La veo entre la multitud mucho
antes de que ella me vea a mí.
Mi aspecto es el de otra norteafricana más en un club lleno de
norteafricanos. Ella no es la única
cara blanca. Después de todo,
estamos en un sitio muy burgués,
justo a la vuelta de la esquina de
Père Lachaise.
Aun así, destaca como la chica
de la Camarilla que es. «Dalia,
cálmate», me digo a mí misma. Se
supone que he de encontrarme con
ella y ver si merece mi ayuda, no
empezar a comerme con los ojos a
una princesa de la Torre de Marfil.
Ella nunca habría acudido a ver a
Sofiane por voluntad propia, pero
ahora que está aquí se mueve por
la habitación como una verdadera
chupóptera: sonríe, flirtea, revolotea como un sueño astuto.
—¿Cuál es tu historia? —le
pregunto sin presentarme, mientras ella vitorea al artista que sube
al escenario, como el resto de
gente de la sala.
No reacciona de inmediato, está
demasiado atrapada por el rugido
de la multitud. Cuando lo hace,
se choca contra mí por la presión
de la gente, su voz baja consigue
abrirse paso a través del ruido:
—Ah, Dalia. Me alegra que
hayas venido.
No me deja hablar de negocios.
Quiere ver la actuación, y yo bailo y
grito con ella. Conozco a alguna de
la gente en el club, y ellos me miran
con complicidad creyendo que estoy
tratando de ligarme a una privilegiada chica de la alta sociedad que busca ampliar sus horizontes culturales.
Más tarde, deambulando por
las calles, se abre:
—Es la historia de siempre. La
habrás oído muchas veces. Pero no
puedo hacer nada, es mi vida. Él
era alguien en la corte de Villon, alguien muy viejo. Me vio en un café
y vino a hablar conmigo. Me forzó
a enamorarme de él, me Abrazó y
me exhibió en el Elíseo como un
trofeo. Me tenía absorbida al principio todo aquello, pero él quería
controlar cada aspecto de mi vida
y yo no podía soportarlo. Tuve una
aventura y él lo descubrió. Claro
que lo hizo. Fue entonces cuando
empezaron las humillaciones… Se
les da muy bien en la Camarilla.
El segundo encuentro:
Rue Saint-Honoré
Follarse a la amante de un celoso
Antiguo de la Camarilla en su
cama, en su refugio, probablemente sea una mala idea. Pero,
hermanos y hermanas, dejadme
decir que es todo un viaje.
Colé una nota entre las páginas de un libro de su biblioteca
con una cita de una canción de La
Canaille. Terminará por descubrirla, pero no todavía.
El tercer encuentro:
Roubaix
—Tienes que desaparecer. No hay
vida para ti en París —le digo y
tomo su mano sobre la mesa de
la cafetería del hospital. Nuestros
encuentros se han vuelto cada vez
más complicados conforme la paranoia aumenta. Esta vez estamos
en un hospital en Roubaix. Venir
a otra ciudad, un agujero como
Roubaix, nos permitirá pasar desapercibidas. O eso esperamos.
Ella no discute. Sabe que ya hemos asumido demasiados riesgos.
—Quizás mi Clan me ayude.
Podría ir a…
—No. Tienes que empezar a
pensar como una de nosotros en
lugar de como una de ellos. No
hay Clanes. No hay Caín. Nada de
eso importa. Tienes que vivir en
el ahora, en el presente, en lugar
de en el pasado, como hace la Camarilla. Nunca te salvarán, y las
historias que cuentan sólo sirven
para controlarte.
Ha estado en la Camarilla el tiempo suficiente para ofenderse, incluso aunque sabe que tengo razón.
—No sabes… —comienza, pero la interrumpo.
—Sí, sé. He estudiado nuestra historia. Sé todo lo que hay que
saber sobre la Primera Revuelta Anarquista, la Convención de
Thorns, los Ventrue y los Toreador. Pero esta noche hay un mundo
nuevo que va más allá de eso. No te quedes atrapada en esas historias, porque te cegarán ante lo que está pasando en el mundo.
—Entonces, ¿adónde deberíamos ir? —me pregunta con
aprensión, mirando a los mortales enfermos y moribundos
que nos rodean.
—Tú deberías ir —digo con tanta gentileza como puedo—.
Yo no soy tu vida. Lo hemos pasado bien, pero no vamos a durar
para siempre. Fui tu primera amante Anarquista, eso es todo.
El cuarto encuentro: Marrakech
Había decidido no seguirla a Marrakech, pero no he podido
evitarlo. Nos encontramos en la terraza de un café, un lugar
de moda que ella había sugerido. Saludo a todos sus amigos,
algunos de ellos de nuestra clase. Se ha integrado rápido.
—Salgamos un momento —sugiere y me lleva a la calle,
lejos de su nuevo círculo mortal—. Digo que trabajo en una
embajada —dice tímidamente.
Me siento como una idiota, una estúpida que no entiende que esta historia de amor ha terminado. Yo la terminé y
ahora me arrepiento.
—¿Recuerdas la noche en que nos conocimos? —pregunta—. Me llevaste al baño y me dijiste que bebiera tu Sangre.
Fingiste que era una prueba para ver si iba en serio. Pero lo
hiciste porque querías colársela a una chica guapa.
—Lo recuerdo. —No estoy segura de estar lista para hablar de todo eso aún—. ¿Cómo es la vida en la Ashirra?
—Está bien —dice—. Tus contactos me han ayudado mucho.
Sabía que no podía permanecer en Europa. No hay sitio
donde ocultarse de un Antiguo de la Camarilla. Y no estaba
acostumbrada al estilo de vida Anarquista, el cuidado y rigor
que supone vivir como una de nosotros en una de las ciudades del mundo más represivas de la Camarilla. Pero la Ashirra era distinta. Tenían el poder de impedir que la Camarilla
se volviera demasiado arrogante en sus ciudades. Y habría
que ser estúpido para pensar que una Anarquista norteafricana como yo no tiene algunos contactos en la Ashirra.
—¿Tienes un nuevo mecenas? —le pregunto. “Amante” es
lo que quiero decir.
—No —dice con vehemencia—. Nada de eso. La primera
vez fue suficiente. No me controlarán de nuevo.
—Te has convertido en una Anarquista, después de todo.
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