Guerras de Reforma y Colonialismo
Durante siglos, las guerras de reforma y contrarreforma fueron los claros signos de nuestra batalla. La
guerra de Esmalcalda, la guerra de los Treinta Años y
la Revolución inglesa fueron meros conflictos mortales, pero teníamos intereses en ellos. Atacar al papa
no sólo dañaba a la Inquisición, sino también a los
Clanes que rechazaron unirse a la Mascarada. La guerra llevaba tragedia a los vivos y sangre a los muertos,
pero, al final, la nueva fe protestante había venido para
quedarse y el mundo occidental finalmente se alejó de
la sombra de Roma. Me enorgullezco de nuestro rol en
esto. Nuestra expansión a las Américas fue una
continuación de esta lucha. Seguimos la expansión colonial de Gran Bretaña, de los holandeses y los franceses.
Fue ahí, en un nuevo mundo de cazas de brujas puritanas, genocidios racionalizados por la religión y naciones
fundadas en principios Iluminados, no derecho divino,
donde perdimos la fe. Al menos sé que eso fue lo que
me ocurrió a mí. Confieso que mi crisis de fe duró casi
dos siglos enteros. Se podría decir que, al tiempo que
cambiamos América, América nos cambió a nosotros.
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