La Mascarada suele verse como una ley,
un principio, la única cosa que nos
mantiene a salvo. Y aun así, para mí
siempre ha sido una gran alegría. Mantener la
Mascarada es un hermoso juego del que nunca
me canso. Me exige pensar en términos de los
mortales, ver el mundo como ellos. Y debo
crear una narrativa que ellos crean, algo que
explique lo inexplicable.
Me gusta disfrutar de ser. No es ningún
secreto. A veces me he encontrado en situaciones comprometidas, quizás cubierta de sangre,
yaciendo junto a celebridades desmayadas en el
suelo de la suite de un hotel cuando la policía
echaba abajo la puerta. ¿Qué puedo decir? Deseo
vivir y experimentarlo todo.
He aquí un pequeño desafío que me he
planteado recientemente: estoy en una comisaría, en un calabozo. No tengo nada salvo
un vestido de cóctel desgarrado. Quedan dos
horas para el amanecer. ¿Puedo salir viva sin
usar los Poderes de mi Sangre, sin revelar mi
verdadera naturaleza? Pasé el día en los brazos
de un hermoso y joven policía que lo arriesgó
todo para salvarme y me llevó a su casa. ¿Qué
podrías haber logrado tú?
Las dos últimas décadas han sido testigo de una revolución en el registro y transferencia de información y
en la vigilancia de la gente. Los mortales se enfrentan
a una descarada paranoia y ansiedad sobre lo que
pueden decir y hacer. Una grabación sexual compartida con la persona equivocada, un actualización de
estado poco juiciosa de hace diez años o, peor aún,
los mensajes que has enviado a tu compañero casado
o a tu camello pueden salir súbitamente a superficie como un cadáver abotargado. Dicen que nada
desaparece nunca de internet. ¿Te has percatado de
cómo los anuncios en las redes sociales se adaptan a
las conversaciones que tienes cara a cara con tus amigos siempre que tienes un smartphone en el bolsillo?
¿Te has dado cuenta de que hay gente que cubre sus
cámaras web con cinta adhesiva y que recibes notificaciones para compartir tu localización cuando vas a
un sitio nuevo?
Tu teléfono sabe dónde estás, lo que
te pone cachondo y de quién estás más o menos enamorado hoy en día. Igual que lo sabe tu computadora:
Facebook, Twitter, Amazon, tu servicio de email, tu
buscador, esa web en la que entraste por error durante 3,5 segundos hace unos minutos. Incluso tu jodido
frigorífico sabe qué estás haciendo. Mientras nadie
te esté buscando, puedes ser quien quieras, quien
presentes al mundo, pero un error cuando están encendidos los focos y te mostrarán como algo distinto.
Algo que tú no quieres ser o que se suponía que ellos
no debían descubrir.
Para la mayoría de Vástagos, este mundo es
desconcertante y más peligroso que nunca. Tiempo
atrás, todo lo que se necesitaba era una identidad
falsa, evitar lugares con cámaras de seguridad y
depredar sólo a los complacientes, discretos y a
quienes no se iba a echar de menos.
En la actualidad,
cada mortal lleva al menos una cámara encima y, si
pasa cualquier cosa mínimamente interesante, se
asegurará de compartirla con el mundo. Casi todo el
mundo tiene presencia en línea. Incluso los marginados más pobres de la sociedad tienen una red de
amigos o asociados que se percatarán cuando dejen
de actualizar su estado. Si no hay humanos mirando,
los sistemas expertos de búsqueda de patrones de la
Segunda Inquisición aún identificarán la firma de un
bebedor que ha ido demasiado lejos:
el silencio en la corriente.
Con lo diligentes que deben ser
los humanos a la hora de mantener su fachada, su cuidadosamente
refinada personalidad en línea, con
aficiones interesantísimas y apenas
unos problemillas personales con los
que cualquiera podría identificarse,
nosotros los Vástagos hemos de serlo
aún más.
Hemos de ser meticulosos, oír los consejos de quienes han
tenido éxito a la hora de ocultar su
naturaleza. Es un imperativo cada
vez mayor mezclarse con el ganado
si no quieres verte revelado como el
monstruo que eres.
El Círculo Interior nos ha prohibido tener cualquier presencia en
línea. Pero, a menudo, no hacerlo en
absoluto es incluso más llamativo que
hacerlo como los demás. Mi consejo
personal: intenta ser aburrido en lugar
de silencioso. Invéntate una máscara
tan gris que nadie quiera enfocarle la
luz y serás capaz de cometer tus indiscreciones sin miedo. Hace falta mirar
para ver la sangre, ¿verdad?
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