Dicha
oficina, el Octavo Directorio (восьмое управление),
terminó demostrando la verdad sobre el anarquismo
soviético y, suponemos, emprendió acciones.
Hasta qué punto tuvo un papel el Octavo Directorio en la caída del Partido Comunista, la desintegración de la Unión Soviética y la campaña de desinformación de Baba Yaga, si es que tuvo alguno, sigue sin
saberse. Sin duda el GRU no tiene ningún incentivo
en revelar su posible rol en desmantelar su propio
gobierno. Y aún tiene mucho que temer de sus nuevos
amos. La influencia Brujah sigue siendo generalizada
en los más altos niveles del Kremlin, mientras antiguos
coroneles de la KGB con archivos llenos de secretos se
convierten en oligarcas y señores de la mafia rusa con
miles de millones que gastar en sobornos.
Sin duda, alguien cercano a Putin maquinó en 2009
la abrupta dimisión de la cabeza del GRU, Valentin
Korabelnikov, quien había sido el protegido del general Arkhipov.
Sin el apoyo y la protección de Korabelnikov, el Octavo Directorio, que se había unido
gustosamente a la Segunda Inquisición en 2004, se ha
visto obligado a recortar sus esfuerzos.
Donde antes enviaba soldados Spetsnaz con estacas
a los refugios de toda la vieja Unión Soviética, ahora el
Octavo Directorio reserva sus pocas “misiones de entrenamiento” para los objetivos de mayor valor o más
urgentes. Las principales excepciones son Ucrania y
Siria, donde el Octavo Directorio puede operar dentro
de la niebla de las operaciones militares encubiertas
rusas, aunque esos escenarios conllevan sus propios
riesgos. Para mitigarlos, el Octavo Directorio subvenciona y dirige varias divisiones de cazadores ortodoxos
conocidos como Akritai. Después de todo, trabajar con
recortes es una de las características que la Inteligencia
rusa ha compartido con nosotros desde mucho antes
de que los rebeldes se apoderaran de ellos.
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