Desde Bagdad realicé un viaje inesperado. Mis
anfitriones Ashirra fueron tan amables de hacer
los arreglos, pero aún me estaba recuperando de
la matanza en la base estadounidense. El Patriarca
Brujah tunecino Abu Muhannad había desaparecido,
un Anciano Vástago de la Camarilla con vínculos familiares con la Ashirra, un posible golpe a la reciente
alianza y un movimiento inesperado del nada sutil
Sabbat. Cuando surgió el rumor de que se había visto
a un Anatema en las ruinas de Cartago noches antes
de su desaparición, todos los Arcontes en la región
acudieron al norte de África.
Los Justicar no son seres impulsivos, son Antiguos
poderosos con una larga memoria y una visión del
mundo digna de un maestro de espías.
Sin embargo,
los Anatemas son su cargo extraordinario, una Lista
Roja de los Vástagos más buscados que jamás han
hollado la Tierra, y, de entre los Justicar, Lucinde les
tiene un odio especial por razones que no voy a detallar aquí.
Saida me aconsejó que buscase a los Lasombra de
la ciudad, una familia de la Ashirra con lazos con los
Brujah que datan de las guerras púnicas. Ésta no era la
ciudad más segura para los de mi Sangre; la memoria
de los Vástagos es duradera, aún más aquí. La Malkavian era Ashirra, pero Saida comprendía que su Clan
y el mío aún estaban malditos por participar en el derrocamiento del poder de Cartago y de los Brujah que
la controlaban. Cuando una joven enjuta y de mirada
intensa se sentó frente a mí en una cafetería de Túnez,
asumí que era el contacto que había preparado Saida.
—No tenemos a muchos nuevos chupópteros a este
lado del Mediterráneo —dijo—. ¿Quién eres?
Un comienzo difícil, pero tras explicarle qué hacía
allí comenzamos a entendernos muy bien. Era una
Ashirra local llamada Laylah. Vestía como un correo
y parecía conocer a todo el mundo, aunque eso podía
ser puro teatro para hacerme sentir aún más como un
extranjero.
La postura de Laylah respecto a Cartago y
los Brujah era firme. La población vampírica local se
dividía claramente entre jóvenes Anarquistas que buscaban reclamar la vieja gloria y la Ashirra que fundó
la ciudad y había acogido en ella a sus nuevos aliados
de la Camarilla. Estos peregrinos Anarquistas eran
numerosos y despreciaban la afianzada vieja guardia
que representaba Laylah, pero ésta era demasiado vieja
y poderosa para desafiarla. Abu Muhannad era un
extraño pacificador que tendía un puente en esa división y su súbita desaparición amenazaba con romper la
frágil paz.
Laylah me llevó a un piso franco donde fui contactado por otra Arconte que me indicó que me encontrase con alguna gente que describió como “amigos
personales de los Justicar”. Ellos podrían darme una
descripción ajustada de la situación sobre el terreno.
El lugar era enorme, un ático modernista con vistas al
golfo de Túnez.
Estaban presentes seis Vástagos que
afirmaban haber sido convocados por la Llamada,
aunque la falta de presencia Sabbat o tumbas en la
ciudad parecía ir contra mi rudimentaria comprensión
del propósito de la Llamada.
Como cabría esperar, respondí a sus preguntas,
pero por lo demás permanecí en silencio. Si aprendí
algo de París es que no debes interrumpir a ningún
ser que afirme ser un Antiguo, pues incluso aquéllos
que podrían estar mintiendo suelen ser capaces de
apoyar sus credenciales con crueldad. Hablaron sobre
los Matusalenes que asumían que dormían por toda
la región y el Viejo Mundo. Su conversación era insegura, ávida, perdida. Pronto olvidaron al Anatema y a
Abu Muhannad. Estoy empezando a ver un hecho de
esta guerra: si hay alguien al cargo, una mano que la
guíe, aún he de encontrarlo, y temo que puede
que no exista.
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