Mi orgullo era extremo, ya
que incluso nuestro servicio de seguridad me había
avisado de estas visitas nocturnas. Bandas armadas
secuestrando gente, reteniéndolas por un rescate o
sencillamente robándoles a punta de pistola. El Antiguo Toreador Avignon había desaparecido junto con
todo su séquito tras una visita similar para no volver
a ser visto nunca.
Así que abrí la puerta. Eran dos personas, un hombre de aspecto hosco y una mujer con los ojos totalmente negros. Ambos Vástagos. La mujer dijo:
—No te preocupes, no vamos a hacerte daño.
Los guardias que había apostados en el patio yacían
en hinchadas pilas de carne.
Es estúpido por mi parte, pero nunca había esperado estar cara a cara con el Sabbat, desde luego no en
suelo europeo. De alguna forma, siempre pensé que la
Camarilla o la Ashirra me protegerían.
Me volví y corrí, tropezando con mesas y sillas por
el pánico.
Podía ver unas formas negras estirándose
por el suelo hacia mis ayudantes, sangre saltando por
todas partes. Sus gritos y dolor eran otra lección sobre
lo que les pasa a quienes sirven a nuestra gente.
—Bien, convirtámoslo en un deporte —dijo la
mujer tras de mí, entre molesta y divertida.
No recordaba nada de la disposición del edificio. El
equipo de seguridad que supuestamente debía llevarme
a un sitio seguro estaba gorjeando y sangrando.
—No puedes escapar de mí. Hay sombras allí donde vayas —dijo.
De pronto, algo me subió hasta el piso superior a
través de un agujero en el techo tirándome del cuello
de la camisa. Fatima al-Faqadi susurró:
—Veamos si podemos mantenerte con vida,
pequeño.
Estaba tan estupefacto por su súbita aparición
que sencillamente me quedé sentado mirándola. La
última vez que la había visto estaba destrozando al
Sabbat en Bagdad. Ahora estaba ahí, sin explicación
alguna.
—Espera noventa segundos y toma la escalera al
tejado. Me uniré contigo. —Fatima se deslizó por el
agujero.
—Fatima, ¿eres tú? Qué alegre coincidencia —dijo
la mujer del Sabbat como si se encontrase a alguien
en una fiesta—. Siempre he sido una gran fan tuya y
creo que te debemos una por ir limpiando detrás de
nosotros en Irak y…
Algo interrumpió la voz de la mujer, seguido por
el estallido de un rifle de asalto. Sentí un impulso
de sacar la cabeza por el agujero para ver qué estaba
pasando cuando recordé las instrucciones de Fatima.
Aguardé un instante, escuchando los sonidos de la
pelea, y luego subí al tejado. Mi cabeza asomó por la
trampilla justo a tiempo para ver a un hombre en un
uniforme militar saltando del tejado, probablemente
apoyo Sabbat que estaba ahí para interceptar a cualquiera que tratase de escapar.
Nosotros también teníamos un guardia en el tejado, pero estaba muerto, empalado en una antena.
Aguardando en aquel tejado vi la primera luz de
la mañana en el horizonte. Estaba en una ciudad que
no conocía, siendo cazado por el Sabbat y con gente
muerta a mi alrededor.
No tenía buena pinta.
Entonces Fatima apareció de la nada y me derribó
del tejado.
Pasamos dos noches ocultos en las barriadas, en
una casucha del tamaño de un cobertizo de jardín. A
veces el ganado local se aseguraba de que estuviéramos
bien y Fatima les daba algo de dinero. Fue sorprendentemente amable.
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