Yo sufrí quemaduras muy graves y a causa de mis heridas podían determinar con facilidad lo que era. Para mi vergüenza, sólo me salvaron mi velocidad y mi conocimiento de la red de alcantarillas de Londres. Solía vivir ahí en cierta época y las alcantarillas tienen mucha historia. Tras ponerse el sol, me abrí paso hasta el aeropuerto con vistas a tomar prestado el jet privado de Lady Anne, pero también lo habían tomado. Lo mismo me ocurrió con otros incontables refugios. Todos destruidos o llenos de ganado aterrado. Pronto me di cuenta de que resultaba difícil hasta andar por la calle: esas malditas cámaras que los mortales ponen por todas partes me detectaron cuando lo intenté. Tuve que recurrir a mis más viejos trucos. Pretendí ser una inmigrante ilegal rusa que huía de las autoridades y un dulce joven me llevó fuera de la ciudad en el maletero de su coche. Estaba tan sobrepasada por la gratitud que le di un anillo que había tenido en mi posesión durante dos siglos. La Segunda Inquisición mató a lo más fuertes y poderosos de la sociedad vampírica londinense. Hicieron a Victoria Ash correr como un perro. Si tienes el imperioso deseo de combatirlos, hazlo como un vampiro. Engañándolos desde lejos.
Por Manfred Vaughn,
Mayordomo de Armas
Nuestras tradiciones ancestrales, del control y la obediencia y sobre todo de la Mascarada, son nuestro mayor escudo contra el mayor peligro al que nos enfrentamos en siglos: una nueva guerra de humanos contra Estirpe, de perros ovejeros contra lobos. Esta Segunda Inquisición enfrenta a nuestros viejos enemigos en el Vaticano, la policía secreta, los guerreros en la sombra de una docena de países y células de cazadores de otra docena más contra no sólo la Camarilla, sino toda nuestra especie. Nos hacen la guerra bajo el disfraz de la guerra al terrorismo y ocultan sus acciones ante sus amos con la premisa de prevenir el pánico y de la seguridad operativa. La Segunda Inquisición ya nos ha costado mucho, en Viena, Londres y en incontables salas iluminadas por el sol protegidas por senescales sin rostro. Nuestros recursos se ven agotados; nuestros movimientos, impedidos. Debemos entender a nuestros enemigos, mitigar sus ataques y volver su mirada panóptica hacia aquéllos tan estúpidos de mantenerse fuera de la Torre de Marfil.
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