«Si ésta es tu primera noche…».
Has visto El
club de la lucha,
ya sabes lo que hay que hacer.
Cuando Juan me da la pistola, la
reviso, espero a que me apunte
y disparo. Ambos acertamos. Yo
le doy en la garganta, su bala me
golpea en la cara. Me da en la mandíbula superior, hundiendo astillas
de hueso en la carne de mi boca.
No estoy acostumbrada a que
me disparen, así que vuelo hacia el
suelo mientras la multitud grita y
vitorea. Todos han acudido a lo mismo: a disparar y que les disparen.
Esto es El club de la lucha para
quienes sobreviven a una herida
de bala. Un puñetazo en la nariz
es un golpecito cariñoso para esta
gente, así que si quieren jugar
duro necesitan algo más. Nueve
milímetros más.
Hay un viejo adagio periodístico acerca de no convertirse
en parte de la historia, pero sólo
se me permitía compartir la
experiencia si participaba, que
es por lo que Juan me ayuda a
levantarme, riendo, con el agujero
de su garganta inquietantemente
carente de Sangre.
Daño colateral
Acapulco es una ciudad de
700 000 habitantes. El último
año tuvo 918 homicidios, lo que
la convierte en la capital de los
asesinatos en México por quinto
año consecutivo.
¿Qué tiene que ver eso con
Anarquistas que se disparan a la
cara unos a otros para divertirse?
Juan me palmea en la espalda
y levanta mi mano en un gesto de
triunfo. El ruido a nuestro alrededor es ensordecedor; gritos, aplausos y El regreso del Chapo por El
Komander sonando en una radio
cercana. Todos bañados por la luz
de los faros, los chupópteros del
círculo parecen sombras agitadas.
No digo mucho. Me alegro de
que no haya espejos. No quiero
ver la ruina de mi cara. No intento
hacerme la dura: creía que me iban
a disparar en el brazo o la pierna.
Quizás en el pecho en el peor de
los casos. En su lugar, para gran
hilaridad de los presentes, estoy
tratando de sanar mi rostro y permanecer de pie a la vez.
Voy a necesitar sangre muy
pronto y no soy la única. Juan ya está
curado y hambriento a causa de ello.
La próxima pareja ya está entrando
en el ring. Duran más que nosotros,
perforándose uno al otro hasta que
no parece tanto una pelea como
una mutilación ritual.
Todas estas heridas necesitan
ser sanadas. Eso significa muchos cuerpos apareciendo en las
estadísticas policiales mañana por
la mañana. La costumbre local es
desfigurar los cadáveres para que
así parezcan asesinatos de bandas.
El juego
El juego se llama “los Nueves”. La
preparación es sencilla. Vas a un
lugar donde puedes estar de fiesta
en paz. Un solar abandonado y
en ruinas en una zona que no le
preocupa a nadie. Te aseguras de
que todo el mundo tiene su arma.
Pones la música adecuada.
Los novatos tienen que combatir. Tras ellos, es el turno de los
demás. Algunos sólo vienen a ver
cómo les disparan a sus amigos.
Otros entran en el ring todas las
noches, pelean, disparan, sangran.
Esto es la inmortalidad en su forma más cruda: el cuerpo vampírico se niega a morir, y en este juego
puedes aprovecharlo al máximo.
A veces hay Anarquistas que
mueren jugando a los Nueves.
Juan no quiere hablar de ello, pero
tras presionarle lo suficiente consigo que admita que es bastante
habitual. Es difícil determinar
cuánto daño puede soportar
realmente un vampiro, y algunos
aguantan mucho más que otros.
El objetivo de los Nueves no
es matarse, pero no es un secreto
que es un deporte letal. Todos
los que han estado aquí más de
una noche o dos lo han visto. Y
aun así vuelven.
El calentamiento
Juan me dice que a veces les gusta
calentar antes de las auténticas
luchas. La forma de hacerlo es dispararte a ti mismo en la mano o el
estómago. Una vez que has sufrido
un poco de daño, te sientes encendido y listo para empezar.
Le hago a Juan la pregunta
obvia: ¿por qué?
—Ser un vampiro es fácil —
dice—. Hay muchas presas y, dado
que hay tanta violencia, ocultar
las víctimas y mantener la Mascarada es sencillo. Si alguien ve algo
aquí, ¿a quién se lo va a decir? ¿A
la policía?
—Así que ¿os herís unos a
otros porque ser un vampiro no es
desafío suficiente?
—Quizás. ¿Has visto esa
película en la que gringos de clase
media quieren sentir algo real?
Nosotros no somos de clase media
ni gringos, pero queremos sentir
algo. Si no, ¿por qué molestarse?
—Podríais combatir a la Camarilla.
—¡Combatimos a la Camarilla!
Pero es siempre tan serio… Aquí
te puedes relajar, dejar que te disparen y levantarte riendo. Puedes
darle una paliza a tu mejor amigo.
Esto es algo que también he
percibido. Sí, muchas de las luchas
que veo son reales. Cada participante está tratando de llenar al
otro de tantos agujeros que ya no
pueda aguantar más. Pero a menudo no suele parecer que nadie esté
tratando de ganar. Sólo quieren
herir y ser heridos.
Amanecer
—Combatid conmigo, pinches
mamones —grita una anciana
de aspecto duro, blandiendo un
revólver de la vieja escuela. Sé
que nunca deberías juzgar a un
vampiro por su aspecto, pero no
hay duda de que esta mujer no
tiene contrincante. Da muchísimo
miedo.
—Yo combatiré contigo —dice
Juan y entra en el ring.
Dispara a la mujer en la cara,
el mismo punto en el que me disparó a mí. Después me entero de
que es su firma.
La anciana escupe tres dientes
y justo antes de que los primeros
signos del amanecer asomen tras
las colinas, dispara tres balas a
Juan en una rápida sucesión. Pecho, estómago y pelotas. Juan cae
y no se mueve.
—¿Quién va a llevarle a casa?
—pregunto y señalo al cielo, que
empieza a iluminarse.
—Yo lo haré —dice la anciana—. ¿Cómo va a volver la próxima vez si no?
Chinasa Adeyemi es una cronista
itinerante del Movimiento Anarquista.
Tal vez vuelva a Acapulco alguna noche, sólo por el honor de que vuelvan
a dispararle en la cara.
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