Llevaban ahí algún tiempo, probablemente
controlaban la carretera.
Aparte de los sirvientes, había cinco de nosotros en
la azotea, todos Vástagos. Reconocí a algunos de la
Ashirra local. Me habían ofrecido una cálida bienvenida, asegurándome que estaba de enhorabuena.
El Sabbat había infestado esta instalación militar
concreta y la iba a usar para hacerse rápidamente con
el control de posibles tumbas de Matusalenes. Tenían
algunos veteranos y quince vampiros recién Abrazados, todos sacados del ejército estadounidense. Los
supuestos Cabezapalas habían sido convertidos en
masa y habían sufrido los repugnantes y demoledores
rituales del Sabbat. He oído que a esta Secta le gusta
usar a los estadounidenses porque muchos de ellos lo
fueron en vida.
Mi Bestia se encabritó de miedo con la mención
del Sabbat. Ésta fue la primera señal real del conflicto
que había visto y Saida me la lanzó por sorpresa. Estábamos a unos pocos cientos de metros de una instalación militar del Sabbat, sorbiendo sangre de vasos de
cristal. Estaba claro que la Ashirra había hecho esto
antes, convirtiendo la guerra en un deporte.
Fue entonces cuando me percaté de ella. Al principio parecía modesta, sólo una mujer delgada, de piel
oscura y vestida de forma sencilla, sentada separada
de los demás, que revisaba su teléfono con torpeza.
Se levantó y algo en su postura cambió.
Apareció un sirviente, un joven respetuoso que la ayudó a quitarse capas de ropa. Debajo, sólo vestía de negro. Todo el mundo la observaba, ella no parecía darse cuenta. —¿Qué usamos esta noche? —preguntó la mujer, las primeras palabras que pronunciaba. Su árabe estaba desfasado y era difícil de entender, como el de un imán. —¿Qué hacen? —le susurré a Saida. —Cada vez que el enemigo es demasiado débil para suponer un desafío, la desafiamos a escoger una mala arma —susurró ella como respuesta; la Malkavian estaba claramente emocionada por lo que estaba pasando y se volvió hacia la recién llegada para hablar—. Quizás nuestro amigo de la Camarilla pueda ofrecer una de sus armas. Me han dicho que los Ventrue portan espadas estas noches —dijo casi con una sonrisa perversa. Todos los ojos estaban sobre mí cuando me cacheé y ofrecí torpemente un abrecartas de titanio que había escondido en el bolsillo de mi pechera. Era un delicado regalo que me había dado el Príncipe de París, pero sin duda no era un arma. El sirviente recibió mi ofrenda con desdén.
—¡Una aguja! —dijo el joven. La mujer en el sencillo traje negro tomó mi pobre hoja sin queja ni titubeos. —Espera —dije volviéndome a Saida—. ¿Va a atacar una base militar estadounidense con un jodido cortaplumas? —Mi ordinariez hizo que los ojos de Saida brillasen conmocionados por un instante, pero pronto soltó una risotada. —Es Fatima al-Faqadi, la Mano de la Venganza. Había oído hablar de ella. Se suponía que tenía mil años y era la cazadora más brutal que jamás habían producido los Banu Haqim. Recientemente había tomado la cabeza del infame Arzobispo Sabbat Monçada y la había dejado en el Patio de los Leones de la Alhambra. Dicen que su cabeza cercenada lloraba sangre y balbuceaba de tal forma que hubo que arrojarla al fuego para silenciarla de una vez por todas. Fatima pasó junto a mí de camino al borde de la azotea. El sirviente avanzó tras ella y habló lo bastante alto para asegurarse de que pudiese oírlo. —El Sabbat ha Abrazado o Vinculado con Sangre a todos en la base. Puedes matarlos a todos, salvo a los prisioneros. Fatima al-Faqadi asintió y desapareció. Como si fuera una señal, los Ashirra se precipitaron al borde de la azotea para ver mejor la agitación por suceder. Es difícil explicar lo que ocurrió a continuación.
