Al final llegamos a una ruina desgastada por
el tiempo y sin tocar por la guerra y Fatima me dijo
que parase. Dejé a mis ayudantes y guardaespaldas
atrás para que sólo fuésemos nosotros dos.
Fatima me ofreció una pala y me dijo dónde cavar.
Esperó junto al coche buscando cobertura en su teléfono mientras yo pasaba horas desenterrando una losa
de piedra enterrada bajo la arena. Me detuvo y levantó
la losa con una mano, volviéndola lo suficiente para
revelar un agujero que conducía bajo tierra. Una vez
que descendimos las escaleras, comencé a entender la
enormidad de la estructura subterránea en la que nos
internábamos. La escritura de las paredes me resultaba
indescifrable, pictogramas de misteriosos ritos tales
que un arqueólogo daría su vida por verlos.
Con Fatima caminando a mi lado, algo cambió. Me
di cuenta de que antes de ese momento sólo había visto
lo que ella quería que viese. La humanidad que le había
adscrito era una mentira. No era como yo. Descendía
hacia un monstruo antiguo en compañía de otro.
—No puedo seguir —dijo Fatima con una voz hueca carente de toda compasión—. Debes hacer el resto
del camino solo.
5.10.2017 - Jartún
La guerra entre la Camarilla y el Sabbat sólo dañará
a la gente. Fatima me ha hecho comprender dónde
yacen las respuestas a todas mis preguntas: en las
mismas tumbas por las que los Ancianos de las Sectas
combaten. Me dijo que, si estaba listo para abrazar la
sabiduría de los Matusalenes, me enseñaría algo que
nunca antes había enseñado a nadie.
Le dije que estaba listo y sus sirvientes prepararon
el vuelo.
Condujimos durante horas por el desierto, virando
entre los erosionados cráteres creados por décadas de
conflicto.
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