La Leyenda del Sangriento Qhawe

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Déjame contarte una historia. Esto no es Joburg. Aquí en las regiones fronterizas no existe la ley. Sólo está la seguridad contratada por las compañías mineras y el Sangriento Qhawe. Si alguien como tú o yo sufre una injusticia, ¿qué podemos hacer? Si la compañía quiere aplastarnos, ¿qué podemos hacer? Si la policía nos da una paliza en una de las escasas excursiones que hace hasta aquí, ¿qué podemos hacer? Nada. No podemos hacer nada salvo dar nuestra sangre. Es nuestra elección. También será la tuya. ¿A quién le darás tu sangre? ¿Dejarás que caiga de tu boca rota sobre el húmedo suelo de cemento de una celda en el complejo minero? ¿Que brote de tus heridas tras recibir un disparo de un policía? ¿O le darás un poco de tu vida al Sangriento Qhawe? 

Hay cosas en la noche que nadie de las grandes ciudades del mundo creería. Puedes ir a Londres o Nueva York y hablarles de los monstruos de bandas errantes que exigen su tributo y nadie te escucharía. ¿Por qué hacerlo? No son cosas reales para ellos, no de la forma en que lo son para nosotros. Un monstruo puede cazar abiertamente si está lo bastante alejado del mundo. Alejado de ellos, no de nosotros. Déjame hablarte de la primera vez que di sangre. Estaba dolorido y hecho polvo, era un despojo después de una disputa en la mina. Pude advertir que los monstruos de la noche habían venido porque las conversaciones y los cantos cesaron y hasta los animales se callaron. Hombres y mujeres extraños moviéndose por el campamento, tocando a una persona aquí, a otra allá, buscando, indagando. Finalmente acudieron a mí. 

—¿Sabes cómo me llamo? 
—Sí —susurré. 
—Di mi nombre. 
—Sangriento Qhawe —acerté a decir. 
—Esta noche tomaré tu sangre. Te daré la mía y te recompondrás. Pero si aceptas este don, cada vez que acudamos, te arrodillarás y nos ofrecerás tu cuello. Nosotros tomaremos un poco, suficiente para sostenernos. Es elección tuya: ¿tomas mi Sangre? 
—No quiero sangre —dije—, quiero venganza. 
Ellos se rieron. 
—Tendrás tu venganza. 

Sentí el sabor de la Sangre en mis labios. La chupé, la bebí, la sentí en mi interior. Un pedacito del Sangriento Qhawe dándome poder, dándome fuerza. Éste es nuestro pacto. No le des tu sangre a la empresa de seguridad, ni a la policía, sino al Sangriento Qhawe, y ellos usarán su fuerza para protegerte. Preguntas que si son malvados, que si son demonios. ¿Por qué sólo aparecen de noche? ¿Por qué toman nuestra sangre, nuestra vida? ¿Quiénes son estos hombres y mujeres que se parecen a nosotros, hablan como nosotros, pero no comen como nosotros? Estamos en el culo del mundo. Las historias de lo que ocurre aquí nunca alcanzan el mundo exterior. Esto no es África o Sudáfrica. Ésta es una tierra de gente como nosotros, maldecida con espíritus malignos que buscan atiborrarse de nuestra vida. Nuestra elección no es entre demonio y humano. Es una elección entre los que son como nosotros y la compañía minera. Les he visto muchas veces después de ese primer encuentro. He visto sus caras, he oído sus risas, he olido el cobre en su aliento. He reconocido a algunos de ellos. 

Bokamoso, cuya mujer fue asesinada por la policía. Karabou, cuyo canto mi primo describió como hermoso hace muchos años. Lesedi, que fue mutilado en un accidente en la mina. Thato, que quería marcharse pero nunca lo hizo. Según cuenta la historia, hubo un día en el que todos bebían agua y caminaban a la luz del sol. Ésta es la verdad: son monstruos, pero son nuestros monstruos. Déjame hablarte de mi venganza. La empresa de seguridad había montado un campamento con sus coches, sus armas y sus prisioneros, como yo. Me llamaban subversivo. No les gustaban las palabras que usaba: salarios, compensación, derechos humanos, seguridad, sindicato. Me tenían en una jaula y de cuando en cuando me pinchaban con palos. Tenían sus juegos, me orinaban encima, me escupían y se reían. Estaba loco de furia, exhausto por el dolor, pero aun así sabía lo que pasaría cuando no pudiera oír a los animales. La noche estaba en silencio salvo por las canciones y los insultos. 

La hoguera. El gemido asustado de los perros. El fanfarroneo de los hombres. Uno de ellos se me acercó tambaleándose, se bajó la bragueta, se sacó su hombría mientras farfullaba que había bebido demasiado cuando una tubería de metal surgió de su pecho. Esa noche vi la verdadera cara del Sangriento Qhawe. Les vi arrastrar a un hombre por los intestinos que llamaba a gritos a su madre. Les vi aplastar una cabeza humana, derramando los sesos en la hoguera. Les vi hacer trizas a un hombre que lloraba y gritaba tratando de huir pero que estaba demasiado borracho para correr. Les vi abandonar a los heridos en la noche para que alimentaran a los carroñeros y depredadores de la sabana. Me dejaron salir de la jaula y me dieron algo de su sangre, la misma que la primera noche. Para cuando había rescatado a los demás prisioneros, no eran más que un susurro en la noche. Ésta es mi historia y ésta será tu elección. No te dejes engañar por el poder y la leyenda del Sangriento Qhawe. Es un asesino y un diablo. Sus seguidores son brujas y hechiceros. Nunca te darán justicia, pero pueden darte venganza y vida.
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