—No respires por la nariz —le aconsejo.
—Gracias, Signe, muy
útil —resuella, mientras
rebusca en sus bolsillos
algo para limpiarse el
vómito de la barba—. Pero,
en serio —continúa—, este
tipo era Chiquillo del
Sheriff. No quiero sonar
negativo, pero creo que
estamos jodidos.
El duro ritmo del techno
reverbera a través de los
muros de hormigón. Estamos en un almacén bajo
los baños. La pista de
baile palpita con esos
hermosos sacos de sangre
mortal saltando y sacudiéndose.
Tengo que vigilarme,
es muy fácil comenzar a
pensar en los humanos en
términos deshumanizantes.
Johannes protesta cuando
me refiero a los humanos
como aperitivos.
—Déjame pensar. Podríamos despedazarlo —sugiero.
—Oh, Dios… —gime al
tiempo que se esfuerza por
volver a ponerse de pie—.
Nunca había visto un muerto antes.
—¿En serio?
Parece absurdo, pero
quizás sea verdad. Yo deserté del Sabbat porque
nunca me llamó la idea de
una gloriosa muerte en la
Cruzada de la Gehenna.
Ahora soy un orgulloso
miembro de la clase baja
Anarquista de Estocolmo y
a veces olvido que la vida
en el Sabbat puede dejarte con algunos valores muy
sesgados.
—Sí, de verdad. —Casi
suena enfadado. En mi anterior vida habría matado
a un mortal que me hablase así, pero me esfuerzo
en tratar a Johannes como
a una persona—. ¿Por qué
lo has matado?
—Quería el club como
territorio. Seguía fardando de Sire. Eso no me
gustaba. Sólo porque sea
Camarilla no quiere decir
que pueda pasarnos por
encima. —Para mí todo lo
que digo suena perfectamente razonable, pero
Johannes sigue con expresión acongojada. Para
calmarle, continúo—: Se lo
colgaremos a la Inquisición y ya.
—¿Cómo?
—Posteó en Instagram que venía al
club. Una estupidez, en mi opinión…
2.
—Ya no estás en el puto
Sabbat. No podemos enfrentarnos a la Camarilla
directamente. Tenemos que
ser discretos, mantener
la calma y golpear cuando
tengamos ventaja.
Me esfuerzo por oír sus
palabras. Estamos tras la
mesa del DJ. Es una bonita
noche de verano. Pueden
verse las estrellas por
encima de las copas de
los árboles y me deleito
ante la idea de que son
grandes soles demasiado
distantes para quemarme.
Khadija es mi mejor amiga en los Anarquistas y
valoro su opinión, pero
a veces desearía que se
centrase más en ser DJ y
menos en reprenderme.
—No van a respetarnos
si siempre nos dejamos
pisotear…
—No —me interrumpe
Khadija—. Vivimos la vida
anti-Camarilla, sí, pero
es una guerra fría.
Usamos el paisaje en nuestro beneficio y volvemos
su arrogancia en su contra. —Ve algo en la muchedumbre danzante—. Mira.
Un hombre nervioso se
aproxima a la mesa, demasiado joven para el traje
que lleva. Como un capitalista en ciernes que acaba
de ser aceptado en la
escuela de negocios.
—¿Puedes poner Blank
Space de Taylor Swift?
—grita por encima del ritmo mecánico y machacón de
Khadija.
Ella se ríe y se inclina hacia él.
—Mira la sala, tío. Esta
gente no quiere oír eso.
Se ruboriza, como si
fuese humano. —No, me refiero… Ésa
era la contraseña, ¿no?
—Sí. —Khadija sonríe—.
¿Qué quieres?
—Me han dicho que podrías conseguirme sangre.
Ya sabes. Estoy interesado
en cosas muy concretas.
—Seguro que podemos.
Espera a que termine de
pinchar —ronronea.
Khadija está en lo cierto. Los Anarquistas viven
entre los mortales de una
forma que la Camarilla no
hace. A veces, cuando se
trata de sangre y peticiones extrañas, encontramos
cosas que ellos no pueden.
3.
—Creía que esto sería
aburrido, pero estoy
demasiado asustado para
aburrirme —susurra Johannes. Se ve ridículo en un
traje, siendo el discotequero fibroso y mayorcito
que es. Yo tengo bastante
buen aspecto acicalada
así, aunque decidí llevar
tacones en un momento de
orgullo. Quería mezclarme
en el Elíseo, pero ahora
mi único consuelo es que,
si me rompo un tobillo,
sanaré.
—Gracias, Jean-Paul,
por esa fascinante interpretación de un clásico
estocástico —canturrea la
Guardiana del Elíseo. Su
voz se oye sin esfuerzo
por encima del murmullo
de la conversación en el
salón. Es una mujer imponente. Con los Cainitas,
la palabra “atemporal” comienza a perder significado, pero ella realmente lo
parece—. Sentíos libres de
participar de los refrigerios mientras esperamos
al siguiente intérprete.
Ofrezco a la sala mi
sonrisa más falsa. Si mis
antiguos compañeros de
manada del Sabbat pudieran verme ahora, pasando
el rato en un Elíseo de la
Camarilla con mi propio
Renfield como compañía…
—¿Lo tienes? —susurra
la Guardiana deslizándose
hacia mí. Sin una invitación suya, no tendríamos
nada que hacer aquí. Su
compostura se quiebra ahora que está tan cerca de
lo que ansía.
—Sin duda. —Saco el
vial de sangre discretamente de mi bolso y se lo
tiendo—. La sangre de un
refugiado varón y homosexual, desconsolado por
la deportación que le
aguarda mañana por la mañana. Como solicitaste.
Johannes ha tratado de
hacerme sentir culpable
desde que obtuve el encargo. Dice que es inadmisible depredar a gente
en tales aprietos. Y me la
suda, pero empiezo a pensar que tiene razón. Dice
que deberíamos alzar el
puño. No estoy segura de
que me guste: la primera
persona contra la que él
podría alzarlo soy yo.
—Gracias, querida. —La
Guardiana da el vial a un
sirviente que aparece de
la nada—. Hay algo más. He
oído que podrías obtener
Sangre de un vampiro del
Sabbat.
La solicitud me pilla
por sorpresa.
—¿Para qué lo necesitas?
—Dicen que el Sabbat
hace extraños rituales
que dejan un sabor inconfundible en la Sangre.
Si es cierto, me gustaría
mucho probarlo —dice, y
no dudo de su sinceridad.
A veces lo que suena como
un oscuro complot es sólo
Ansia.
—¿Sabes qué? Puedo ayudarte, pero tú tienes que
hacer algo por mí a cambio.
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