En cierto sentido, pude ver muy poco. Siempre parecía que mis binoculares estaban enfocados en el sitio equivocado. Sólo vi que empezaron a caer cuerpos uno a uno. No llegó a haber una alarma. Empecé a sentirme enfermo cuando caí en la cuenta de que no estaba viendo una lucha, sino un asesinato en masa, pero mi Bestia aulló con deleite ante la carnicería. Cuando mis binoculares apuntaron al lugar correcto, vi a Fatima apuñalar con el cortaplumas el ojo izquierdo de un soldado, clavándolo contra un muro mientras le abría la garganta con una velocidad inhumana. Sólo llevó unos minutos y los Ashirra estaban ansiosos por mostrarme los resultados. Nunca había visto un escondrijo Sabbat en mi vida. Había oído historias de terror, pero no te preparan realmente. Lo importante es entender que al Sabbat no le preocupa la Mascarada o el largo plazo. Tomaron la base porque querían usarla una semana o dos, no más. Tras eso se marcharían dejando adictos a la Sangre y Retoños trastornados a su paso. Conforme exploraba el edificio, encontré cuerpos yaciendo en el sótano; hombres, mujeres y niños iraquíes, algunos exangües.
Los soldados estaban mugrientos, como si hubiesen olvidado cómo asearse. Algunos de ellos tenían viejas heridas de bala que no habían sido tratadas. Vi pasajes del herético Libro de Nod garabateados por las paredes y cálices manchados con la sangre mezclada de Vástagos, el forzoso Vínculo de Sangre grupal que es la marca distintiva del Sabbat. Fatima no era la primera cosa mala que le pasaba a esa gente. El Sabbat había destruido su mente y su espíritu. ¿Contra quién o qué estaban combatiendo exactamente aquí? Esta cuestión me hizo caer súbitamente en los Ashirra que me rodeaban y tuve que salir lejos de los estrechos corredores. Me encontré a Fatima apoyada contra la puerta de un humvee, jugueteando de nuevo con su teléfono con la dificultad de una anciana.
Me miró y me dijo: —Los mortales son tan ingeniosos. Éste es un juguetito maravilloso. Por un segundo, el genuino entusiasmo en su rostro la hizo parecer humana de nuevo. Saida me esperaba en un coche con conductor. —¿Cómo vais a explicar los soldados muertos? —le pregunté, sonando estridente incluso para mis propios oídos. He visto la guerra, pero nunca algo como esto. —Vosotros tenéis vuestros propios agentes entre los estadounidenses y los iraquíes, ¿verdad? —preguntó Saida con un sibilante susurro—. Estamos juntos en esto. Nosotros eliminamos al Sabbat y vosotros os encargáis de la limpieza. El mensaje de la Malkavian era claro; la perspicacia de su Clan brillaba en sus ojos salvajes. La Camarilla podía venir aquí como sus aliados, pero éste era territorio de la Ashirra y ésta era su guerra. Si olvidábamos esto, ellos sacarían la aguja.
Apareció un sirviente, un joven respetuoso que la ayudó a quitarse capas de ropa. Debajo, sólo vestía de negro. Todo el mundo la observaba, ella no parecía darse cuenta. —¿Qué usamos esta noche? —preguntó la mujer, las primeras palabras que pronunciaba. Su árabe estaba desfasado y era difícil de entender, como el de un imán. —¿Qué hacen? —le susurré a Saida. —Cada vez que el enemigo es demasiado débil para suponer un desafío, la desafiamos a escoger una mala arma —susurró ella como respuesta; la Malkavian estaba claramente emocionada por lo que estaba pasando y se volvió hacia la recién llegada para hablar—. Quizás nuestro amigo de la Camarilla pueda ofrecer una de sus armas. Me han dicho que los Ventrue portan espadas estas noches —dijo casi con una sonrisa perversa. Todos los ojos estaban sobre mí cuando me cacheé y ofrecí torpemente un abrecartas de titanio que había escondido en el bolsillo de mi pechera. Era un delicado regalo que me había dado el Príncipe de París, pero sin duda no era un arma. El sirviente recibió mi ofrenda con desdén.
