Cuando volvamos a encontrarnos, debemos tener una sincera conversación sobre la humanidad. Es posible que para entonces hayas aprendido
todo lo que tenga que decir, por supuesto, pero es un asunto que engendra
mucha retórica y poca honestidad en nuestra sociedad.
La idea de que hemos de aferrarnos a nuestra humanidad es hermosa
y creo en ella tanto como puede cualquier monstruo que lleva siglos chupándoles la sangre a los mortales. Debemos aferrarnos a nuestras emociones humanas, permitirnos conmovernos y emocionarnos con la vida que
nos rodea, igual que los humanos. De otra forma, degeneramos al nivel de
animales. Cazar y no ansiar nada más es una existencia sin sentido.
La humanidad es nuestra religión común. Cualquier otra cosa en la que
creamos, reconocemos la necesidad de aferrarnos a nuestros yoes civilizados. Oirás muchas voces en la Camarilla apoyando ideas similares.
Recuerdo una vez en la década de 1860, creo, cuando estaba visitando la corte de Gustav Breidenstein, que era Príncipe de Berlín en aquel
momento. Había un juego al que le gustaba jugar cuando encontraba la
suficiente cantidad de Chiquillos jóvenes Abrazados ilegalmente en su
dominio. Los llevaba a la corte y les decía que, si lograban sobrevivir esa
noche, les permitiría vivir en la ciudad. Toda su corte lo trataba como un
festival, persiguiendo y cazando cruelmente a los pobres Neonatos.
La mayoría de veces no sobrevivía ninguno. Por supuesto, yo misma
participé. No me avergüenzo. Ésa es la vida en la Camarilla tras todas las
hermosas palabras sobre la humanidad.
Una noche, estaba en un pequeño salón en el refugio de Breidenstein.
Él habló elocuentemente de lo necesaria que es la humanidad para sosegar
el rugido de la Sangre en nuestros oídos. Todos murmuramos conformes
con ello. ¿Quién iba a señalar la hipocresía de un Príncipe como ése?
Nisha Kapoor, Embajadora Toreador,
meditando en alto:
Quizás porque permanecen tan
hermosos. Obviamente no todos
ellos, y no durante mucho tiempo. Pero juntos, como multitud,
reunidos en la Puerta o aquí, en
las partes de Bombay donde casi
parece que estás en Calcuta. Pero
he de decir, aunque te rajaré si
me citas, que incluso en Calcuta la belleza florece en los ojos,
el pecho y los miembros de los
humanos. Perdóname, “mortales”,
ya que nosotros también somos
humanos: reímos, jugamos, pensamos e incluso amamos, o nos
convencemos de que lo hacemos.
En la Torre tenemos los
recursos y la seguridad para ejercitar la humanidad más fácilmente que muchos ahí fuera. Así que
deberíamos valorarlo.
Sé que algunos Vástagos occidentales llaman a los humanos
ganado o “reses”. Quieren decir
que son un rebaño, animales a
los que pastorear. Pero los animales también pueden ser santos,
aparte de útiles, y deberíamos
practicar ver esa chispa en la
gente, en las multitudes y en
nosotros mismos.
Recuerda a los que oraron,
lucharon, jugaron contigo. Especialmente, recuerda a los que
te amaron y a los que amaste.
Incluso si crees que no puedes
amar, y se me rompe el corazón
por tu honestidad o tu estupidez,
por favor, recuerda que una vez,
una vez lo hiciste, y sigue siendo
humano con nosotros un poco
más.
Del diario de Bartolomeu Casson, Nosferatu de São Paulo:
Ha muerto, por supuesto. Ha muerto esta noche. Y
le veré morir de nuevo durante un siglo en destellos
oníricos justo antes de que se ponga el sol.
¿Debería haberlo cambiado? ¿A él, que era tan
hermoso, incluso bajo el apagado brillo de las lámparas de sodio del subterráneo? Nunca habría podido.
Lo habría salvado, pero lo habría arrancado de mí al
mismo tiempo.
Recuerdo la primera vez que pasó; João era… Tiene
gracia, no recuerdo si era el más guapo. Simplemente
se volvió viejo y menos dorado. Más plateado, pero
aún hermoso. Y luego murió y descubrí que aún podía
llorar y maté a los doctores por no ser capaces de curar
la vejez.
Lo he buscado en los viejos diarios: sólo dos meses
después conocí, bueno, descubrí a Matheus. Le vi en
el Parque de Ibirapuera, y de alguna forma supe que
le gustaba como me gustaba a mí. No, como aún me
gusta. Cosas verdes y en crecimiento. Sólo ellos merecen la luz del sol, la verdadera nobleza del mundo. Los
árboles y sus hermosas dríades como João y Matheus y
el único con el que no funcionó y Sebastião y…
Y Marco, que ha muerto esta noche.
Necesito ver los árboles y saber que aún brillan
para mí, incluso a través de la película sangrienta de
mis lágrimas.
Pero si veo a esos badalhocos grabando sus iniciales
en los árboles, no seré el único que llore. Y Marco no
será el único que muera esta noche.
Autor desconocido; insertado en una edición impresa privada (Gante, 1790) de Historias o Cuentos del Tiempo Pasado de Perrault:
Hubo una vez una Bestia que vagaba por el reino y
mataba a niños y a doncellas, a ancianos y a todo aquél
al que veía. Era libre y salvaje y no obedecía a ningún
señor, puesto que era una Bestia. Vivía en madrigueras y
cuevas y dormía sobre hojas y barro. Los jóvenes del reino
la cazaban, pues ella había avivado su furia y dirigido su
fuerza para que igualasen la suya.
Los jóvenes le dieron caza en todas partes y se detuvieron
en todas las madrigueras y cuevas en las que la Bestia pudiera dormir. Así la condujeron a un lugar abierto en el bosque,
donde la alancearon y la clavaron al suelo.
Le cortaron la
cabeza y la exhibieron en su salón jactándose de su habilidad.
Pero siete de los cazadores enviados a explorar las
cuevas donde la Bestia pudiera dormir habían descubierto un cachorro de la Bestia. Lo escondieron en una Torre
donde nadie pudiera verlo y juraron mantener el secreto si
alguno de sus compañeros preguntaba. Alimentaron a la
creciente Bestia sólo con presas que nadie echaría de menos
y ellos se alimentaron de su sangre. Se hicieron más fuertes
que ninguno de los demás cazadores y obtuvieron muchas
tierras y oro. Niños, doncellas y ancianos entraban voluntariamente en la Torre y algunos de ellos la abandonaban.
Los siete cazadores erigieron su Torre cada vez más alta
y fuerte y legaron sus tesoros a sus herederos hasta que
todo el reino les perteneció.
Y se lo quedaron todo, mientras mantenían a la Bestia
oculta en su Torre.
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