nuestra cruzada, no comprendíamos el significado pleno de nuestra elección.
“Por consiguiente, las primeras batallas de la guerra fueron muy...
estructuradas. Muy estáticas, estériles y dolorosamente precisas. Ambos
bandos tenían las mismas nociones tácticas, los mismos objetivos estratégicos... al principio, todos jugábamos según las mismas reglas. Los derrotados
renunciaban honorablemente a su poder y eran encerrados, a la espera del
momento en que sus aliados ofrecieran el rescate adecuado.”
—Pensaba que el castigo para los rebeldes era la muerte.
—Ah, la muerte no, Matthew. Los misterios de la muerte están reservados exclusivamente para la humanidad. Nuestro destino era la inexistencia. De todos, tú deberías comprender que existe una profunda diferencia
entre las dos.
—Así que los ángeles que... que eran derrotados... ¿no morían? ¿Simplemente dejaban de existir, como si se apagara una luz?
—Con el tiempo sí. Sólo podemos ser o no ser, y sólo aquí. No podemos migrar al destino que reserva Dios para las almas humanas.
—Entonces, ¿por qué no destruían Miguel y los demás a los demonios
que capturaban? O sea, ése era el decreto de Dios, ¿no?
—El castigo para los que se rendían era una destrucción rápida e indolora. El Cielo reservaba algo especial para los que continuaban resistiéndose. Además, no fuimos capturados sólo los Caídos. También hubo leales
que cayeron en nuestro poder. Al principio, ningún bando quería asumir
realmente la responsabilidad de aniquilar a sus compañeros Elohim. —De
nuevo, un pequeño movimiento de cabeza—. Qué tímidos éramos. No nos
habían enseñado otra cosa. Pero aprendimos. Aprendimos a deleitarnos en
lo que antes nos hacía temblar de miedo.
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