—¡Una aguja! —dijo el joven. La mujer en el sencillo traje negro tomó mi pobre hoja sin queja ni titubeos. —Espera —dije volviéndome a Saida—. ¿Va a atacar una base militar estadounidense con un jodido cortaplumas? —Mi ordinariez hizo que los ojos de Saida brillasen conmocionados por un instante, pero pronto soltó una risotada. —Es Fatima al-Faqadi, la Mano de la Venganza. Había oído hablar de ella. Se suponía que tenía mil años y era la cazadora más brutal que jamás habían producido los Banu Haqim. Recientemente había tomado la cabeza del infame Arzobispo Sabbat Monçada y la había dejado en el Patio de los Leones de la Alhambra. Dicen que su cabeza cercenada lloraba sangre y balbuceaba de tal forma que hubo que arrojarla al fuego para silenciarla de una vez por todas. Fatima pasó junto a mí de camino al borde de la azotea. El sirviente avanzó tras ella y habló lo bastante alto para asegurarse de que pudiese oírlo. —El Sabbat ha Abrazado o Vinculado con Sangre a todos en la base. Puedes matarlos a todos, salvo a los prisioneros. Fatima al-Faqadi asintió y desapareció. Como si fuera una señal, los Ashirra se precipitaron al borde de la azotea para ver mejor la agitación por suceder. Es difícil explicar lo que ocurrió a continuación.
En cierto sentido, pude ver muy poco. Siempre parecía que mis binoculares estaban enfocados en el sitio equivocado. Sólo vi que empezaron a caer cuerpos uno a uno. No llegó a haber una alarma. Empecé a sentirme enfermo cuando caí en la cuenta de que no estaba viendo una lucha, sino un asesinato en masa, pero mi Bestia aulló con deleite ante la carnicería. Cuando mis binoculares apuntaron al lugar correcto, vi a Fatima apuñalar con el cortaplumas el ojo izquierdo de un soldado, clavándolo contra un muro mientras le abría la garganta con una velocidad inhumana. Sólo llevó unos minutos y los Ashirra estaban ansiosos por mostrarme los resultados. Nunca había visto un escondrijo Sabbat en mi vida. Había oído historias de terror, pero no te preparan realmente. Lo importante es entender que al Sabbat no le preocupa la Mascarada o el largo plazo. Tomaron la base porque querían usarla una semana o dos, no más. Tras eso se marcharían dejando adictos a la Sangre y Retoños trastornados a su paso. Conforme exploraba el edificio, encontré cuerpos yaciendo en el sótano; hombres, mujeres y niños iraquíes, algunos exangües.
Los soldados estaban mugrientos, como si hubiesen olvidado cómo asearse. Algunos de ellos tenían viejas heridas de bala que no habían sido tratadas. Vi pasajes del herético Libro de Nod garabateados por las paredes y cálices manchados con la sangre mezclada de Vástagos, el forzoso Vínculo de Sangre grupal que es la marca distintiva del Sabbat. Fatima no era la primera cosa mala que le pasaba a esa gente. El Sabbat había destruido su mente y su espíritu. ¿Contra quién o qué estaban combatiendo exactamente aquí? Esta cuestión me hizo caer súbitamente en los Ashirra que me rodeaban y tuve que salir lejos de los estrechos corredores. Me encontré a Fatima apoyada contra la puerta de un humvee, jugueteando de nuevo con su teléfono con la dificultad de una anciana.
Me miró y me dijo: —Los mortales son tan ingeniosos. Éste es un juguetito maravilloso. Por un segundo, el genuino entusiasmo en su rostro la hizo parecer humana de nuevo. Saida me esperaba en un coche con conductor. —¿Cómo vais a explicar los soldados muertos? —le pregunté, sonando estridente incluso para mis propios oídos. He visto la guerra, pero nunca algo como esto. —Vosotros tenéis vuestros propios agentes entre los estadounidenses y los iraquíes, ¿verdad? —preguntó Saida con un sibilante susurro—. Estamos juntos en esto. Nosotros eliminamos al Sabbat y vosotros os encargáis de la limpieza. El mensaje de la Malkavian era claro; la perspicacia de su Clan brillaba en sus ojos salvajes. La Camarilla podía venir aquí como sus aliados, pero éste era territorio de la Ashirra y ésta era su guerra. Si olvidábamos esto, ellos sacarían la aguja.
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