—Bonita casa —respondió Agata Sparek echando un vistazo a la
calle residencial bordeada de árboles. Cada cursi casita era distinta de la
siguiente, lo que daba a la zona un aire histórico. Una niña de unos diez
años bajó la calle en bicicleta y Agata la saludó—. Vivir en una zona de la
Camarilla te pega.
—Que te den, Agata —gruñó Louis, golpeando a la polaca en el pecho—. Esto es culpa tuya, esta gran O de aquí.
El grafiti era un sencillo y enorme círculo blanco. Rápido de pintar,
su significado era evidente sólo para los Condenados. Los vecinos mortales con los que convivía Louis asumirían que era sólo una pintada.
—No me culpes —rio Agata.
Ella no encajaba como lo hacía Louis. Él era un hombre negro bien
vestido y de complexión fina, alguien que dirías que trabaja como diseñador gráfico o periodista. Parecía amistoso, ligeramente friki, como si se
avergonzase con facilidad. Nada sugería que fuese un vampiro Anarquista que huía de los problemas al otro lado del océano Atlántico.
El principal problema con Agata era que parecía demasiado feliz. Parecía sacarle alguna clase de disfrute, de gozo sedicioso de su violenta no-vida.
—Uno de los fundadores de Oswobodziciele era tu sirviente en Cracovia. Dijo que solías matarlo de hambre, que lo usabas como objetivo
de prácticas y que asesinaste a sus hijos. —Louis casi gritó las últimas
palabras antes de recordar dónde estaba: frente a este refugio suburbano
de Milwaukee, pasando el rato junto a una conocida terrorista Anarquista en territorio de la Camarilla—. Tú la creaste. La O existe por tu culpa.
Tenía que huir de estos mamones y me han seguido incluso aquí. Esto es
responsabilidad tuya y necesito que me ayudes.
—Vinculaste con Sangre a la fuerza a tus sirvientes. Eso es por lo que
la O está tras de ti. Odian esa mierda. Creen que los Anarquistas que
Vinculan con Sangre a humanos
para que les sirvan son monstruos
hipócritas. Por eso quieren liberar
a todos los Renfields de ahí fuera
y matarnos —explicó Agata.
—Eso no es lo peor de todo
—bufó Louis—. Se están extendiendo. Chicago los ha expulsado,
pero están en Búfalo, al norte de
Nueva York. Hay humanos adictos
a la Sangre formando grupos que
los imitan y que también se llaman a sí mismos “la O”. Se están
alzando contra nosotros.
—Entremos antes de que explotes —dijo Agata conduciendo
a Louis a la puerta principal de
su hogar. El interior era coqueto:
ingeniosos carteles enmarcados en
la pared, instrumentos de cocina
descansando sobre encimeras limpias—. ¿En qué te puedo ayudar?
—preguntó Agata mientras Louis
miraba a la tranquila y placentera
calle antes de cerrar la puerta.
—He capturado a uno de
ellos —espetó Louis—. Está en el
sótano.
El acceso al sótano era una
trampilla oculta bajo una alfombra en la cocina. «Muy slasher»,
pensó Agata mientras descendía la
escalera hacia el espacio oscuro y
húmedo donde Louis solía ocultar
los cuerpos y demás signos de su
estilo de vida no-muerto.
Un hombretón vestido con un
traje de negocios sucio y hecho
jirones trató de precipitarse sobre
ellos, retenido por una cadena al
cuello que lo ataba al muro.
—¿Eso son juguetes de bondage?
—Agata pidió a Louis que encendiese la luz. El hombre tenía las
manos en la espalda atadas con
esposas de cuero.
—Sí —dijo Louis cohibido—.
No tenía otra cosa.
—Eres un vampiro —le regañó
Agata—. Necesitas tener a mano
lo básico para retener a un humano y deshacerte de un cadáver.
El hombre se calmó, tratando
de hacerse una idea de dónde
estaban desde debajo de la funda
de almohada negra que le cubría
la cabeza.
—¿Puedes… interrogarlo?
—Louis miró incómodo al hombre. Él no tenía estómago para
la verdadera tortura, no para lo
que imaginaba que requería la
situación.
—Claro, cariño —dijo Agata,
y le retiró la desastrada capucha
al prisionero, que tenía cuarenta
y tantos, una barba de tres días
cubriéndole las mejillas y era
centroeuropeo—. Solías servir a
Louis.
—Sí —respondió el prisionero
con cautela.
—Y viniste a matarlo.
—Sí.
—¿Por qué? Louis es un chico
majo —dijo Agata volviéndose
para sonreír a Louis. El sótano era
tan pequeño que les obligaba a
estar cerca unos de otros.
—Mató a mi familia. —No
había miedo en la voz del hombre,
sólo resignación.
—¡Es lo mejor cuando quieres
tomar un sirviente! —protestó Louis—. Hay que proteger
la Mascarada. Una vez me hice
una asistente y su hermano vino
buscándola y casi me mata. No fue
algo personal.
—Sé quién eres, Agata Starek.
—El prisionero miró a Agata a los
ojos—. Todos lo sabemos.
—¿Qué quieres descubrir?
—preguntó Agata a Louis—. Ya
sabemos todo lo que tiene este
hombre que decir. Se unió a la
O cuando escapó de ti en Suiza.
Ahora te ha seguido hasta aquí,
ha roto su Vínculo de Sangre y ha
enseñado a los yonquis de Sangre
estadounidenses algo de amor
propio por el camino. Y no es
el único. Hay multitud como él,
están organizados. Sospecho que
están filtrando nuestros secretos a
la Segunda Inquisición. Acéptalo,
Louis, somos la Camarilla para
esta gente.
Louis miró al prisionero con
incertidumbre. No pensaba en
sí mismo como en un asesino de
verdad, aunque había matado.
Había tratado de llevar una vida
buena y sencilla sin dañar más
de lo necesario a la gente que le
rodeaba. Primero había vivido
como Anarquista y ahora se
estaba uniendo a la Camarilla,
pero en realidad no estaba interesado en ninguno de esos juegos
políticos.
—Escucha, yo no soy el malo
aquí —protestó—. Sólo quiero
vivir en paz.
—¿Sabes lo que voy a hacer?
—dijo Agata acariciándole la cara
al prisionero—. Voy a dejar marchar a este hombre.
—Va a tratar de matarte
también a ti —balbuceó Louis—.
Conseguirá ayuda y luego irá tras
nosotros.
—Sin duda. Pero me gusta su
espíritu —dijo Agata sonriendo
al hombre atado—. Es sexy, ¿no
crees? De hecho, creo que voy a
Abrazarlo. Divirtámonos por una
vez.
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